"Nos hemos sentido muy solos"
V¨ªctimas de la matanza etarra de Hipercor denuncian en el 20? aniversario el abandono que han sufrido
Ana Larios era una cr¨ªa de nueve a?os cuando vio morir a su abuela por televisi¨®n. Fue un viernes por la tarde. Acababa de volver de excursi¨®n y pas¨® por casa de sus t¨ªos. "?sa es la yaya", les dijo se?alando a la caja tonta. La mujer yac¨ªa en el suelo mientras un chico intentaba reanimarla. La c¨¢mara segu¨ªa capturando la tragedia. "La reconoc¨ª por la mano y el anillo", recuerda Ana, convertida tras 20 a?os en una mujer encantadora y de mirada despierta.
La abuela, Luisa Ram¨ªrez, fue una de las ¨²ltimas v¨ªctimas mortales de Hipercor en ser identificada. "Su rostro estaba muy desfigurado", a?ade la madre de Ana, Marga Labad, de 45 a?os. El atentado m¨¢s sangriento de ETA en Catalu?a se cobr¨® la vida de 21 personas -entre ellas, cuatro ni?os- y dej¨® 45 heridos. De ¨¦stos, siete a¨²n no han sido localizados, bien porque ten¨ªan heridas leves y no se consideraron v¨ªctimas, bien porque cambiaron de residencia o decidieron olvidarse del asunto.
El azar quiso que mucho tiempo despu¨¦s del atentado, Marga se encontrara, mientras recorr¨ªa el Camino de Santiago, con el joven que trat¨® de salvar en vano la vida de su madre. Hoy, martes 19 de junio, se cumplen 20 a?os de la tragedia. Un acto oficial servir¨¢ para rendir homenaje a las v¨ªctimas. Y Marga todav¨ªa necesita visitar al psic¨®logo.
La complicidad entre madre e hija salta a la vista. Un cari?o que comparten con otras cuatro personas que, como ellas, se dan cita en la sede de la Asociaci¨®n Catalana de V¨ªctimas de Organizaciones Terroristas (ACVOT), en Barcelona. Para recordar, por en¨¦sima vez, aquella tarde en la que un centro comercial de la avenida Meridiana se convirti¨® en una trampa mortal. Las v¨ªctimas mantienen un di¨¢logo fluido, emotivo y sincero. En la mesa, patatas, olivas y Coca-Cola. Ni las bromas ni la iron¨ªa est¨¢n excluidas: son armas contra una herida que sigue abierta.
"Hablamos de forma distendida, pero cada vez nos cuesta m¨¢s", admite Jos¨¦ Vargas. Aquel viernes negro entr¨® en Hipercor con su mujer y su hijo peque?o. La mayor estaba de excursi¨®n con el colegio (como Ana), as¨ª que se libr¨® de la compra semanal. Jos¨¦ lleg¨® al aparcamiento subterr¨¢neo a las 15.30. S¨®lo 40 minutos antes de la explosi¨®n. "Lo s¨¦ porque conservo el ticket del parking", bromea.
"Vi mucho polic¨ªa y pregunt¨¦ qu¨¦ ocurr¨ªa. Me dijeron que fuera a lo m¨ªo. Y sin saberlo, aparqu¨¦ a s¨®lo 10 metros del coche bomba", rememora con la mirada fija en quien le escucha. Junto a ¨¦l est¨¢ sentado Roberto Manrique, vicepresidente de ACVOT. Tambi¨¦n se acuerda de aquel coche cuya carga (30 kilos de explosivos) hab¨ªa de causarle tanto mal. "Era un Ford Sierra rojo, precioso". Roberto trabajaba como carnicero en el hipermercado. "Hac¨ªa el turno de ma?ana. Pero un compa?ero me pidi¨® que fuera de tarde porque ten¨ªa un compromiso. 'Por un d¨ªa no va a pasar nada', le dije".
A las 16.12 horas, el comando Barcelona hac¨ªa estallar la carga. Con 24 a?os, Roberto sufri¨® graves quemaduras. "Hubo un ruido seco y not¨¦ c¨®mo se me derret¨ªa la piel". A escasos metros estaba Jos¨¦ Vargas. ?l y su familia resultaron ilesos.
Pero como ocurre en todas las guerras, lo peor viene despu¨¦s. Rafael G¨¹ell tiene 65 a?os. Se siente solo. Sus hijos viven en pareja y ¨¦l es viudo. Perdi¨® a su mujer en la matanza. Con su porte reposado, no ha dejado de hacerse la misma pregunta, que tiene ecos de tortura: "?Por qu¨¦ no fui a comprar el jueves, como ten¨ªa previsto?".
"Nos hemos sentido muy solos durante mucho tiempo", coinciden todos. Rafael, por ejemplo, tuvo que ir solo -sin apoyo de ning¨²n psic¨®logo- a identificar el cad¨¢ver de su esposa en el hospital de Sant Pau. "Mis hijos se hicieron adultos de golpe".
Las v¨ªctimas tambi¨¦n han sufrido en sus carnes el abandono de las administraciones y de parte de una sociedad que "echaba a un lado a las v¨ªctimas como si tuvieran la peste", opina Jos¨¦. Dice que algunas personas casi le felicitan porque, cuando cobre la indemnizaci¨®n, se va "a forrar". Otra muestra de desprecio: "Mis ex compa?eros de trabajo no quer¨ªan subirse al mismo coche que yo", dice Roberto. "Hemos echado de menos el calor humano. Somos parte de la sociedad", reivindica el presidente de ACVOT, Santos Santamar¨ªa. "Hay gente que se manifiesta a favor de los que nos han jodido la vida. En el 11-M, todo el mundo pens¨® que pod¨ªa haber ido en ese tren. Pero en 1987, a nadie se le ocurri¨® que pod¨ªa estar comprando en Hipercor", se?ala Roberto.
En realidad, para las v¨ªctimas la efem¨¦ride no tiene demasiado sentido: Hipercor est¨¢ en sus mentes todos los d¨ªas. "Siento rabia, pero no rencor", concluye Marga. Ella y su hija nunca han regresado al centro comercial; tampoco Rafael. Creen que, un d¨ªa quiz¨¢ no muy lejano, ya no querr¨¢n volver a hablar del tema. Marga es clara: "Nosotros sabemos lo que se siente: una soledad inmensa".
Sin cobrar y sin trabajar
Ni Marga, ni Rafael, ni Jos¨¦ han percibido a¨²n (y ya van 20 a?os) la indemnizaci¨®n que les corresponde. Lo mismo les pasa a otras 30 v¨ªctimas o familiares de fallecidos y heridos. El "abandono" de la Administraci¨®n y su falta de apoyo es una de las cr¨ªticas reiteradas de la ACVOT. A eso se suman las dificultades, laborales y econ¨®micas que conlleva ser v¨ªctima de un atentado. "Estuve un a?o sin poder trabajar y, cuando volv¨ª al laboratorio, me echaron", explica Rafael. A Marga, que escucha con atenci¨®n a todos y reparte sonrisas benefactoras, le ocurri¨® algo similar: "Nunca consegu¨ª mantener un trabajo m¨¢s de seis meses seguidos. Me hice masajista y he pasado media vida cobrando en negro". Roberto intent¨® volver a ser carnicero, pero sus manos maltrechas no le acompa?aron en aquel reto. Lo dej¨® en 1992.
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