Qui¨¦n mata, qui¨¦n muere
En agosto de 1977 -hace casi 30 a?os-, el semanario cairota El Usbuh El Arab public¨® una caricatura pol¨ªtica cuya lucidez y cuya vigencia son especialmente notorias a d¨ªa de hoy. Se trataba de dos vi?etas dispuestas verticalmente. En la de arriba, sobre un horizonte de bombardeos, cohetes y explosiones, dos combatientes atrincherados intercambiaban fuego de metralleta; uno luc¨ªa en su casco la estrella de David, mientras que el otro se cubr¨ªa con un tocado t¨ªpicamente ¨¢rabe. El t¨ªtulo de la escena era: "Guerra en Oriente Medio". En la vi?eta inferior, el panorama de misiles, aviones y bombazos era id¨¦ntico, pero los dos combatientes que se tiroteaban con sa?a luc¨ªan, ambos, el tocado ¨¢rabe. El pie del dibujo rezaba: "Paz en Oriente Medio".
Los choques interpalestinos en la franja de Gaza han dado pie a otro alarde de trato medi¨¢tico desigual
Esta vez nadie ha hablado de matanza ni ha acusado al ej¨¦rcito liban¨¦s de cr¨ªmenes de guerra
En efecto: entonces como ahora, aquello que determina la mayor parte de las actitudes medi¨¢ticas y pol¨ªticas externas respecto de la conflictividad en esa regi¨®n del mundo, lo que fija el rasero a aplicar, no es qui¨¦n muere, sino qui¨¦n mata, y las luchas inter¨¢rabes o intermusulmanas son objeto de un tratamiento muy distinto a aquellas otras en las que uno de los bandos es el israel¨ª. La actualidad nos acaba de proporcionar algunos ejemplos perfectos de esa dualidad de pesos y medidas.
Por un lado, tenemos los combates del campo de refugiados de Naher el Bared, cerca de la ciudad de Tr¨ªpoli, entre el grup¨²sculo fundamentalista palestino Fatah al Islam y el ej¨¦rcito regular liban¨¦s. Leyendo las cr¨®nicas period¨ªsticas sobre esa crisis a¨²n no concluida, supimos que hab¨ªa millares de civiles atrapados en el fuego cruzado -e incluso usados como escudos humanos por parte de los guerrilleros- y que no se respetaba a los convoyes humanitarios; nos hemos enterado del car¨¢cter laber¨ªntico del campo ("callejuelas estrechas, recovecos y zaguanes, casas que no se sabe d¨®nde comienzan y d¨®nde acaban") y de que, por esa raz¨®n, no es sencillo derrotar a los islamistas "sin un coste en vidas muy elevado"; hemos sido informados de que "los militares iban a entrar a deg¨¹ello" y de que, entretanto, su artiller¨ªa est¨¢ reduciendo el recinto a "un amasijo de escombros", mientras el impreciso balance de muertos asciende ya a m¨¢s de un centenar.
O sea, un escenario y unas conductas extraordinariamente parecidos a los que se vieron durante la fase ¨¢lgida de la segunda Intifada, en abril de 2002, cuando el ej¨¦rcito israel¨ª tom¨® por asalto el campo de refugiados de Yenin, en Cisjordania, con un coste (seg¨²n Human Rights Watch y la ONU) de 52 muertos palestinos y 23 israel¨ªes. Sin embargo, esta vez nadie ha hablado de matanza ni ha acusado al ej¨¦rcito liban¨¦s de cr¨ªmenes de guerra, ning¨²n representante de Naciones Unidas ha expresado su "repugnancia moral" por lo que ocurre a las afueras de Tr¨ªpoli, y a ning¨²n Premio Nobel se le ha ocurrido comparar Naher el Bared con Auschwitz o Stalingrado. Bien al contrario, la prensa europea ha procurado despalestinizar a los combatientes de Fatah al Islam -descritos como yihadistas o como extranjeros, sin m¨¢s precisiones-, a la vez que el c¨®mputo de v¨ªctimas de los choques permanec¨ªa misteriosamente congelado en los 100 muertos desde el 23 de mayo. Esto, en cuanto a los hechos. Porque, en el terreno del derecho y a la luz del pacto de 1969 que dio a los campos palestinos de L¨ªbano un estatuto de extraterritorialidad, la actuaci¨®n de los militares libaneses en Naher el Bared es tan discutible como la de los israel¨ªes en Yenin en 2002.
Los choques interpalestinos de la pasada semana en la franja de Gaza han dado pie a otro alarde de trato medi¨¢tico desigual, seg¨²n a qui¨¦n quepa imputar las v¨ªctimas. No es ya que el recuento de ¨¦stas -bastantes m¨¢s de 100, seg¨²n todos los indicios- haya sido discretamente soslayado, que no hayamos visto im¨¢genes de cad¨¢veres, esas tan frecuentes cuando los ha matado Israel, menos a¨²n im¨¢genes de las ejecuciones sumarias perpetradas por Ham¨¢s contra oficiales de Al Fatah. Es m¨¢s grave: el corresponsal en la zona de una televisi¨®n p¨²blica muy nuestra ha tenido la desfachatez de presentar en sus cr¨®nicas los sucesos de Gaza como la improvisada respuesta defensiva de Ham¨¢s a las provocaciones de Al Fatah, cuando todos los datos disponibles apuntan a un golpe de mano islamista largamente planeado, implacablemente ejecutado y generosamente financiado por Teher¨¢n.
S¨ª, por supuesto que Ham¨¢s gan¨® las elecciones legislativas palestinas de enero de 2006. Pero, ?acaso un a?o antes Mahmud Abbas -de Al Fatah- no hab¨ªa ganado las elecciones presidenciales con un 62 % de los votos? ?No le da eso -eso, y el car¨¢cter fuertemente presidencialista del sistema pol¨ªtico palestino- una legitimidad por lo menos tan s¨®lida como la del Ejecutivo islamista de Ismail Haniya? Entonces, ?a qu¨¦ criterio informativo responde el empe?o del antedicho corresponsal, en los ¨²ltimos d¨ªas, por presentar a Abbas como una marioneta de Estados Unidos y de Israel, mientras ¨¦l y otros colegas se hacen lenguas del orden ejemplar que reina en Gaza bajo la f¨¦rula de Ham¨¢s?
No s¨®lo en el caso de Palestina, ya va siendo hora de que nuestros medios period¨ªsticos de filiaci¨®n democr¨¢tica clarifiquen sus posturas con respecto al fundamentalismo isl¨¢mico, igual que las tienen claras con respecto a la extrema derecha xen¨®foba y racista. S¨ª, el islamismo pol¨ªtico se alimenta en parte de agravios reales -tambi¨¦n Hitler lo hizo- y puede ganar limpiamente en las urnas -tambi¨¦n Hitler gan¨®-, pero si alcanza el poder ya no hay m¨¢s elecciones libres, ni mujeres iguales en derechos, ni libertad religiosa, ni sexual, ni de prensa, ni... Ello es as¨ª en Ir¨¢n y va a serlo en Gaza como lo ser¨ªa en Argelia, Marruecos o Egipto; y es una l¨¢stima que, cegados por el esp¨ªritu cr¨ªtico unidireccional s¨®lo contra Washington y contra Tel Aviv, algunos profesionales de la informaci¨®n lo pierdan de vista.
Joan B. Culla i Clar¨¤ es historiador.
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