Tormenta de pasi¨®n y raz¨®n
A David Edmons y John Eidinov, ambos periodistas de la BBC, los conocemos ya por El atizador de Wittgenstein (Pen¨ªnsula, 2001), libro en el que, al igual que en El perro de Rousseau, trataron de la tormentosa relaci¨®n intelectual entre dos grandes fil¨®sofos: los austriacos Karl Popper y Ludwig Wittgenstein. As¨ª, partiendo de una circunstancia concreta que propici¨® el acercamiento de ambos pensadores, los autores esbozan las biograf¨ªas y el entorno en el que viv¨ªan para terminar informando del suceso que los relacion¨® al estilo de una cr¨®nica period¨ªstica. Si en El atizador... era la Viena de preguerra y el ambiente de Cambridge en los a?os cuarenta, en El perro de Rousseau gran parte de la atm¨®sfera la constituyen los salones parisienses de esa ¨¦poca que Talleyrand denomin¨® "los a?os m¨¢s dulces" de Francia, en torno a 1760. Por aquel entonces, el fil¨®sofo esc¨¦ptico escoc¨¦s David Hume (1711-1776) pas¨® cerca de veinticuatro meses en la corte francesa, como diplom¨¢tico de la Embajada brit¨¢nica. En los salones de las mujeres m¨¢s ilustradas y elegantes de Par¨ªs, en los que brillaban estrellas intelectuales de la talla de D'Alembert y Diderot, tambi¨¦n el corpulento, parco y amable Hume, conocido como "le bon David", cosechaba simpat¨ªas y trababa conocimiento con una sociedad bien distinta a la inglesa, que lo ten¨ªa en menor estima tanto por su radical escepticismo religioso como por su origen escoc¨¦s.
EL PERRO DE ROUSSEAU
David Edmonds y John Eidinov
Traducci¨®n de Jos¨¦ Luis Gil Aristu
Pen¨ªnsula. Barcelona, 2007
412 p¨¢ginas. 25 euros
Jean-Jacques Rousseau
(1712-1778) ten¨ªa fama de hombre "salvaje" y solitario, admirado y denostado por igual con enconado fanatismo en Francia y Suiza; tolerado, perseguido, vuelto a tolerar y a perseguir por las autoridades francesas por socavar el poder establecido con escritos incendiarios por lo novedosos: El contrato social, Emilio o ese novel¨®n sentimental, precursor de tanta literatura posterior, que fue La nueva Helo¨ªsa. Rousseau pasaba por ser un genio con todas las caracter¨ªsticas prerrom¨¢nticas de tal especie, pero en realidad era un hombre sensible y melindroso que sufr¨ªa de paranoia y man¨ªa persecutoria; sustentado por protectoras que lo adoraban, porfiaba en que no quer¨ªa sino vivir del dinero ganado con el sudor de su frente. El caso es que Rousseau, en un momento en que la persecuci¨®n pol¨ªtica se hizo real y corr¨ªa peligro de ser encarcelado trab¨® conocimiento con Hume, y el autor del Tratado de la naturaleza humana termin¨® por llev¨¢rselo con ¨¦l a Londres. Las peripecias que siguieron al viaje, los intentos de instalar al quisquilloso hu¨¦sped en varios lugares en torno a la City procuraron serias incomodidades a Hume, pero lo que colm¨® el vaso fue una situaci¨®n m¨¢s violenta. Mientras Rousseau estaba en el exilio, en Par¨ªs circul¨® una supuesta carta de Federico II de Prusia en la que el monarca hac¨ªa mofa del fil¨®sofo ginebrino, de quien, por lo dem¨¢s, era un devoto lector. La misiva fue una inspirada burla de Walpole y se dec¨ªa que Hume conoc¨ªa la broma y hasta contribuy¨® a ella. El revuelo que caus¨® este hecho absurdo en la vida de los dos fil¨®sofos fue enorme; Rousseau termin¨® por acusar a Hume de orquestar una conspiraci¨®n contra ¨¦l. El esc¨¦ptico escoc¨¦s se defendi¨® con ah¨ªnco llegando incluso a publicar todos los documentos relativos a la pol¨¦mica. La prolija reconstrucci¨®n del encontronazo constituye el n¨²cleo de este curioso libro.
Hay que a?adir que Rous-
seau se march¨® a Inglaterra acompa?ado de su perrito Sult¨¢n; el creador del buen salvaje, el enamorado de la humanidad, renegaba a menudo de los seres humanos particulares y sol¨ªa proclamar que el cari?o de un perro es el ¨²nico refugio seguro para quien desconf¨ªa de la hip¨®crita fidelidad de sus semejantes. Hume y Rousseau eran dos personas de temperamentos desiguales. Mientras que este ¨²ltimo se dejaba conducir por sus emociones, el otro se mostraba como un flem¨¢tico enamorado de la raz¨®n. En realidad, jam¨¢s tuvieron algo de qu¨¦ hablar. Pero lo parad¨®jico es que Hume obr¨® en su enfado con Rousseau con toda la ferocidad y demencia que hab¨ªa achacado a su antagonista: el esc¨¦ptico dej¨® de serlo para sentir como un hombre apasionado, y es que tambi¨¦n de sus obras puede conjeturarse una ominosa paradoja: que la raz¨®n es en su fuero interno dependiente y hasta "esclava" de las pasiones.
?Y el perro de Rousseau? No hay anfibolog¨ªa en el t¨ªtulo del libro: el lector descubrir¨¢ si el animalito tiene importancia en la cr¨®nica de estos hechos, anecd¨®ticos y enrevesados, pero que poseen el don -y esto es lo principal- de trasladar nuestra imaginaci¨®n a esa ¨¦poca crucial en la que respiraron personajes como James Boswell, el Dr. Johnson o Adam Smith, que tambi¨¦n despuntan en esta entretenida historia.
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