Horas bajas para la democracia
La mayor¨ªa de las sociedades democr¨¢ticas de nuestro entorno social y econ¨®mico se encuentran inmersas en una crisis de sus respectivos sistemas electorales. Las elecciones, como expresi¨®n m¨¢xima de la democracia, no parecen motivar lo suficiente a una cada vez mayor parte de la poblaci¨®n. El voto, hasta hace cuatro d¨ªas el instrumento m¨¢s valioso para ejercer la democracia y hacer realidad aquella m¨¢xima de que el poder se encuentra en el pueblo, pierde a marchas forzadas capacidad de atracci¨®n. Muchos ya ni se molestan en ir a votar y de los que sistem¨¢ticamente votan deben de ser muy pocos los que creen convencidos que a trav¨¦s del ejercicio del sufragio se ejerce efectivamente la soberan¨ªa popular. Es ya muy evidente que el voto no permite al elector participar ni tomar parte en ninguna de las discusiones y decisiones pol¨ªticas que se desarrollan a lo largo de la legislatura. Pero eso no es lo m¨¢s significativo. La agenda de ese debate est¨¢ tan llena y es tan compleja que incluso ni los partidos que se presentan a las elecciones y aspiran a recibir el voto de los ciudadanos tienen la capacidad para explicar lo que har¨¢n con ese voto, y lo que es peor, en la mayor¨ªa de ocasiones ni tan siquiera explican lo que han hecho. Eso sin considerar que en demasiadas ocasiones lo que se nos promete que har¨¢n con nuestro voto si ganan es simplemente irrealizable, como ahora nos acaba de recordar la mism¨ªsima candidata socialista francesa Sego Royal.
Nadie puede negar que el voto es hoy b¨¢sicamente un acto de fe, una acci¨®n que se asemeja a la emisi¨®n de un cheque en blanco para que el que lo reciba lo gestione como mejor le convenga, seg¨²n las circunstancias. La din¨¢mica de nuestras democracias ha llevado a tal extremo la situaci¨®n que el que recibe este aval, este cheque en blanco, ni tan siquiera se muestra interesado en establecer un v¨ªnculo m¨¢s o menos permanente con sus votantes para poder contrastar sus preocupaciones, opiniones o posiciones ante las cuestiones que le ocupan diariamente. La proximidad entre la ciudadan¨ªa y los pol¨ªticos s¨®lo hace visos de existir en las campa?as electorales y eso, al margen de ser poco educado -s¨®lo se acercan cuando esperan obtener mi apoyo-, es ya poco ¨²til, tan poco ¨²til que inexorablemente la participaci¨®n electoral va decreciendo. Un ejercicio muy interesante para ver esa evoluci¨®n electoral y evitar quedar atrapado con los datos de una sola fecha es analizar todos los porcentajes de abstenci¨®n desde 1977 hasta el pasado 27 de marzo, para todas las elecciones y dividir en dos grupos -de 1977 a 1991 y de 1992 a 2007- hacer la media de la abstenci¨®n en cada grupo y comprobar como en estos ¨²ltimos 15 a?os la participaci¨®n media ha sucumbido en m¨¢s de dos d¨ªgitos en referencia a la participaci¨®n media de los primeros 15 a?os de democracia.
La abstenci¨®n es s¨®lo la expresi¨®n del des¨¢nimo democr¨¢tico, de la desorientacion pol¨ªtica y c¨ªvica que nos invade. Es la prueba ¨²ltima de lo que dec¨ªa al inicio de este art¨ªculo; el voto ya no puede ser la piedra angular ¨²nica sobre la cual se edifica la democracia. Hay que reflotar la idea de la democracia, hay que a?adir valor y llenar de valores la propia idea de la democracia. Sin una voluntad de transformaci¨®n, la democracia pierde una parte de sus or¨ªgenes, de su raz¨®n de ser. Sin valores y proyectos colectivos la pol¨ªtica pierde ¨¦pica. Y con una democracia con poco sentido y una pol¨ªtica escasa de ¨¦pica, lo m¨¢s probable es que cada vez la pol¨ªtica ocupe y preocupe a menos gente. Este ¨²ltimo punto es importante para no errar en el diagn¨®stico y para no ofrecer falsas soluciones. La abstenci¨®n no es el problema, es la manifestaci¨®n de un problema m¨¢s profundo. Con lo cual, la soluci¨®n no puede ser s¨®lo una receta del estilo de la reforma de la ley electoral. Seamos serios; ninguna ley electoral va a solucionar el problema de la desafecci¨®n democr¨¢tica. Quiz¨¢ sea ¨¦sta una soluci¨®n espectacular y hasta cierto punto graciosa, pero que nadie espere de una articulaci¨®n de formas y mecanismos de voto, de f¨®rmulas m¨¢s o menos complejas y novedosas, la soluci¨®n al mal que nuestra democracia padece. Quiz¨¢ el sistema electoral que hoy tenemos no ayuda a que nuestra democracia trabaje mejor, pero el sistema electoral no es la causa principal del problema, con lo cual tampoco su modificaci¨®n ser¨¢ la soluci¨®n al mismo.
Falta intermedicaci¨®n entre el ciudadano y el espacio p¨²blico. Se requiere, donde ya la hay, una intermediaci¨®n distinta en forma y en contenido, m¨¢s pr¨®xima, menos ligada a expectativas de mejora particular. Se requiere, por parte de las instituciones de gobierno, una apuesta por la participaci¨®n deliberativa. Donde ya se han puesto en pr¨¢ctica, los resultados permiten ser moderadamente optimistas. La deliberaci¨®n requiere informaci¨®n y tambi¨¦n condiciones -entre las cuales el factor tiempo es esencial- para desarrollar el proceso adecuadamente. La participaci¨®n deliberativa permite evitar la superficialidad en el abordaje de los temas que caracteriza los procesos electorales. Permite tambi¨¦n la creaci¨®n de consensos amplios sin los cuales la pol¨ªtica contempor¨¢nea se ve encaminada a la confrontaci¨®n y al fracaso. Ganar¨ªamos todos si en el ejercicio de la participaci¨®n pol¨ªtica se simplificaran y redujeran espacios de participaci¨®n y se dotara de verdad a los espacios de participaci¨®n que existiesen de capacidad deliberativa y opini¨®n preceptiva previamente a que las instituciones p¨²blicas tomaran las decisiones.
Quiz¨¢ as¨ª se conseguir¨ªa que esa distancia entre lo que ocupa a las instituciones y a los pol¨ªticos y lo que preocupa a la gente se redujera. En cualquier caso est¨¢ bien que preocupe la abstenci¨®n, pero que nadie olvide que el problema primordial no lo tenemos caprichosamente el d¨ªa de la jornada electoral, sino el resto de los 1.459 d¨ªas de la legislatura.
jspicanyol@hotmail.com
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