Taladradora
La investigaci¨®n y la denuncia tienen su propio sensacionalismo, y eso se confirm¨® con el estreno de El ojo p¨²blico del ciudadano (TVE). Lo presenta Juan Ram¨®n Lucas, que tiene la profesionalidad necesaria para transmitir voluntad de servicio p¨²blico, pero que enfatiza tanto la trascendencia de este libro de reclamaciones televisivo con sobreactuados mohines y profundos suspiros-espect¨¢culo que pierde credibilidad a medida que transcurre el excesivo metraje del invento. Hay un tema principal de denuncia (los desmanes de la cirug¨ªa est¨¦tica), y otros colaterales (las leyendas urbanas referidas a las bebidas energ¨¦ticas). Para el tema estrella se apuesta por la c¨¢mara oculta, la denuncia con nombres y apellidos y el derecho a r¨¦plica de quienes hayan sido pillados in fraganti. Semejante esfuerzo de sociolog¨ªa del consumidor se ali?a en una de esas mesas de debate tan t¨ªpicas de la televisi¨®n actual, en la que los convocados tienen poco tiempo para argumentar por qu¨¦ se ven permanentemente interrumpidos por promociones futuras, llamadas a la participaci¨®n, reportajes de relleno, conexiones, recordatorios de lo que ocurrir¨¢ dentro de unos minutos (similares a los de Aqu¨ª hay tomate en su concepci¨®n tremendista) y, por supuesto, insufribles cortes de publicidad. El tr¨¢fico de silicona y los escasos principios ¨¦ticos de algunos intrusos en la cirug¨ªa pl¨¢stica alimentaron el grueso del programa, con testimonios veros¨ªmiles y escalofriantes. Y, para que el trago no fuera demasiado duro, se ameniz¨® el tema con experimentos como someter una pr¨®tesis de silicona a tropocientos kilos de presi¨®n y esperar a que reviente. Resultado: revent¨®. La ambici¨®n de este Ojo p¨²blico del ciudadano se concreta, adem¨¢s, en una taladradora itinerante en la que los espa?oles pueden dejar sus reclamaciones susceptibles de ser convertidas en programa. No descarten, pues, que algunos de los telespectadores insatisfechos acudan a la taladradora a quejarse, entre otras cosas, de la taladradora. La denuncia bien entendida empieza por uno mismo.
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