Un buen trabajo
Un buen trabajo sobre un desastre. Hace unas semanas un profesor de literatura de instituto hizo llegar a mis manos el trabajo realizado por una estudiante de 17 a?os sobre las lecturas que hab¨ªa realizado durante la ESO y el bachillerato. "Lo entender¨¢s todo", me dijo el profesor, "con respecto a lo que sucede en la universidad" y a la mentalidad inculcada a nuestros j¨®venes.
Era un trabajo brillante, en especial si tenemos en cuenta la juventud de su autora, a la que llamaremos, para guardar el anonimato, Isabel. Isabel hab¨ªa elegido como ¨¢mbito de estudio su propia escuela, un colegio privado de Barcelona con una larga tradici¨®n; aunque teniendo en cuenta en todo momento los criterios exigidos por la Generalitat. En el ap¨¦ndice del volumen se especificaban minuciosas estad¨ªsticas sobre los h¨¢bitos de lectura de los alumnos, as¨ª como sobre las normas de lectura vigentes, en parte impuestas por las autoridades pol¨ªticas, en parte asumidas por los directivos del colegio. Isabel no se privaba de hacer algunos comentarios, la mayor¨ªa de ellos sensatos y valientes.
Se lee poco y lo que se lee es mediocre y pensado para lectores mediocres
Las conclusiones eran demoledoras incluso a los ojos de la propia autora. De entrada se observaba que entre los 13 y los 17 a?os se produc¨ªa una dr¨¢stica disminuci¨®n de la lectura entre los alumnos consultados. A los 13 a?os, tres cuartas partes de los ni?os le¨ªan algo con cierta frecuencia; a los 17, m¨¢s de la mitad de los adolescentes se vanagloriaban de no leer absolutamente nada, mostr¨¢ndose, adem¨¢s, desinteresados por el tema. Esta parte del trabajo de Isabel informaba muy bien de la evoluci¨®n de los j¨®venes.
Sin embargo, tambi¨¦n era interesante el apartado del estudio impl¨ªcitamente dedicado a los padres puesto que, al interesarse la autora por la procedencia de los libros le¨ªdos por los estudiantes, las respuestas se?alaban inequ¨ªvocamente hacia el analfabetismo paterno: s¨®lo un 3% de los libros part¨ªan de una biblioteca familiar, de manera que el resto eran comprados "porque figuraban en la bibliograf¨ªa". De seguir los n¨²meros planteados por Isabel, los hijos le¨ªan poco y los padres menos a¨²n.
Con todo, el cap¨ªtulo esencial del trabajo era el que se refer¨ªa al tipo de lecturas al que acced¨ªan los estudiantes. Dicho de otro modo: ?c¨®mo subsanan las autoridades pol¨ªticas y escolares las consecuencias de la incultura familiar que rodea a los j¨®venes? Isabel explicaba que hasta hace unos pocos a?os la Generalitat eleg¨ªa las lecturas y ahora propone un cierto n¨²mero de ellas, entre las que el colegio selecciona unas cuantas.
De la lista detallada en el ap¨¦ndice se pod¨ªan sacar muchos datos que daban respuesta a la confusa inc¨®gnita sobre cu¨¢les son las lecturas de los estudiantes en la escuela y a por qu¨¦ en la universidad, por lo general, se juzga como catastr¨®fica la formaci¨®n literaria de los alumnos reci¨¦n ingresados. En las conclusiones del trabajo de Isabel, l¨²cida, no se privaba de establecer un diagn¨®stico: se lee poco y lo que se lee es mediocre y pensado para lectores mediocres.
Esto ¨²ltimo llama la atenci¨®n. Isabel se irrita porque al entrevistar a profesores de su colegio ¨¦stos le confirman que para ellos un adolescente es una especie de ser infantiloide al que s¨®lo se pueden recomendar lecturas "breves", "entretenidas" y, a poder ser, con un "soporte cinematogr¨¢fico", o sea, que exista una pel¨ªcula que, en realidad, sustituya la terrible lectura del libro.
Si debemos hacer caso de la lista que cita Isabel -f¨¢cilmente comprobable, por otra parte-, esta acusaci¨®n de infantilismo estar¨ªa justificada. En t¨¦rminos generales, las lecturas en los distintos cursos siempre parecen ir por detr¨¢s del contacto con la vida que tienen los j¨®venes. A los 16 o 17 a?os, y aun antes, los estudiantes no creo que encuentren gran est¨ªmulo vital y espiritual en esa masa de libros infantiles y juveniles que aparentan ser el gran recurso de las autoridades, adem¨¢s de un muy pr¨®spero negocio (les recomiendo que examinen las editoriales y autores involucrados en ¨¦l). A esa edad quiz¨¢ ser¨ªa el momento en que los j¨®venes aficionados a la lectura -pocos o muchos- tuvieran a disposici¨®n un buen Stevenson, un buen Tolstoi, un buen Balzac y, por qu¨¦ no, un buen Kafka.
Pero esto, se?ores, es imposible. Si los alumnos del colegio de Isabel -un colegio, como he dicho, de gran tradici¨®n- quieren leer a estos autores deber¨¢n buscarlos en otra parte porque en dicho centro, y durante todo el bachillerato, no se admite literatura universal, sino s¨®lo local. Ni siquiera han sido admitidos dos libros tan fundamentales en la historia de la humanidad como El Alquimista de Coelho o El C¨®digo da Vinci de Brown, gentilmente ofrecidos por la Generalitat como ejemplos de imprescindible literatura internacional. A Isabel le hubiera gustado poder leer algo m¨¢s a lo largo de estos a?os, pero esto, sencillamente, no estaba previsto. Ni era aconsejable.
Y entonces, en cierto sentido, se entiende que a los 17 a?os los lectores de libros sean la mitad o menos que a los 13. Si a uno no le ofrecen leer La isla del tesoro, Gargant¨²a y Pantagruel, Robinson Crusoe, Lord Jim o La Metamorfosis -por no decir los dificil¨ªsimos textos de Cervantes o Llull, para los que nunca se tiene la edad adecuada- y, por el contrario, le exigen la lectura de Fulano y de Zutano, eminentes ¨²nicamente para los comisarios literarios, casi es mejor abandonar y dedicarse a otra cosa.
Yo de ti, Isabel, enviar¨ªa el trabajo tan bueno que has hecho a las autoridades. Al menos, por una vez, oir¨¢n una voz aut¨¦ntica.
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