Los dos archipi¨¦lagos
La especiosa distinci¨®n entre las soluciones jur¨ªdicamente legales y las f¨®rmulas -adem¨¢s- democr¨¢ticamente leg¨ªtimas aplicadas a los problemas pol¨ªticos susceptibles de respuestas diferentes suele ser un ardid argumental empleado o rechazado de manera instrumental por los partidos seg¨²n los intereses que defienden en cada caso. Las alianzas de gobierno tras unas elecciones que no hayan puesto sobre el pav¨¦s a un inequ¨ªvoco ganador por mayor¨ªa absoluta son materia propicia a ese tipo de debates: el tono altisonante de las cuestiones de principio utilizado por la formaci¨®n que cruza primero la l¨ªnea de llegada -aun sin lograr el 51% de los esca?os- para justificar su derecho a ocupar el poder es abandonado en favor de la l¨®gica del pluralismo tan pronto como la suerte sonr¨ªe a su principal adversario en la carrera hacia las urnas.
Esa capacidad casi histri¨®nica de los portavoces de los partidos para lanzar con el mismo celo catilinarias de contenido diametralmente opuesto -en funci¨®n de que se sientan beneficiados o perjudicados por la pol¨ªtica de alianzas distribuidora del poder- ha tenido oportunidad de manifestarse con todo su esplendor tras los recientes comicios del 27-M. En el terreno municipal, los ejemplos son tan abundantes que su cita pormenorizada ocupar¨ªa un list¨ªn telef¨®nico; el mapa auton¨®mico permite mostrar la aplicaci¨®n de esa doble vara de medir con mayor econom¨ªa. El PP logr¨® la mayor¨ªa absoluta parlamentaria en 5 de las 13 comunidades cuyas asambleas fueron renovadas el pasado 27-M: Murcia (58,5% de los votos v¨¢lidos emitidos), Madrid (53,3%), Valencia (52,2%), Castilla y Le¨®n (49,4%) y La Rioja (48,7%). Por su lado, el PSOE obtuvo ese tipo de refrendo que acaba con cualquier discusi¨®n posible en Extremadura (52,9%) y Castilla-La Mancha (51,9%). En la tierra de nadie quedaron los seis territorios restantes, repartidos a medias entre los dos grandes partidos -con o sin marcas locales- de ¨¢mbito estatal: mientras los socialistas alcanzaron la mayor¨ªa simple en las asambleas de Asturias (41,5%), Arag¨®n (41,1%) y Canarias (34,7%), los populares consegu¨ªan la victoria relativa en Baleares (46,0%), Navarra (42,3%) y Cantabria (41,5%).
A la vista de los resultados del 27-M, el presidente del PP propugn¨® con car¨¢cter general el otorgamiento de la presidencia auton¨®mica a la candidatura m¨¢s votada: el cambio de Baleares por Canarias era el subtexto del mensaje. Teorizada la propuesta como un principio ¨¦tico-pol¨ªtico de sumisi¨®n a la voluntad popular, las motivaciones pragm¨¢ticas de esa pretensi¨®n resultan obvias. Desde la refundaci¨®n de Alianza Popular en 1989, las candidaturas del partido conservador han venido consiguiendo el anhelado pleno de los votos potenciales de la extrema derecha, la derecha y el centro-derecha que les permite alcanzar la mayor¨ªa relativa -cuando les falla la absoluta- en buen n¨²mero de circunscripciones. Perjudicados los populares por las intemperancias verbales y el energumenismo apocal¨ªptico de que han hecho gala sus portavoces a lo largo de esta legislatura, los socialistas disponen de una capacidad superior de coalescencia con otros partidos. Aunque la luna de miel entre Aznar y Anguita permiti¨® a los populares boicotear en 1995 la continuidad de los ayuntamientos de izquierda, el PP ha visto frenados en seco sus acercamientos a IU desde la llegada de Llamazares.
En teor¨ªa, las alianzas de los populares con los nacionalistas deber¨ªan ser nefandas. Sin embargo, la decisi¨®n del PP de entregar a Coalici¨®n Canaria (CC) la presidencia del archipi¨¦lago atl¨¢ntico a cambio de participar en el Gobierno no s¨®lo implica una oportunista renuncia al sagrado principio de la lista m¨¢s votada: los populares deber¨¢n tragarse adem¨¢s su empecinado boicoteo a la reforma del Estatuto de Canarias. Por lo dem¨¢s, el entendimiento del PP con CC pone de relieve que la tremolante ret¨®rica espa?oleadora -a lo Federico Garc¨ªa Sanchiz- de sus portavoces est¨¢ s¨®lo dirigida al macizo de la raza. No es una novedad: los militantes del PP que coreaban el detestable pareado ?Pujol, enano, habla castellano! la noche de las elecciones de 1996 recibir¨ªan la sorpresa de que Aznar fuera investido presidente del Gobierno con los votos de CiU, PNV y CC: el mismo escenario con que sue?a Rajoy si no logra la mayor¨ªa absoluta en las pr¨®ximas generales.
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