La camisa de Panchito y el libro maldito
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Hablaba uno de los abogados defensores. Y Abdelilah el Fadoual, denominado Panchito por su baja estatura y su figura escuchimizada, se meneaba mucho en la habitaci¨®n blindada. Cualquiera que le observara, con su camisa de rayas planchadita y su pantal¨®n blanco, con sus sandalias y sus movimientos nerviosos de cabeza, adivinaba que pronto iba a ser su turno. O m¨¢s exactamente, el de su abogado, Jos¨¦ Luis Laso, y su alegato final.
Abdelilah el Fadoual est¨¢ acusado de colaborar con banda armada, y sobre ¨¦l ha pesado siempre la sospecha. No en vano ha sido, durante muchos a?os, amigo del alma y de trapicheos de hach¨ªs y coches de Jamal Ahmidan, El Chino, uno de los cabecillas de la c¨¦lula terrorista, que se suicid¨® en Legan¨¦s.
Termin¨® el abogado que preced¨ªa al suyo, y Panchito, nervioso, sali¨® del habit¨¢culo blindado para escuchar fuera, en primera fila.
Mientras Abdelilah o¨ªa atentamente, Rachid Aglif, El Conejo, otro de los encarcelados, consultaba en una enciclopedia de bolsillo el significado de alguna palabra en espa?ol.
La c¨¢mara de la sala enfoc¨® a Panchito. Entonces muchos de los asistentes veteranos, los que han presenciado todas las sesiones de este juicio, recordaron cuando, hace meses, este hombre diminuto de espa?ol enrevesado testific¨® ante el tribunal. Result¨® un experto en escabullirse de las preguntas de los fiscales a base de largas parrafadas perifr¨¢sticas y vueltas y revueltas a unas frases ya de por s¨ª retorcidas que acabaron desesperando al juez. "No se enfade, se?or", rogaba Panchito.
Lleg¨® incluso a arrancar sonrisas de entre el p¨²blico. Fue de las escasas veces en que en esta sala, escenario de declaraciones espeluznantes y de momentos de horror sin disimulos, hubo gente que ri¨®.
Ayer, Panchito no habl¨®. Su abogado, de oficio, se esforz¨® en dejar claro que su cliente no era un gran traficante -"si no, este abogado no ser¨ªa de oficio"-, en que su ¨²nica culpa hab¨ªa consistido en seguir siendo amigo de su amigo, Jamal Ahmidan, el resolutivo yihadista que viaj¨® a Asturias a por la dinamita. Ser¨¢ el tribunal el que decida si Panchito es lo que parece (un ratero con cierta gracia, dotado para el arte de sobrevivir) o si esconde con habilidad, como asegura la fiscal¨ªa, un trasfondo oscuro de islamista extremo.
Termin¨® este abogado. Panchito ingres¨® en la pecera. Le toc¨® el turno a Isabel Garc¨ªa Moreno, la defensora de Mohamed Bouharrat, que aludi¨®, a lo largo de su alocuci¨®n, a los libros encontrados en los escombros del piso de los suicidas de Legan¨¦s. Libros con muchas huellas digitales que han servido de pruebas incriminatorias.
El Conejo mir¨® entonces de cerca su enciclopedia de bolsillo como el que descubre a un enemigo.
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