Ser y no ser
El pr¨ªncipe negro -decimoquinta novela de la irlandesa Iris Murdoch (1919-1999)- est¨¢ considerada, junto a El mar, el mar y The Good Apprentice como una de sus obras m¨¢s perfectas. Alabada por A. S. Byatt, por Martin Amis (quien, de alg¨²n modo, la homenajea en La informaci¨®n), por William Golding y por el especialista en la escritora y bi¨®grafo Peter J. Conradi, El pr¨ªncipe negro -publicada en 1973- posiblemente sea su obra m¨¢s literaria en el sentido que su trama desborda de escritores, de unos que quieren escribir y no pueden, y de otros que desear¨ªan no haber le¨ªdo ciertas p¨¢ginas prohibidas mientras, por encima de todos ellos, flota la sombra oscura de cierto joven e inestable pr¨ªncipe dinamarqu¨¦s.
EL PR?NCIPE NEGRO
Iris Murdoch
Pr¨®logo de ?lvaro Pombo
Traducci¨®n de Camila Batlles
Lumen. Barcelona, 2007
568 p¨¢ginas. 23 euros
El pr¨ªncipe negro es tambi¨¦n un tan profundo como gracioso -en el sentido de que est¨¢ pensado y escrito en estado de gracia- ensayo sobre el ¨¦xtasis de la envidia, la estupidizante sublimaci¨®n del amor y las demandas de un oficio peligroso en m¨¢s de un sentido. Y en el centro de su escenario, dos narradores se baten a duelo: el casi crepuscular y "serio" Bradley Pearson (poco confiable narrador del asunto y, a partir de los extractos que se nos ofrecen no tan "profundo" como ¨¦l piensa) y el m¨¢s joven y m¨¢s exitoso y "ligero" Arnold Baffin (los t¨ªtulos de sus libros parecen aludir, burlonamente, a varios de Murdoch) con quien el primero, su "descubridor", ha venido manteniendo una relaci¨®n compleja y tensa. V¨ªnculo que se complica a¨²n m¨¢s cuando Baffin llama a Pearson -retirado del mundanal ruido e intentando, en vano, escribir su obra maestra- para comunicarle que cree que ha asesinado a su esposa, y Pearson, enseguida, se enamora perdidamente de la un tanto andr¨®gina e inasible Ariel, hija de Baffin. Lo que sigue -cabe esperarlo- es uno de esos fren¨¦ticos vaudevilles intelectuales marca de la casa y ah¨ª est¨¢ una de las m¨¢s grandes escenas en todo el canon murdochiano: Pearson abandonando precipitadamente una representaci¨®n de Der Rosenkavalier para vomitar por amor en los escalones de la ¨®pera.
He aqu¨ª una -otra- novela
de ideas que no se conforma con ser nada m¨¢s que eso decidiendo, adem¨¢s, ser un tratado de ideas sobre la novela, sobre lo que hay de cierto en ella y sobre las mentiras que all¨ª se nos cuentan. As¨ª, un pr¨®logo del editor y otro del autor (de Bradley Pearson) y un pu?ado de ap¨¦ndices donde estos dos junto al resto de los dramatis personae (las mujeres de la historia, las esposas y amantes y hasta el an¨¢lisis psicol¨®gico de un especialista) comentan y cuestionan y corrigen y contradicen lo que se acaba de leer.
Y una vez m¨¢s todo parece estar m¨¢s que bien apoyado sobre la "compleja sencillez" de mecanismos shakespeareanos -la fil¨®sofa Murdoch probablemente sea la autora que mejor ha comprendido y aprendido de sus t¨¦cnicas y de su inteligencia aplicados a los resortes de la gran novela decimon¨®nica- y de ah¨ª que una raps¨®dica lecci¨®n sobre Hamlet constituya la columna vertebral de la novela. Es all¨ª cuando Bradley Pearson brilla como nunca, ilumina al lector con un pu?ado de teor¨ªas que van de lo inspiradamente sublime a (seg¨²n confes¨® Murdoch en una entrevista) lo sofisticadamente absurdo. Y donde, en el frenes¨ª centr¨ªfugo de las pasiones desatadas pero enredadas, comprendemos lo que intenta ense?arnos una de las mujeres m¨¢s sabias que jam¨¢s hayan escrito en este planeta. De proponerse el dilema hamletiano como un test estilo multiple choice -de ordenarse sus posibilidades como a) Ser, b) No ser y c) Ambas posibilidades- lo que parece se?alarnos Iris Murdoch, con la m¨¢s maliciosa de las sonrisas, es un c¨®mo es posible que no nos atrevamos, siempre, a elegir y a divertirnos tanto, abrazando muy fuerte, con una intensidad cl¨¢sica a la vez que revolucionaria, la tercera opci¨®n.
Tal vez por eso, demasiado
tarde pero justo a tiempo, las casi ¨²ltimas palabras de Bradley Pearson -antes de preguntar c¨®mo termina Der Rosenkavalier, so?ando ag¨®nicamente con haber sido otra clase de escritor- sean "desear¨ªa haber escrito La isla del tesoro".
Mala suerte para ¨¦l, buena suerte para uno. Una vez m¨¢s -de nuevo en Iris Murdoch, en una escritora que es una afortunada isla para los lectores rodeados por un oc¨¦ano donde sobran los piratas-, el tesoro est¨¢ aqu¨ª.
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