King Kong: el pelo integral
"Lo quinto, no toque sin causa justa a
otros en las manos, rostro, ni cabeza,
aunque sean criaturas, ni halague a otros
animales, que con la blandura de sus
cabellos suelen, no pocas, veces,
causar deleites sensuales"
Tratado de mortificaci¨®n,
1778
Cu¨¢l es la bestia m¨¢s bella (exceptuando a la ballena)? Evidentemente, el gorila (hombre velludo para los griegos), bestia redimida por un beso de la bella, violador suntuoso de la calle Morgue (Poe lo crea en su cuento y el uruguayo Horacio Quiroga lo reproduce con delicuescencia en sus libros modernistas), m¨¢ximo exponente de la zooerastia sagrada, mejor que el cisne para Leda, s¨ªmbolo de perversidad para Kraft-Ebbing, falla de Sade y preocupaci¨®n de Freud, cuando fumaba una pipa encajada entre las barbas.
"Es enorme, como es enorme el tibur¨®n que devora jovencitas y ni?os o el terremoto que acaba con una ciudad y con Ava Gardner"
?Qui¨¦n supera a King Kong en esta descendencia mitol¨®gica? ?Puede concebirse algo m¨¢s sensual que un enorme monstruo enteramente cubierto de pelo? La industria cinematogr¨¢fica norteamericana lo perfeccion¨®, acoplando la inmensa maquinaria -necesaria para ponerlo en movimiento-, al pa¨ªs que se precia de tener las cosas m¨¢s grandes del mundo, al pa¨ªs que todo lo mide con el superlativo: King Kong es enorme, como es enorme el tibur¨®n que devora jovencitas y ni?os o el terremoto que acaba con una ciudad y con Ava Gardner. Sus afinidades con el gigantismo del discurso publicitario y los medios modernos de comunicaci¨®n y difusi¨®n son evidentes:
King Kong tiene doce metros de alto
King Kong pesa seis toneladas y media
King Kong y su esqueleto se asientan en 950 metros de acero y 1.400 metros
de hilos el¨¦ctricos
King Kong puede hacer que sus brazos
adopten diversas posiciones
King Kong permite que su expresividad gestual sea manejada por veinte opera dores controlados a su vez por una m¨¢ quina electr¨®nica.
(Los datos reci¨¦n resumidos pertenecen a la segunda versi¨®n cinematogr¨¢fica, la de 1976).
La primera versi¨®n es casi antropol¨®gica y fue concebida por Merian C. Cooper y Ernest Schodsack, quienes, despu¨¦s de visitar ?frica (como Hemingway) para filmar escenas de sus pel¨ªculas y estudiar las costumbres de los gorilas, concibieron un simio gigantesco que sembrar¨ªa el p¨¢nico en las calles de una metr¨®poli moderna. Este fant¨¢stico ser desencadena violencias y es casi otra pel¨ªcula -y macabra- la historia del suicidio de la mujer de Cooper despu¨¦s de haber matado a sus dos hijos (aqu¨ª interviene otro mito, menos poblado, el de Medea), justo la v¨ªspera de que se exhibiese la secuela obligada de la primera pel¨ªcula, El hijo de King Kong (seguramente hijo de una bestia y no de la bella como Tarz¨¢n). Nuestro King Kong actual tiene tambi¨¦n su secuela (?o escuela?): El regreso de King Kong.
?Puede concebirse mayor gozo er¨®tico para una muchacha rubia -limitada al desolado universo del unisex- que un var¨®n de pelo en pecho cuyo pelo recorra todo su cuerpo? No contin¨²a diciendo el famoso Tratado de la Mortificaci¨®n antes mencionado:
...siendo el sentido del tacto el m¨¢s
pr¨®ximo al apetito sensitivo, es
seminario de todos los deleites sensuales,
y as¨ª es necesario mortificar los
des¨®rdenes y abusos que acerca de ¨¦l
pueda haber?
Si es sensualidad prohibida acercarse al blando pelo de un delicado animal que despierta la concupiscencia y la Iglesia proh¨ªbe, transgredir ese Tratado de la Mortificaci¨®n magnificando lo t¨¢ctil -como lo hacen los creadores del mito de King Kong (para deleite on¨ªrico de las damiselas de las metr¨®polis modernas)- es recalcar lo primitivo, agigantar el grito de un discurso arcaico polarizado alrededor de la forma espectacular que ostenta con violencia una desnudez poblada de cabello y una sensibilidad acrecentada hasta el delirio. King Kong resurge con su mata de pelos gigantesca destruyendo con su sola y magn¨¦tica presencia cualquier tratado de mortificaci¨®n que insista en desterrar el pecado del tacto; tambi¨¦n, como nostalgia de esa peligrosa excitaci¨®n que ha ido corrompi¨¦ndose en el diario manoseo de una sexualidad pulverizada.
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