El abanico volador
EL PICCOLO ha recalado, por cuatro d¨ªas, en el Nacional barcelon¨¦s con Il ventaglio, dirigido por Luca Ronconi. Goldoni escribi¨® su fant¨¢stica comedia en Par¨ªs, en 1763. Estaba harto de los venecianos, que no hab¨ªan apreciado sus ¨²ltimas comedias, y de las intrigas del mundillo teatral, pero no de Venecia, de una Venecia mental, sentimental, paradigma de una Italia que ya empezaba a desaparecer: la imagen de una plaza tranquila, un campiello, con tiempo por delante y alrededor, donde los peque?os menestrales se sentaban a charlar y dejar pasar la tarde. Un poco como el irrecuperable y ben¨¦volo coin de rue que reinvent¨® Tati en Mon oncle. Venecia o Case Nuove, el pueblecito de Mil¨¢n donde transcurre El abanico, eran para Goldoni como G¨¦nova para Paolo Conte: un'idea come un'altra. Los nost¨¢lgicos se pasan la vida despidi¨¦ndose. Goldoni se despide de Venecia con Una de las ¨²ltimas tardes de carnaval y vuelve a despedirse en Par¨ªs con El abanico. Primero es un gui¨®n, traducido por Mesl¨¦ para los Com¨¦diens Italiens, que ya poco tienen que ver con la extraordinaria compa?¨ªa de Riccoboni, el actor favorito de Marivaux. S¨ª, le piden un gui¨®n, un "tratamiento", como los productores actuales. Est¨¢n fatigados, ab¨²licos. No quieren, le advierten, aprenderse demasiado texto, as¨ª que Goldoni les corta un traje a la medida. Una forma nueva, entre el realismo y la pantomima cel¨¦rica, a caballo entre Un curioso incidente, aquella farsa tan parecida a una pendiente por la que todos resbalaban, o el controlad¨ªsimo caos de Los alborotos de Chioggia. Escenas cortas, con un lenguaje desnudo, nervioso, esencial, e incluso mudas. Hablando de Tati, El abanico comienza con una "estampa sin palabras", s¨®lo ruidos, como si estuvi¨¦ramos en el pueblecito de Jour de f¨ºte o en el hotel de Las vacaciones de Mr. Hulot. Y abre el tercer acto con m¨¢s de lo mismo, casi en clave de slapstick. A los pu?eteros c¨®micos no les convenci¨® la propuesta. Goldoni desarroll¨® su gui¨®n, en italiano, y envi¨® la obra a Venecia (mensaje en botella: sigo vivo, no os olvido), donde vio la luz en 1765, en el Teatro San Luca, con gran ¨¦xito. Paradojas de la vida. Y del teatro.
Sobre El abanico, dirigida por Luca Ronconi, en el Nacional de Catalunya
Ronconi ataca la obertura como si la plaza de Case Nuove fuera una detenida foto en sepia, una caja de cristal en un museo de marionetas. Preciosa idea, preciosa escenograf¨ªa "abierta" de Margherita Palli: una 13 Rue del Percebe horizontal. La botica de Timoteo, la mercer¨ªa de la se?ora Susana, la zapater¨ªa de Crespino, el caf¨¦ de Lemoncino. A la izquierda, el balc¨®n de la se?ora Geltruda y su sobrina C¨¢ndida. La m¨¢quina, lentamente, se pone en marcha, y todo comienza a agitarse hasta el frenes¨ª. El amor entre C¨¢ndida (Pia Lanciotti) y Evaristo (Raffaele Esposito) se rompe por ese abanico que pasa de mano en mano, de la ma?ana al atardecer, provocando una cadena de malentendidos, miedos, codicia, celos y venganzas. Ronconi hace volar el abanico, como la mariposa que, seg¨²n la teor¨ªa del caos, acaba generando huracanes con su min¨²sculo aleteo. Huracanes an¨ªmicos y literales: casi al final del espect¨¢culo, un vendaval descorre telones y vuelca sillas para revelar, sard¨®nicamente, que estamos en un espacio cerrado, un invernadero donde no puede correr el aire: la caja de cristal que intuimos al comienzo. Una "idea de director", un' idea come un'altra, quiz¨¢s un tanto forzada pero condenadamente brillante. El abanico, remacha Ronconi, es un obvio pretexto argumental, un mecanismo para mover la m¨¢quina, como los pendientes de Madame De, o el otro abanico famoso, el de Lady Windermere, que tambi¨¦n ha sido un exitazo, esta misma temporada, en el Nacional. Diferencia b¨¢sica: lo que en Wilde era artificio para detonar juegos de ingenio, en Goldoni es el magnesio de los primeros fot¨®grafos, que atrapa y retrata un viv¨ªsimo y m¨²ltiple microcosmos de trabajadores, peque?os burgueses, arist¨®cratas decadentes. En ese ¨²ltimo negociado, un personaje extraordinario: el conde de Rocca Marina, quiz¨¢s un homenaje al Trivelin de Marivaux, que acababa de morir cuando Goldoni lleg¨® a Par¨ªs. Un Trivelin mucho m¨¢s dulce y melanc¨®lico, sin la turbia ferocidad del franc¨¦s. Un so?ador, p¨ªcaro pero conmovedoramente ingenuo; alcahuete con delirios de grandeza que no enga?an a nadie y que todos toleran. Es el verdadero mediador del relato, y est¨¢ claro que a Goldoni le cae simpatiqu¨ªsimo. Le dibuja con un humor sutil, le salva de todas las quemas posibles. Tres siglos m¨¢s tarde hubiera sido el general Della Rovere. O Tot¨®, arist¨®crata y hambriento, en cualquier comedia de Eduardo de Filippo. Me enamor¨¦ del conde y de su portentoso int¨¦rprete, Massimo de Francovich. No me cansaba de mirarlo y de escucharlo. De Francovich ha trabajado con Gassman, con Zefirelli, y con Ronconi desde 1990. No es rara su singular especializaci¨®n en el teatro de Svevo: ser¨ªa el perfecto protagonista de Senilit¨¢. Contemplaba a De Francovich interpretando al conde de Rocca Marina y ve¨ªa al viejo Rafael Alonso, con un toque de la gentil extravagancia de Luis Escobar. Hay una gran diferencia en este espect¨¢culo entre el trabajo de los seniors como De Francovich o la gran Giulia Lazzarini (la se?ora Geltruda), pausado, claro y elegante (cl¨¢sico, en una palabra) y el de los j¨®venes, excelentes tambi¨¦n, pero forzados a una interpretaci¨®n casi expresionista, una arlequinada violenta. ?Claro que los encuentros entre Evaristo y Gianinna (Federica Castellini) suscitan malentendidos, si convierten cada di¨¢logo neutro en un revolc¨®n! No creo que eso le convenga a la pieza. Me convenc¨ªan m¨¢s las puestas de Strehler, su naturalismo minucioso y siempre sensual. O la agridulce filigrana, tan cercana a Ch¨¦jov, de Llu¨ªs Pasqual en la inolvidable Una de las ¨²ltimas tardes de carnaval. Pasqual, por cierto, cerrar¨¢ el Grec a lo grande con otro Goldoni, La famiglia dell'antiquario, su montaje con el Teatro Stabile del Veneto, estrenado en la ¨²ltima Bienal, y que del 26 al 29 de julio llega al Romea, con escenograf¨ªa y vestuario de Enzo Frigerio y Franca Squarciapino. En veneciano (subtitulado), claro.
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