Confesiones de un asesino a sueldo de la Mafia
De c¨®mo las familias decidieron eliminar a Galante, y de c¨®mo Kuklinski le vaci¨® los cargadores de dos pistolas 357
La familia Gambino intervino en el asesinato del c¨¦lebre Carmine Galante tras una historia larga y complicada, llena de peripecias, de traiciones y de personajes pintorescos.
Carmine Galante era "un mam¨®n duro", en palabras de un jefe rival. Hab¨ªa nacido en Riva del Gotta, en Sicilia. De joven ten¨ªa el pelo negro, espeso y ondulado, y ojos oscuros y negros de depredador. Galante ascendi¨® por el escalaf¨®n de la Mafia por las malas, rompiendo cabezas y matando a gente alegremente por el camino. Hab¨ªa empezado a relacionarse con la Mafia trat¨¢ndose con Vito Genovese, quien, seg¨²n creen muchos, inspir¨® a Mario Puzo su personaje inmortal, Don Vito Corleone.
El joven Galante hab¨ªa sido asesino a sueldo de Genovese. Cuando alguien ten¨ªa que morir, Genovese enviaba a Galante. Genovese era un fascista convencido, admirador ardiente de Benito Mussolini, y mand¨® a Galante que matara a un periodista italiano, Carlo Tresca, que escrib¨ªa en Il Progresso y criticaba abiertamente a Mussolini. Galante le peg¨® cuatro tiros.
El Hombre de Hielo.
Editorial Edaf
Richard Kuklinski falleci¨® en marzo de 2006, a los 80 a?os, en la prisi¨®n de Trenton (Nueva Jersey), donde cumpl¨ªa varias cadenas perpetuas. Presum¨ªa de haber matado por encargo de la Mafia a m¨¢s de 200 personas. Era tan fr¨ªo que le llamaban 'El Hombre de Hielo'.
Era una ocasi¨®n hist¨®rica, la primera vez que una comisi¨®n plenaria, por unanimidad, ordenaba la muerte del jefe de una familia. Era el verano de 1979
Pero, con el tiempo, Galante ingres¨® en la familia Bonanno del crimen organizado, y no en la de Genovese. Joe Bonanno era un hombre mucho menos inestable y violento que Genovese, pero tambi¨¦n se serv¨ªa de Galante para que llevara a cabo asesinatos cuando era necesario.
A principios de la d¨¦cada de los cincuenta, Joe Bonanno envi¨® a Galante a Montreal. Aunque Bonanno condenaba abiertamente el tr¨¢fico de drogas, puso a Galante al frente de los negocios de la familia Bonanno en Montreal (extorsi¨®n, usura...), y Galante hizo de Montreal (con el benepl¨¢cito t¨¢cito de Bonanno) el puerto principal de llegada a Norteam¨¦rica de la hero¨ªna procedente de Marsella, fomentando y potenciando la llamada French Connection. As¨ª fue ascendiendo Galante en la familia Bonanno, y en 1962 ya era jefe de la familia. Galante se cre¨ªa por encima de la ley, de manera muy semejante a Roy DeMeo; pero tuvo tropiezos con la justicia, lo detuvieron en Brooklyn por tr¨¢fico de drogas y lo mandaron a la sombra veinte a?os. Cuando estaba en la c¨¢rcel, un psiquiatra dictamin¨® que Galante era un psic¨®pata (menudo descubrimiento), y, desde la c¨¢rcel, Galante prepar¨® y planific¨® su ascensi¨®n hasta el puesto m¨¢s alto de la Cosa Nostra: capi crimini /capo di tutti capi, el jefe de todos los jefes.
En la c¨¢rcel, Galante, que era duro como las piedras, provocaba a los presos negros corpulentos, se pon¨ªa por delante de ellos en la cola de la comida dici¨¦ndoles: "Qu¨ªtate de en medio, puto negro". Desde all¨ª hizo saber abiertamente que pensaba tomar el mando de la familia Bonanno, que pensaba hacerse capo di tutti capi. Por entonces, Carlo Gambino era el jefe de todos los jefes, y Galante sol¨ªa decir a todos los que le prestaban atenci¨®n que pensaba quitarse de en medio a Gambino, que Gambino ten¨ªa miedo hasta de su sombra, que Carlo Gambino era "un gilipollas sin car¨¢cter".
Nadie esperaba con ilusi¨®n la puesta en libertad de Galante, y menos que nadie, su propia familia del crimen organizado; pero el caso fue que sali¨® de la c¨¢rcel en el oto?o de 1974, tras 12 a?os de reclusi¨®n. Jam¨¢s declar¨® en contra de nadie. Jam¨¢s hab¨ªa intentado llegar a un trato con la justicia. Tuvo la boca cerrada y aguant¨® su condena. Nada que ver con los mafiosos de hoy en d¨ªa.
(...) Amargado, iracundo y muy peligroso, Carmine Galante consigui¨® en poco tiempo tomar el mando de la familia Bonanno. Por entonces, Joe Bonanno estaba pr¨¢cticamente retirado y viv¨ªa en Tucson, y Galante consigui¨® arrebatar el liderazgo de la familia a Rusty Rastelli.
Galante puso a trabajar inmediatamente a la familia en la distribuci¨®n de hero¨ªna. ?l cre¨ªa que era all¨ª donde hab¨ªa m¨¢s dinero, y concentr¨® all¨ª los recursos, la energ¨ªa y la fuerza de la familia. Aquello fue el principio del fin: Galante estaba llevando a la familia a la ruina sin darse cuenta. Tambi¨¦n empez¨® a ordenar los asesinatos de otros miembros de la Mafia que, seg¨²n le parec¨ªa a ¨¦l, le hac¨ªan la competencia en sus intereses. Hizo matar en un a?o a nueve miembros de la familia Genovese (todos ellos "hombres hechos") que traficaban con drogas.
(...) Galante estaba tan descontrolado, tan codicioso, tan violento, que los jefes de las otras cuatro familias, junto con el poderoso jefe de Nueva Orleans, Santo Trafficante, mantuvieron una reuni¨®n secreta en Boca Rat¨®n, en Florida, y llegaron a la conclusi¨®n de que Galante ten¨ªa que desaparecer, o acabar¨ªa por destruir ¨¦l solo toda la Cosa Nostra.
As¨ª, con la aprobaci¨®n de toda la comisi¨®n, se encarg¨® matar a Galante. Era una ocasi¨®n hist¨®rica, la primera vez que una comisi¨®n plenaria ordenaba la muerte del jefe de una familia. Era el verano de 1979.
(...) Se decidi¨® que participar¨ªan hombres de varias familias. Se habl¨® con los ejecutores de la familia Genovese. Paul Castellano hab¨ªa comprometido a la familia Gambino y envi¨® a Nino Gaggi a que hablara con Roy DeMeo, y Gaggi cont¨® a DeMeo lo que se estaba cociendo.
DeMeo propuso inmediatamente a su asesino n¨²mero uno para que se hiciera cargo del trabajo.
-Es el mejor que tenemos, con diferencia, y nadie sospechar¨¢ de ¨¦l. No es uno de los nuestros. No figura en el mapa. O sea, podemos plantarlo ah¨ª mismo, al lado mismo de Galante.
Nino accedi¨® y se lo dijo a Paul Castellano, y ¨¦ste asinti¨®, dio luz verde como suele decirse, y la cosa qued¨® acordada.
DeMeo llam¨® enseguida a Richard. Se reunieron cerca del puente Tappan Zee, y DeMeo cont¨® a Richard que quer¨ªan que abatiera al jefe de una familia: hab¨ªa que matar a Carmine Galante.
-Tiene que morir -dijo DeMeo.
-Sin problema -dijo Richard. ?l sab¨ªa muy bien qui¨¦n era Galante, lo consideraba un mat¨®n y un fanfarr¨®n, y tendr¨ªa mucho gusto en quitarlo de la circulaci¨®n-. Ser¨¢ un placer.
-El propio Paul dio el visto bueno para que lo hicieras t¨².
-Es un honor, de verdad.
-Esto ser¨¢ muy importante para ti, Grandull¨®n. Te deber¨¢n mucho despu¨¦s de esto.
-Ya he dicho que ser¨¢ un placer -dijo Richard.
(...) Para Richard, se trataba del encargo m¨¢s importante de su vida, de un hito en su carrera de homicida.
Era a finales de junio. La maquinaria del asesinato de Carmine Galante estaba bien engrasada y avanzaba inexorablemente. Pero Galante no era hombre f¨¢cil de quitar de en medio. Era astuto y muy peligroso, y sab¨ªa que mucha gente quer¨ªa su muerte. (...) Siempre iba armado. Siempre iba acompa?ado de dos guardaespaldas con cara de piedra: Caesar Bonventre y Nino Coppola.
Pero Galante no ten¨ªa idea de que su muerte hab¨ªa sido aprobada por la comisi¨®n de la Mafia en pleno; de que los jefes de todo el pa¨ªs, en Filadelfia, en California, en Detroit, hasta el propio Joe Bonanno, hab¨ªan dado luz verde a su desaparici¨®n.
Tambi¨¦n se hab¨ªa contactado con uno de los guardaespaldas de Galante, y ¨¦ste hab¨ªa accedido de buena gana a colaborar a tender una trampa a su jefe. En realidad, no le quedaba ninguna otra opci¨®n: si no hubiera asentido, sus d¨ªas habr¨ªan estado contados. Al colaborar, se aseguraba el ascenso en la familia. No tardar¨ªa mucho en tener cuadrilla propia.
El golpe se iba a dar en un restaurante de la avenida Knickerbocker, en el barrio de Ridgewood de Brooklyn, una zona de mucha presencia de sicilianos. El local se llamaba Restaurante Italoamericano de Joe y Mary. Serv¨ªan aut¨¦ntica comida casera siciliana. Era propiedad de una prima de Galante, Mary. Por ese motivo, Galante se sent¨ªa all¨ª a salvo, y sol¨ªa comer y cenar all¨ª muchos d¨ªas.
El 8 de julio de 1979, Richard se reuni¨® con DeMeo en el Gemini y los dos fueron juntos a almorzar en Ridgewood. DeMeo quer¨ªa que aquel trabajo fuera impecable. Tambi¨¦n para ¨¦l era el encargo m¨¢s importante de su vida, y le garantizar¨ªa una ascensi¨®n r¨¢pida en la familia Gambino. Estaban en juego tanto su reputaci¨®n como su vida. Iba a ser un trabajo hecho desde dentro, y DeMeo quer¨ªa que Richard viera la distribuci¨®n del local, que "conociera el terreno", como dijo a Richard aquella ma?ana.
El restaurante era un peque?o negocio familiar. Sobre la puerta principal hab¨ªa un letrero barato que dec¨ªa: "Restaurante Italoamericano de Joe y Mary. Se sirve comida para llevar".
El local ten¨ªa un ventanal grande a la calle que cubr¨ªa todo el ancho del restaurante, sus buenos seis metros, cubierto de visillos baratos y delgados. DeMeo y Richard entraron, ocuparon una mesa y pidieron de comer. (...) A Richard no le gustaba la distribuci¨®n del local en absoluto. Era peque?o, largo y estrecho, con s¨®lo una entrada y una salida. Al fondo hab¨ªa un patio descubierto con varias mesas, rodeado de edificios de tres pisos. DeMeo dijo que a Galante le gustaba sentarse all¨ª; all¨ª se sent¨ªa seguro porque ve¨ªa venir a cualquiera con tiempo para reaccionar: para llegar al patio hab¨ªa que recorrer todo el restaurante a lo largo.
-Esto es una ratonera -dijo Richard, casi en un susurro-. No me gusta.
-As¨ª est¨¢n las cosas -dijo Roy-. A ver qu¨¦ te parece. Estudia esto con amplitud de miras. Cuando llegue aqu¨ª y mientras come, estar¨¢ acompa?ado de los suyos. Dos tipos. Uno de ellos est¨¢ con nosotros. Cuando hayan terminado de comer, el que est¨¢ con nosotros se disculpar¨¢ y dir¨¢ que tiene que hacer unas llamadas. T¨² vas a trabajar desde dentro. Cuando entren ellos, estar¨¢s comiendo. No sospechar¨¢ de ti. Salta a la vista que no eres italiano, ?te das cuenta? As¨ª que t¨² te sientas todo lo cerca del fondo que puedas, mirando hacia la calle, y pides de comer. Los otros llegar¨¢n con su coche hasta la puerta, aparcar¨¢n en doble fila y se bajar¨¢n. Podr¨¢s verlos a trav¨¦s de los visillos. Como es un local largo y estrecho, ¨¦l los ver¨¢ desde el primer momento, y es un tipo que dispara primero y pregunta despu¨¦s. Por eso tiene que haber uno de los nuestros dentro, en posici¨®n... y ¨¦se ser¨¢s t¨².
Richard mir¨® hacia la calle. Ve¨ªa claramente a trav¨¦s de los visillos la acera y la avenida Knickerbocker. O¨ªa el ruido de los camiones, las bocinas.
-As¨ª que -prosigui¨® Roy-, en cuanto los veas, act¨²as. Te levantas tranquilo, muy tranquilo; caminas hacia el patio y le das lo suyo. No le des ocasi¨®n de sacar un arma. Los otros estar¨¢n a tu espalda con escopetas. Ese mam¨®n no puede vivir. No puede salir vivo de ¨¦sta... ?Qu¨¦ te parece?
-Es una ratonera -repiti¨® Richard-. Pero se puede hacer.
-?Est¨¢s a gusto con el plan?
-Estoy a gusto. Pero t¨² aseg¨²rate de que los tipos que entren sepan que yo soy del equipo.
-Lo sabr¨¢n. Cuando te vean, ya estar¨¢s disparando al cabr¨®n. Cuando termines, te vuelves y sales andando. No corras. Yo te estar¨¦ esperando en un coche, ?vale?
-Vale. ?Cu¨¢ndo?
-El jueves, d¨ªa 12. Esa ma?ana ir¨¦ a recogerte. Digamos a las diez y media. Tienes que estar aqu¨ª, tienes que estar dentro, aqu¨ª sentado, a las doce y cuarto. Usa algo que no falle... un 357, quiz¨¢.
-Vale -dijo Richard, tranquilo, fr¨ªo, despejado. Tom¨® un trago de agua mientras pensaba que la comida era buena.
El 12 de julio era un d¨ªa despejado, con el calor y la humedad propios de la estaci¨®n. Richard se duch¨® y se visti¨® con la ropa adecuada para el trabajo de aquel d¨ªa. Se puso unos pantalones verdes corrientes y una camisa muy holgada, de manga corta, que cubrir¨ªa f¨¢cilmente las tres pistolas que se llevar¨ªa al almuerzo. En la caja fuerte guardaba una amplia colecci¨®n de armas. Eligi¨® dos pistolas del 357 de seis tiros y una del 38 con ca?¨®n de cuatro pulgadas. Una de las 357 ten¨ªa el gatillo sensible.
Meti¨® las pistolas en una bolsa de deportes negra y baj¨® a la calle con la bolsa y los peri¨®dicos. Tal como hab¨ªan acordado, DeMeo lo recogi¨® en la esquina de las calles Spring y Lafayette. Apenas cruzaron palabra durante el viaje hasta Brooklyn. Como de costumbre antes de un golpe, Richard ten¨ªa una calma extra?a. Sab¨ªa que muy bien pod¨ªan matarlo aquel d¨ªa, que hab¨ªa muchas cosas que pod¨ªan salir mal, y entonces todo habr¨ªa terminado para ¨¦l. Pero aquello no le preocupaba demasiado.
(...)Richard esperaba el momento de enfrentarse a Galante. Sab¨ªa que aquello tendr¨ªa que hacerlo de cerca, de manera ¨ªntima: as¨ª era como m¨¢s le gustaba. Tambi¨¦n sab¨ªa que Galante intentar¨ªa defenderse, sin duda alguna, que ten¨ªa un instinto y unas dotes de asesino muy desarrolladas. En cierto modo, Richard consideraba que aquello era su Solo ante el peligro, que iba a plantar cara al peor forajido del pueblo, a un canalla de coraz¨®n negro que ten¨ªa que morir, al que hab¨ªa que matar como a un perro rabioso.
No, Richard no estaba nervioso en absoluto. Cuando estaban cerca de la avenida Knickerbocker, sac¨® las tres pistolas de la bolsa y se las meti¨® bajo el cintur¨®n de los pantalones, en la posici¨®n donde deb¨ªan estar para tenerlas a mano. Roy dijo que estar¨ªa all¨ª delante cuando ¨¦l saliera, por delante del coche que traer¨ªa a los otros pistoleros, cuya labor consistir¨ªa en rematar a la v¨ªctima.
-Aseg¨²rate de que no me encuentre colgado al salir de all¨ª.
-?Estar¨¦! -le prometi¨® DeMeo. Se dieron la mano, se besaron en las mejillas. DeMeo le dese¨® suerte. Richard sali¨® del coche al sol implacable de mediados de julio. Llevaba un ejemplar del Daily News, un accesorio muy ¨²til. Se levantaban del suelo ondas sinuosas y flexibles de calor. Richard camin¨® despacio hacia el restaurante, pasando por delante de caf¨¦s italianos, pizzer¨ªas italianas, tiendas de alimentaci¨®n italianas con salamis y grandes trozos de provolone colgados en los escaparates.
(...)Al poco rato apareci¨® en la puerta Carmine Galante, hosco y ruidoso. Entr¨® con sus dos tipos y se dirigieron directamente al patio del fondo. Ya ten¨ªan preparada una mesa larga, cubierta de un mantel nuevo e impecable. El patio estaba a la sombra de los edificios que lo rodeaban. Los camareros acudieron a atender a Galante con gran deferencia. Todo el mundo sab¨ªa qui¨¦n era, y lo trataban como si fuera el Papa en persona. Le llevaron a la mesa agua mineral, vino y comida.
Richard, que segu¨ªa leyendo el Daily News, empez¨® entonces a comerse su bocadillo distra¨ªdamente. En un momento dado dej¨® caer el peri¨®dico y, al agacharse para recogerlo, se volvi¨® un breve instante y vio d¨®nde estaba sentado Galante. Se lo grab¨® en la mente. Desde ese momento, no perdi¨® de vista la calle. El coche donde ven¨ªan los dem¨¢s ejecutores pod¨ªa llegar en cualquier momento. Richard se comi¨® despacio el bocadillo de alb¨®ndigas mientras le¨ªa el peri¨®dico, sin perder de vista la calle. DeMeo le hab¨ªa dicho que uno de los guardaespaldas dejar¨ªa a Galante en un momento dado y que ser¨ªa entonces cuando se presentar¨ªa el equipo de pistoleros, pero ¨¦l se tem¨ªa que se presentaran antes. Richard esperaba, tranquilo y relajado, sin sentir ninguna angustia (estaba en su elemento), comiendo despacio, leyendo el peri¨®dico despu¨¦s de cada bocado.
Despu¨¦s, en efecto, uno de los guardaespaldas se levant¨® y sali¨® del restaurante. Era Caesar Bonventre.
La cosa empezar¨ªa en cualquier momento. Richard se prepar¨®. Movi¨® los pies para ponerse en posici¨®n, para poder levantarse r¨¢pido. Richard era un hombre enorme, pero ten¨ªa la rapidez de movimientos de un felino ¨¢gil, era una pantera gigante.
El coche se detuvo ante la puerta. Richard vio que se bajaban los ejecutores. Ya estaba. Era el momento de hacerlo. Richard se levant¨® enseguida y, sin prisas, camin¨® hacia el patio, directamente hacia Galante, con los ojos clavados en su objetivo. A Richard se le hab¨ªan potenciado todos los sentidos. Oy¨® que se abr¨ªa la puerta de entrada. Galante vio venir a Richard; se miraron a los ojos. Galante comprendi¨® inmediatamente lo que pasaba, vio claramente que se le ven¨ªa encima la muerte. Conoc¨ªa el percal; conoc¨ªa esa mirada, ese ritmo, esos pasos, esos gestos. Intent¨® ponerse de pie. Richard sac¨® dos pistolas, las 357, apunt¨® y dispar¨® repetidamente, vaciando los dos cargadores en cuesti¨®n de segundos. Alcanz¨® a Galante y a Coppola. Se volvi¨®, y los del equipo dispararon inmediatamente a Galante, uno de ellos con una escopeta. En aquel lugar cerrado, el ruido era ensordecedor. Richard tom¨® su peri¨®dico y sali¨® del restaurante, con el ruido de los disparos zumb¨¢ndole en los o¨ªdos. El coche estaba all¨ª.
Lleg¨® hasta ¨¦l y se subi¨®, y se pusieron en camino despacio.
-?C¨®mo ha ido? -le pregunt¨® Roy, con la cara contra¨ªda por la curiosidad.
-Como un reloj, joder -dijo Richard.
-Eres el mejor, Grandull¨®n.
(...) Las familias de la Mafia de todas partes lo celebraron. Se hab¨ªan quitado de encima una espina, un c¨¢ncer. Hab¨ªa pasado a la historia, adi¨®s, muy buenas.
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