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Reportaje:

Si Mao no hubiera llegado al poder... esta mujer podr¨ªa reinar en China

A veces la gente se arrodilla ante ella. Entonces imagina qu¨¦ pasar¨ªa si perdiera el control, si por una vez no se portara como es debido y, simplemente, siguiera su camino. No respetar las convenciones. Mostrar sus puntos d¨¦biles sin miedo a las consecuencias, olvidar el pasado, la familia, aunque s¨®lo sea un instante. Pero se sobrepone, sonr¨ªe y pide a quien tiene delante que se incorpore. El momento de rebeld¨ªa ha pasado.

Le cuesta distinguir cu¨¢ndo est¨¢n tratando con ella y cu¨¢ndo con la princesa. Este interrogante asalta a Qiongma una y otra vez. Es una pregunta sin respuesta. Si calla sus or¨ªgenes, traiciona a su familia; si los revela, la actitud de su interlocutor cambia de inmediato. De vez en cuando disfruta de la atenci¨®n que despierta, hasta que vuelve la duda: ?se mostrar¨ªa tan cort¨¦s o tan fr¨ªa esa persona si ella no fuera Qiongma, descendiente de la emperatriz china Cixi, la viuda del emperador? De acuerdo con la tradici¨®n, la l¨ªnea geneal¨®gica termina con la quinta generaci¨®n, es decir, con ella. Se considera que la sexta ya no tiene pureza de sangre. Qiongma es la ¨²ltima princesa, una princesa sin reino.

Qiongma dice que su pa¨ªs, China, es como un adolescente agotador que a¨²n no sabe qu¨¦ hacer con sus energ¨ªas
"Hemos perdido nuestra historia", dice ella. "Una naci¨®n sin pasado es una naci¨®n sin futuro", a?ade su padre

Qiongma observa su ciudad, Shanghai, a trav¨¦s de la ventanilla del taxi. Es mediod¨ªa, el sol brilla, apenas circulan coches. Si est¨¢ de suerte, tarda s¨®lo media hora en llegar al centro desde su casa. Pero normalmente tropieza con un atasco. Su cabeza casi toca el techo del veh¨ªculo; tiene 46 a?os y es inusualmente alta para lo habitual entre las mujeres chinas. En su mano izquierda lleva un anillo de plata cubierto de diamantes diminutos que le llega hasta m¨¢s all¨¢ de la mitad del dedo.

Desde la ventanilla se divisan esqueletos de rascacielos a medio construir, monumentos que testimonian la aceleraci¨®n de los cambios sociales en el pa¨ªs. Cuando Qiongma se mud¨® de Pek¨ªn a Shanghai hace 13 a?os, apenas hab¨ªa restaurantes, carteles publicitarios o edificios altos. Ahora, la ciudad le resulta pr¨¢cticamente irreconocible. Cada d¨ªa le muestra una cara distinta. Desaparecen antiguos barrios residenciales, Shanghai entierra su pasado. Sin tiempo para lamentaciones.

Qiongma dice que su pa¨ªs es un adolescente que todav¨ªa no sabe qu¨¦ hacer con sus energ¨ªas. A veces, este adolescente le resulta tan agotador que Qiongma se encierra en su casa durante semanas. No ve a nadie, sumergida en sus manuscritos. La princesa escribe guiones para pel¨ªculas y series de televisi¨®n. El exterior s¨®lo es motivo de distracci¨®n. Es como si su personalidad se enfrentara con su patria. Se expresa en ingl¨¦s con fuerte acento. Cuando habla, sus ojos se funden con los de su interlocutor; cuando calla, su mirada se vuelve hacia dentro y resulta inaccesible. Qiongma se recrea en su nostalgia, China, en su confianza en el futuro. Ella no puede olvidar el pasado, su pa¨ªs est¨¢ completamente preso en el presente. No hay lugar para el recuerdo y la melancol¨ªa.

Cuando comenz¨® la revoluci¨®n cultural china, en 1966, el padre de Qiongma quem¨® casi todas las fotos familiares, destruy¨® los documentos que atestiguaban sus or¨ªgenes y todo aquello que hubiera podido delatar su sangre imperial. La familia borr¨® su historia. No era la primera vez. Qiongma ten¨ªa entonces cinco a?os y ya sab¨ªa que en ella hab¨ªa algo diferente, especial, peligroso. Sus or¨ªgenes parec¨ªan constituir una amenaza, algo de lo que era mejor no hablar. Pero al mismo tiempo, esos or¨ªgenes son los que la han hecho destacar.

La princesa tuvo mucha suerte al sobrevivir a la Revoluci¨®n Cultural, que ella denomina el "tiempo oscuro". Estudi¨® cine a finales de los ochenta, cuando la represi¨®n del levantamiento de la plaza de Tiananmen puso fin a la esperanza en la llegada de la democracia. A principios de la d¨¦cada de los noventa tom¨® parte en el resurgir de China. Se mud¨® con su marido a Shanghai, y all¨ª dirigi¨® con ¨¦l una productora cuyo ¨¦xito le permiti¨® vivir rodeada de lujo un par de a?os. El comunismo dec¨ªa adi¨®s poco a poco, y para algunos las princesas eran personajes de lo m¨¢s chic.

El taxi se detiene y Qiongma se apea delante del Westin Hotel. Sube al s¨¦ptimo piso, donde est¨¢ el Executive Club Lounge. All¨ª la espera Jenny Widjaja, cuya familia es propietaria del establecimiento. Widjaja procede de Indonesia, posee varios hoteles por todo el planeta y ahora vive en China. Aqu¨ª es donde m¨¢s r¨¢pido crece todo, comenta. Qiongma la conoci¨® en una comida para mujeres de negocios organizada por la revista de sociedad Tatler. Desde entonces se ven de vez en cuando.

Si nos hubi¨¦ramos encontrado hace 100 a?os, tendr¨ªa que inclinarme constantemente ante Qiongma, comenta Widjaja. La princesa sonr¨ªe. Cuando las empresas clientes anuncian su visita a Widjaja, ¨¦sta telefonea a su amiga y le pregunta si puede hacer acto de presencia. Son muchos los que tratan de aproximarse a la princesa.

Como si fuera una joya, todo el mundo quiere que ennoblezca las fiestas con su presencia. A sus conocidos les gusta dejarse ver en su compa?¨ªa. Qiongma ha perdido dinero y poder, pero tiene un gusto exquisito. Conoce a muchos artistas importantes que desean exponer, publicar o vender algo. Y Jenny Widjaja tiene contactos con amantes del arte adinerados.

Ambas se atestiguan constantemente su buen aspecto, lo divertidas que resultan y lo grande que es su amistad. En realidad, su encuentro tiene una sola raz¨®n de ser: mostrarse juntas. Hace algunos a?os, mucha gente habr¨ªa rehuido a Qiongma. El comunismo y el linaje imperial no se llevaban nada bien. El m¨®vil de Widjaja suena, tiene que irse. Qiongma se levanta, se besan en la mejilla. "A veces me gustar¨ªa no ser una princesa", comenta Qiongma m¨¢s tarde en el camino de vuelta.

Su casa est¨¢ en un barrio de nueva construcci¨®n cerca del aeropuerto. Qiongma la llama "mi peque?a pajarera". Se compone de tres habitaciones diminutas llenas de cosas y amuebladas de forma sencilla: una pared-estanter¨ªa, una mesa de cristal, repisas repletas de libros hasta el techo, reproducciones de obras de arte en las paredes. Hong Ye, el padre de Qiongma, y su hijo, Mark, han venido a visitarla. Hong Ye tiene 84 a?os, y su pelo sigue siendo de un negro reluciente. Mantiene las piernas paralelas; nunca las cruzar¨ªa delante de un extra?o. Eso no se hace. A su lado est¨¢ Mark, el hijo de Qiongma. Tiene 23 a?os y la mirada puesta en la figura de un drag¨®n de jade rojo colocado junto al sof¨¢. Se trata de un objeto antiguo perteneciente a la herencia familiar. El ¨²nico vestigio de ella en toda la vivienda, aparte del anillo de diamantes de Qiongma. Cuando comenz¨® la revoluci¨®n cultural, Hong Ye enterr¨® ambas cosas envueltas en una funda impermeable detr¨¢s de la casa de Pek¨ªn. Pr¨¢cticamente no queda nada de los tesoros imperiales de la familia.

Qiongma extiende el ¨¢rbol geneal¨®gico familiar en la mesa del cuarto de estar. Impresionante, despliega sus ramas desde los or¨ªgenes de la dinast¨ªa Qing hasta nuestros d¨ªas. A partir de 1644, el gobierno del pa¨ªs estuvo en manos de los Qing, el pueblo de los manch¨²es que hab¨ªa arrebatado el poder a la dinast¨ªa aut¨®ctona de los Ming. Los tres se inclinan sobre el pliego. Nunca antes lo hab¨ªan contemplado juntos. Detr¨¢s de muchos nombres aparecen signos de interrogaci¨®n, algunas l¨ªneas se enmara?an. Faltan algunos antepasados, su rastro se ha perdido. Es posible que todav¨ªa haya otros pr¨ªncipes y princesas descendientes de otras ramas familiares.

Qiongma no sabe nada de ellos. Durante las pasadas d¨¦cadas era peligroso interesarse por su paradero. El ¨¢rbol geneal¨®gico es un regalo de un historiador finland¨¦s. Cixi preside todo el conjunto. En su juventud fue una de las concubinas del emperador Xianfeng. Le dio un hijo y fue ascendida a la categor¨ªa de segunda esposa. En 1861, con la muerte del emperador, pas¨® a ser su viuda a la edad de 26 a?os. Con este rango domin¨® el imperio de forma discontinua durante 43 a?os. En 1908, en el lecho de muerte, nombr¨® sucesor a Pu Yi, de tan s¨®lo tres a?os de edad, que se convertir¨ªa as¨ª en el ¨²ltimo emperador de China. Con ¨¦l se extingui¨® la poderosa dinast¨ªa Qing. En 1912 fue obligado a abdicar por los adversarios de la corte imperial. Pu Yi no tuvo hijos. La ca¨ªda de la dinast¨ªa Qing desat¨® el caos pol¨ªtico en China, el imperio se desmoron¨®, innumerables se?ores de la guerra se lanzaron a luchar entre s¨ª. S¨®lo ten¨ªan algo en com¨²n: su odio a la antigua aristocracia manch¨².

La familia de Qiongma desciende del hermano de Cixi. Qiongma no tiene ni una sola foto de la t¨ªa abuela de su bisabuela. Las im¨¢genes pueden ser peligrosas, pueden desvelar el pasado. El padre de Qiongma mira a su hija con temor; todav¨ªa tiene miedo de hablar de su familia. No est¨¢ seguro de qu¨¦ es China ahora, si capitalista o comunista, o ambas cosas a la vez. Y mientras no se tengan certezas, la preocupaci¨®n persiste. ?Ha llegado el momento de hablar del pasado? A menudo, Qiongma es la voz de la familia.

Anta?o, sus antepasados pose¨ªan palacios de 600 habitaciones. Nadaron en el lujo durante siglos, jam¨¢s trabajaron ni estudiaron. Durante las primeras d¨¦cadas, tras haber perdido el poder, consiguieron sobrevivir vendiendo sus antiguos tesoros. Cuando Qiongma era una ni?a, s¨®lo quedaba una gran casa en Pek¨ªn con cuatro habitaciones destinadas s¨®lo a libros.

Su padre, Hong Ye, era un m¨¦dico muy reputado, su madre tocaba el piano. Se hab¨ªan desembarazado de su apellido manch¨² y trataban de ocultar al Gobierno comunista sus or¨ªgenes imperiales. Pero todo fue en vano. Cuando Qiongma ten¨ªa cinco a?os, los guardias rojos asaltaron la casa de Pek¨ªn, quemaron el piano, arrestaron al padre y se llevaron a la madre y a su hermana peque?a. La hermana mayor de Qiongma hab¨ªa desaparecido antes, dejando una carta en la mesa del cuarto de estar. En ella dec¨ªa que se desvinculaba de su familia y se un¨ªa a la Guardia Roja. Ten¨ªa entonces 12 a?os y, llena de desprecio, dio la espalda a la que consideraba una familia de explotadores. En aquel momento, todos eran enemigos de todos.

En pocas horas, Qiongma lo perdi¨® todo, sus padres y su hogar. Su ni?era se la llev¨® a su pueblo y la escondi¨®. Apenas hab¨ªa que comer y nadie deb¨ªa saber qui¨¦n era. Qiongma se refugi¨® en un mundo de sue?os, se comunicaba con los animales y las plantas. Fue el final de su ni?ez.

Su padre, Hong Ye, fue conducido a un campo de trabajos forzados junto con otros intelectuales. Su origen era su delito; adem¨¢s, ser un m¨¦dico reconocido le convert¨ªa autom¨¢ticamente en un enemigo. Mao declar¨® la guerra a los intelectuales, los llamaba la apestosa novena categor¨ªa de los enemigos de clase. Pusieron capirotes blancos a los miembros de las antiguas clases altas y los hicieron desfilar por la calle; fueron humillados por sus estudiantes y no pocas veces torturados hasta la muerte. China aniquil¨® a sus ¨¦lites.

En el campo de trabajos forzados, Hong Ye tuvo que limpiar retretes y hacer constantes confesiones cuya finalidad desconoc¨ªa. Por las noches, uno de sus compa?eros presos que hab¨ªa sido torturado recitaba a Goethe para no volverse loco. Hong Ye mira a su hija, y en sus ojos se lee: "?Estoy hablando demasiado?". Esta conversaci¨®n le recuerda cosas que prefiere olvidar. Fueron muchos los que no sobrevivieron al campo de trabajo; un conocido cient¨ªfico se tir¨® por la ventana delante de sus ojos. La salvaci¨®n de Hong Ye lleg¨® con una epidemia de tifus. Es experto en epidemias, y los otros dos especialistas en la materia hab¨ªan muerto a manos de la Guardia Roja. El primer ministro Zhou Enlai intercedi¨® personalmente para lograr su puesta en libertad. Le necesitaban. La desgracia de otros fue su suerte.

Despu¨¦s de haber pasado casi un a?o preso, Hong Ye encontr¨® a su hija en casa de la ni?era en el campo. Volvieron a Pek¨ªn y se instalaron en una vivienda de dos habitaciones. No ten¨ªan nada m¨¢s. Poco despu¨¦s regres¨® la madre de Qiongma. Pero el acoso no hab¨ªa terminado. En la escuela, nadie quer¨ªa jugar con Qiongma, con la hija de un enemigo de clase; sus compa?eros la pegaban y la apedreaban.

Una noche, su hermana mayor se present¨® en casa. Los guardias rojos hab¨ªan descubierto sus or¨ªgenes y no iban a tolerar la presencia de una princesa en sus filas. A partir de ese momento, Qiongma tuvo que compartir su habitaci¨®n con ella. Qiongma le¨ªa en la cama a Virginia Woolf. El libro que estaba leyendo su hermana comenzaba as¨ª: "Un fantasma recorre Europa?"; era el Manifiesto comunista. Entre sus camas se abr¨ªa el abismo de la lucha de clases. Hoy se siguen llamando la una a la otra First y Second, primera y segunda en el orden de nacimiento. First no ha hablado. Hoy es una funcionaria de alto rango del partido, responsable de la industria metal¨²rgica.

La familia no se ha recuperado de los acontecimientos del pasado. Qiongma nunca se reencontr¨® del todo consigo misma; en casa siempre ten¨ªa la sensaci¨®n de estar al margen. Deseaba integrarse. Sin embargo, nunca dejaba de ser una observadora separada de ellos como por un velo. Hab¨ªa que cumplir normas muy estrictas: nada de contacto f¨ªsico, durante la cena no se pronunciaba una palabra. Nadie hablaba de lo que hab¨ªa vivido. Todos trataban de olvidar y se esforzaban en guardar las apariencias. La familia no deb¨ªa mostrar jam¨¢s debilidad alguna. En el pasado, cuando en la corte imperial se urd¨ªan intrigas, semejante conducta podr¨ªa haber desembocado en un desenlace fatal. Y ahora, el nuevo r¨¦gimen tambi¨¦n les obligaba a ejercer un autocontrol total. Qiongma se asfixiaba en ese ambiente. Se refugi¨® en el mundo de ensue?os del arte; quiso ser pianista como su madre; luego, pintora, y al final comenz¨® a escribir. S¨®lo para ella misma.

A veces, su padre la llevaba con ¨¦l al palacio de verano de Pek¨ªn. All¨ª paseaban rodeados de turistas por los fastuosos pabellones que hab¨ªan pertenecido a sus antepasados. Su padre le mostr¨® un retrato de la emperatriz Cixi y le dijo: "Te pareces a ella". Qiongma se ech¨® a llorar. Cixi le pareci¨® horriblemente fea. Jam¨¢s se hizo menci¨®n de otros antepasados. Era como si no hubiesen existido. El padre de Qiongma le aconsej¨®: "Hazte m¨¦dico, as¨ª podr¨¢s sobrevivir". As¨ª era como hab¨ªa sobrevivido ¨¦l. Y Qiongma empez¨® a estudiar medicina. Pero acab¨® odi¨¢ndola.

El aire caliente del calefactor invade la habitaci¨®n. En casa de Qiongma siempre hace demasiado fr¨ªo o demasiado calor. Mark mira a su madre y a su abuelo; nunca hab¨ªa escuchado sus historias. El miedo era demasiado fuerte. La familia imperial china lo ha perdido todo, su poder, sus tesoros, incluso su apellido. Es una historia de perdedores. Pero a Mark le interesan m¨¢s las campa?as militares.

Qiongma ha reservado una mesa para cenar en el restaurante de enfrente de su casa. La estancia es diminuta, los camareros sirven los platos favoritos de Mao t¨ªpicos de Hunan, su provincia natal. En la pared hay un retrato del l¨ªder del partido. Qiongma se inclina hacia su padre: "Me interesa saber qu¨¦ opinas de Mao". Hong Ye vacila. "Era un gran hombre", dice finalmente. Unific¨® China, pero tambi¨¦n caus¨® muchos sufrimientos al pa¨ªs. Mao es una figura de referencia con la que los chinos se identifican. Sin ¨¦l, ?qu¨¦ queda del partido en el Gobierno? Cuestionarle significa cuestionar el sistema. Siguen comiendo en silencio. A los postres, Hong Ye da caladas nerviosas a su cigarrillo. Fue detenido de nuevo a comienzos de los setenta, pero esta noche no quiere hablar m¨¢s del tema.

Su nieto Mark nos comenta una excursi¨®n que hizo con su clase. Estuvieron en una exposici¨®n sobre la historia china. Ni rastro del periodo comprendido entre 1966 y 1969, la Revoluci¨®n Cultural era un agujero en el tiempo. Nadie sabe cu¨¢ntas v¨ªctimas se cobr¨®, pero se calcula que han sido millones. Las experiencias traum¨¢ticas han quedado encerradas en la memoria de generaciones de padres y abuelos.

El m¨®vil de Mark suena, tiene que irse. Trabaja en una empresa de relaciones p¨²blicas. Estudi¨® en Nueva Zelanda, pero le pareci¨® un lugar aburrido. Ni siquiera tienen Fuerza A¨¦rea, exclama. Su abuelo no ha estado nunca en el extranjero, y Qiongma est¨¢ sumida en la melancol¨ªa del recuerdo. "Hemos perdido nuestra historia. No es sano andar siempre apresurados de un lado a otro", comenta Qiongma. Hong Ye a?ade: "Una naci¨®n sin pasado es una naci¨®n sin futuro".

Al d¨ªa siguiente, Qiongma se dirige a Pudong, al otro lado del r¨ªo. All¨ª est¨¢ el Cloud 9, el bar m¨¢s alto de China, en el Hyatt Hotel. Para llegar hasta el piso 87? hay que cambiar tres veces de ascensor. Qiongma pide un capuchino y observa a los clientes. Aqu¨ª, hasta los chinos hablan entre ellos en ingl¨¦s. A los ejecutivos les gusta traer a sus socios extranjeros al Cloud 9 para negociar contratos; dejan que el espect¨¢culo del perfil de Shanghai surta efecto.

Qiongma conoce bien este ambiente, perteneci¨® a ¨¦l en el pasado. En los a?os noventa, su marido dirig¨ªa la productora cinematogr¨¢fica Golden Horse. Ella trabajaba en la misma empresa como directora art¨ªstica, le¨ªa guiones y dirig¨ªa proyectos cinematogr¨¢ficos. Fue la ¨¦poca del resurgir de China. El jefe del Estado, Deng Xiaoping, declar¨® que hacerse rico era algo glorioso. Qiongma ten¨ªa ch¨®fer, subordinados y ganaba millones. Por vez primera, sus or¨ªgenes supon¨ªan una ventaja. La gente del cine encontraba excitante su historia, sus socios le ten¨ªan respeto.

S¨®lo hab¨ªa algo que desentonaba: su matrimonio. Qiongma no era feliz. Se cas¨® con su marido a los 20 a?os, era su primer amor. Ven¨ªa de la provincia, en aquel entonces escrib¨ªa maravillosas obras de teatro y no era manch¨². Cuando se enter¨®, el padre de Qiongma casi se echa a llorar. Su hija le decepcion¨® por segunda vez, huy¨® de su puesto de oculista y se matricul¨® en la Escuela Superior de Cine de Pek¨ªn. Mientras estudiaba se produjo la represi¨®n del levantamiento de la plaza de Tiananmen. Pero no quiere hablar de ello. A¨²n no ha llegado el momento.

En la universidad, la princesa propuso un trato a las mujeres de la limpieza: si le dejaban la llave del archivo, ella se encargar¨ªa de limpiarlo. Por las noches ve¨ªa las pel¨ªculas que se guardaban all¨ª. Llor¨® con Casablanca y con Lo que el viento se llev¨®. Por el d¨ªa ideaba guiones como una posesa. Qiongma gan¨® el premio del Festival de Tokio con su segunda pel¨ªcula. De nuevo volv¨ªa a ser diferente del resto, volv¨ªa a destacar. Sus colegas la elogiaban, dec¨ªan: "Escribe como una extranjera, de un modo tan emotivo? Los personajes de Qiongma pierden constantemente el control, hacen el rid¨ªculo, se traicionan unos a otros, est¨¢n dominados por los impulsos. Se comportan como jam¨¢s se atrever¨ªa a hacerlo la propia princesa".

Algunos de sus guiones no se llegaron a filmar nunca. Primero ten¨ªan que ser aprobados por el partido. Es dif¨ªcil hacer arte en China, comenta Qiongma. Temas delicados como la prostituci¨®n, la criminalidad y la corrupci¨®n no est¨¢n bien vistos. Tampoco el sexo ni la pol¨ªtica. ?Qu¨¦ queda entonces? El amor y la familia. Qiongma est¨¢ escribiendo 21 cap¨ªtulos para una serie de televisi¨®n que tiene como tema las mujeres y el envejecimiento. Necesita el dinero. Cuando Qiongma se divorci¨®, su ex marido la despidi¨®. Ha tenido que financiar ella sola la formaci¨®n de su hijo. ?Una ca¨ªda en picado? La princesa calla. Qiongma debe volver a casa para ver c¨®mo est¨¢ su padre. Hong Ye se ha quedado solo en el piso. Nuestra conversaci¨®n sobre el pasado le ha afligido. Ha preguntado a su hija si el servicio secreto le va a detener de nuevo, y Qiongma ha hecho lo posible por tranquilizarlo.

A la ma?ana siguiente, el abuelo Hong Ye nos recibe en casa de su hija. Lleva unas pantuflas blancas que desentonan con su elegancia imperial. En los a?os veinte, cuando era ni?o, ten¨ªa tres sirvientes exclusivamente a su servicio: el primero lo lavaba, el segundo cocinaba y el tercero jugaba con ¨¦l. Permanecieron fieles a su se?or hasta la muerte. La madre de Hong Ye muri¨® cuando ¨¦ste ten¨ªa tres a?os. Su padre fue asesinado cuando ten¨ªa siete. Jam¨¢s supo cu¨¢les fueron los motivos.

Hong Ye ha decidido contar su historia hasta el final. Mira a su hija como si necesitara su aprobaci¨®n. A comienzos de los setenta lo detuvieron de nuevo y fue desterrado a la provincia para su reeducaci¨®n. Los intelectuales y la antigua clase dominante ten¨ªan que dedicarse a las faenas agr¨ªcolas y estudiar los escritos de Mao. Esta segunda detenci¨®n tuvo como consecuencia la total p¨¦rdida de seguridad de Hong Ye: pod¨ªan venir y llev¨¢rselo tantas veces como quisieran. Comenz¨® a buscar la culpa en s¨ª mismo. Un a?o despu¨¦s fue autorizado a regresar a Pek¨ªn y a ejercer la medicina. Hong Ye dice que necesita acostarse. Qiongma le deja su cama, ella dormir¨¢ en el suelo del sal¨®n.

La princesa vive sola. No tiene suerte con los hombres. Su divorcio le cost¨® la identidad. Su suegra se veng¨®, despechada. Ten¨ªa buenos contactos con la polic¨ªa, as¨ª que cambi¨® los datos del pasaporte de Qiongma, traslad¨® el lugar de nacimiento de Pek¨ªn a la ciudad de provincias de Liaoning, le ech¨® cinco a?os m¨¢s y borr¨® su t¨ªtulo universitario. De todos modos, el apellido manch¨² jam¨¢s const¨® en el documento. Cuando Qiongma abre su pasaporte, se tropieza con una extra?a. No queda nada de la familia imperial. Su suegra ha triunfado sobre el pasado. Y lo ¨²nico que la ¨²ltima princesa desea es poder perder el control, aunque sea una vez.

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