Dos p¨¢jaros y otras aves
ME FUI A VER VOLAR a los dos p¨¢jaros al sur. All¨ª donde el Mediterr¨¢neo comienza, donde el mundo se llama Algeciras y sue?a con llegar alg¨²n d¨ªa hasta Estambul. Y me fui en compa?¨ªa de poetas, de escritores y un cantor. Presid¨ªa, con sus silencios, sus palabras justas y sus risas generosas, ?ngel Gonz¨¢lez. Y detr¨¢s, todo el grupo de Rota. Ya se sabe que son muy de cantores. Muy de p¨¢jaros en la cabeza. Sobre todo si los p¨¢jaros se llaman Joaqu¨ªn Sabina, vecino de Madrid, cantante y versificador de voz potente, aunque lo disimule. Y si el otro p¨¢jaro se llama Joan Manuel, naci¨® en Espa?a, por la parte del Poble Nou, de la Barcelona de coplas en los patios de vecindad. Y creci¨®, universidad laboral incluida, en unos tiempos y un pa¨ªs en que muchos so?amos que hasta los jueces pod¨ªan ser justos y cantautores. As¨ª juntaron hasta diecisiete. ?Qu¨¦ tiempos! Nos aprendimos sus canciones en catal¨¢n. Seguimos con sus canciones de pueblos y mediterr¨¢neos. Y quisimos tanto, quisimos m¨¢s a Machado. Despu¨¦s quisimos tambi¨¦n a Miguel Hern¨¢ndez. Como hab¨ªamos querido a Salvat Papasseit o a Ausi¨¤s March. Muchos cantores nos hicieron querer a nuestros poetas. Lo hicieron en sus lenguas, en nuestras lenguas, en las ib¨¦ricas. De Finisterre a Colliure, de Algeciras a Gernika. Era el tiempo de los poetas. El tiempo de los cantautores. Y siguieron con sus letras y con las letras prestadas. Y sus canciones las cantamos todos. Tambi¨¦n las cant¨® un joven Sabina busc¨¢ndose la vida en las calles de Londres. All¨ª comenz¨® a sacar rendimiento a las canciones del catal¨¢n. Ahora sigue sacando rendimiento. Pero tambi¨¦n deja que su amigo El Nano haga lo propio. Y se lo pasan bien. Parecen complementarios. Se ponen serios, se les muri¨®, se nos muri¨®, el negro Fontanarrosa. Antes de cantar en M¨¢laga tambi¨¦n se les muri¨®, se nos muri¨®, el ¨²ltimo editor de sus canciones completas, Jes¨²s de Polanco.
Memorizar las canciones es cosa de veintea?eros, y hace mucho que no estamos en esas lomas. ?Ay!
Los cantantes se r¨ªen y se ponen melanc¨®licos. Como los dem¨¢s. Pero ellos lo hacen en p¨²blico, en plazas de toros que no s¨®lo sirven para ver los regresos de un raro llamado Jos¨¦ Tom¨¢s, sino que siguen siendo lo mejor de nuestro ruedo para llenarlo de m¨²sicas. Algunas m¨¢s emocionantes para tantos como unos pasodobles para otros. Y en esos ruedos ib¨¦ricos que recorren estos p¨¢jaros, una de las mejores noticias es que puedes tropezarte con adolescentes. Tambi¨¦n con sus abuelos. No es metaf¨®rico. Yo he visto al poeta Gonz¨¢lez feliz entre sus lectores de la edad inmadura. Los dem¨¢s tambi¨¦n. Eso s¨ª, los de la generaci¨®n de Rota, su editor y otros allegados de la segunda edad, se saben / nos sabemos mejor las letras de Serrat que las de Sabina. Excepto las que algunos han firmado. Memorizar las canciones es cosa de veintea?eros y hace mucho que no estamos en esas lomas. ?Ay!
Serrat y Sabina, en compa?¨ªa de sus cl¨¢sicos, con sus m¨²sicos, nos hacen recordar que los sentimientos no son cursis. No son "pianos en un jard¨ªn". Nada que ver con un piano en un campo, como volvi¨® a hacer este fin de semana Rosa Torres Pardo en los montes de Laciana y de Eduardo Arrroyo, el menos cursi de nuestros pintores. "Ni una luz a mediod¨ªa, un bast¨®n de carey y oro, pis por orina o mea, etc¨¦tera". No, no est¨¢n en el cat¨¢logo de lo cursi seg¨²n Juan Ram¨®n Jim¨¦nez. Est¨¢n en otro lado que tambi¨¦n contaba el poeta de Moguer, en el lado de la poes¨ªa aspirable. Eso es lo que hacen Serrat y Sabina con sus letras, dejarnos aspirarlas en los aires de las plazas abiertas. No son canciones comestibles ni bebestibles, sino aspirables.
Goc¨¦ siguiendo a los cantores. Volvimos a ser j¨®venes y cantamos. Tambi¨¦n fuimos mayores y carraspeamos con Sabina, que se est¨¢ pasando de potencia vocal. Patina menos de lo usual. Y adem¨¢s no pega espant¨¢s. Dice Serrat que se cuida mucho. Que hasta come rodaballos y lee a G¨¹nter Grass.
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