Sospechosos en la T-4
El m¨¦dico me ha recomendado andar a menudo y yo le he dicho que paro un par de veces a la semana por la T-4. "Con eso te vale", me ha respondido, mir¨¢ndome malsanamente de reojo. Cree que la medida da m¨¢s que de sobra para mi ejercicio semanal pero no deja tambi¨¦n de compadecerme por los efectos secundarios. Todav¨ªa no me ha sugerido cita con alg¨²n colega psiquiatra, aunque me temo que el volante est¨¢ al caer porque manejarse por ese mundo hostil y para muchos indescifrable del nuevo Barajas, me va a requerir una buena terapia a corto plazo.
Por lo pronto, usar¨¦ estas l¨ªneas como div¨¢n, y no s¨®lo imaginario. Hace m¨¢s o menos un a?o entr¨¦ por primera vez a esa... cosa... a la que todav¨ªa no s¨¦ c¨®mo enfrentarme, ni c¨®mo definir o c¨®mo abordar, sin coste f¨ªsico ni ps¨ªquico irremediable. S¨¦ que cada vez que me meto por una de sus puertas estoy a merced del destino y la suerte. He perdido ya tres o cuatro aviones y he deambulado kil¨®metros por culpa de la incompetencia de quienes marean al personal formando colas absurdas mientras uno contempla perplejo los mostradores vac¨ªos. ?Metan gente, hombre, que bien que volamos ya los espa?olitos por el mundo!
A lo que iba. Mi amigo Alfredo dice que el conjunto es bonito y yo le contesto que estar¨ªa bueno que encima no lo fuera. Pero por eso no deja tambi¨¦n de parecer el esqueleto fr¨ªo de un mastodonte, inabarcable; un inquietante laberinto de hierros, madera y metal creado un buen d¨ªa contra las gentes de bien. El producto de una conspiraci¨®n pol¨ªtica con agentes de las m¨¢s dispares administraciones, amamantados en su ambici¨®n por ingenieros y arquitectos. La providencia nos libre de todos aquellos urdidores de obras p¨²blicas que quieren pasar a la historia a nuestra costa, porque en pos de su egocentrismo acabar¨¢n jodi¨¦ndonos la vida. Somos sus v¨ªctimas, su carro?a. Encima, a esos maquinadores del complot, hay que a?adir otra especie sospechosa y nada de fiar: aquellos a los que les fue entregado sin remedio este monstruo de cien cabezas, los responsables de aerol¨ªneas y las autoridades aeroportuarias.
Mido bien las palabras para referirme a ellos. Con que no se ofendan m¨¢s de lo que cualquier ciudadano de a pie se ofende cuando tiene que demostrar su m¨¢s que soberana inocencia, sabr¨¢n comprender el mensaje. A?os de lucha para librarnos del pecado original y ahora nos vienen con esto. ?En base a qu¨¦ ley, a qu¨¦ derecho, te vejan, te convierten en potencial asesino cada vez que traspasas la l¨ªnea de su territorio?
El vicio de convertirte en culpable por el mero hecho de llevar una tarjeta de embarque en el bolsillo es pura paranoia anglosajona, pero hay que ver qu¨¦ pronto se lo han contagiado al mundo mundial. Aqu¨ª hay que reconocer que no han llegado a los extremos del delirio sistem¨¢tico que les lleva a registrar en Londres o Nueva York a cualquier viejecita inofensiva -que es que se ve que son inofensivas- y descolocarles a las pobres se?oras las bragas, las combinaciones, los peines y los potingues en busca de cualquier artefacto explosivo o de un Bin Laden replegable en el equipaje de mano. Adem¨¢s, a los t¨ªos con cara de perro que tienen destinados para tal fin nadie les ha ense?ado a pronunciar las palabras "por favor" y "gracias". No puedo con esos macarras a los que por el hecho de llevar en la espalda esa sacrosanta ense?a de nuestro pobre tiempo que reza "Seguridad", te perdonan la vida cada minuto.
Por no hablar de la nula cintura y la imposible cuota de flexibilidad que despliega el personal de las aerol¨ªneas en ese territorio Gulag que es la T-4, con gente que deambula por ella con el gesto aterrado por sentirse susceptibles de cualquier humillaci¨®n. Su frase favorita cuando llegas un minuto tarde es aquella de: "Lo siento, su vuelo se ha cerrado". "?Pero si lo alcanzo de sobra y adem¨¢s vengo de una cola en la que me han puesto ustedes por equivocaci¨®n!". Nada. Te lo repiten: "Lo siento, su vuelo est¨¢ cerrado"... "Su tabaco, gracias". Eso s¨ª no le pasan la pelota a otro, te mandan a la puerta con la lengua fuera y uno, que queda all¨ª como guardi¨¢n del calabozo, te dice: "La puerta se ha cerrado". Efectivamente, la puerta se ha cerrado, pero el avi¨®n est¨¢ ah¨ª, delante de todas nuestras narices, e insistes. Tampoco hay nada que hacer: "La puerta se ha cerrado". ?Pues ¨¢brala, co?o, ¨¢brala, que no hacemos da?o a nadie!
Comprender¨¢n con ese panorama, la cara que se nos pone a m¨¢s de uno cuando te anuncian: "No sales de la T-4". Yo, por lo menos, pongo a enfriar el champ¨¢n.
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