Secretos de confesi¨®n para un asesinato
Una investigaci¨®n negligente mantiene sin aclarar la muerte de Casta Castrillo
Nada parece haber cambiado cuando Cipriano Castrillo deshoja las tardes por el camino del canal como si andando fuera posible retroceder en el tiempo al d¨ªa en el que asesinaron a su hija Casta. El hombre reconstruye el mismo itinerario que ella recorri¨® en bicicleta el mi¨¦rcoles 19 de julio de 1995, entre las ocho y media y las nueve y media de una calurosa jornada. Algunos lugare?os recuerdan haberla visto durante el recorrido, una vecina entabl¨® conversaci¨®n con ella, pero nadie sabe c¨®mo desapareci¨®. Un agricultor encontr¨® la bicicleta en medio de la calzada y la desplaz¨® a la cuneta. Otro vecino vio esa bicicleta apartada y sin due?o: no sospech¨® nada, pero recuerda la hora porque sonaron las campanadas de las diez. Una semana despu¨¦s, el cuerpo semidesnudo de Casta fue hallado bajo un olivo a cuatro kil¨®metros del lugar. De su bicicleta nunca volvi¨® a saberse nada. Tampoco del autor o autores del asesinato.
El cuerpo de Casta dejaba tras de s¨ª dos muestras de ADN diferentes y un pu?ado de inc¨®gnitas
El cad¨¢ver fue enviado al cementerio, donde un forense inexperto practic¨® la autopsia en una sala
Una noche, una voz an¨®nima dio nombre y apellidos de un sospechoso. Verificar ese dato llev¨® a?os
El caso volvi¨® a reabrirse hace unos meses. Ha aparecido un testigo protegido y varios sospechosos
El camino arranca en uno de los m¨¢rgenes de la localidad cordobesa de Puente Genil (30.000 habitantes). Es una vieja calzada asfaltada que circula paralela al canal del r¨ªo Genil y a la carretera de Montalb¨¢n, un trayecto oscilante, de suaves pendientes cuyos m¨¢rgenes est¨¢n ocupados por olivares y alguna casa. No es un lugar alejado y solitario, concurrido generalmente por ciclistas, alguna prostituta, autom¨®viles en tr¨¢nsito y vecinos que pasean, como hace Cipriano por la tarde desde hace 12 a?os, quien todav¨ªa se pregunta c¨®mo a esas horas de un mes de julio, a¨²n bajo la tibia luz del sol que se apaga, pudo su hija desaparecer sin que nadie viera o escuchara algo. Todav¨ªa se pregunta c¨®mo la Guardia Civil acumul¨® tal cantidad de errores en la investigaci¨®n. Por eso rehace el camino buscando respuestas del pasado. A sus 72 a?os, lo ¨²nico que desea es no morirse sin conocer antes al asesino o asesinos de su hija.
Cipriano conoce cada metro del camino. Hace 12 a?os, cuando aquella noche su hija falt¨® de casa, comenz¨® a frecuentarlo palmo a palmo. Durante siete d¨ªas y siete noches, ayudado por compa?eros camioneros y vecinos del pueblo, particip¨® en batidas, examin¨® cada metro cuadrado, inspeccion¨® todos los pozos del lugar, hasta que una ma?ana lleg¨® el aviso de que hab¨ªan hallado el cuerpo de su hija. Fue encontrado en medio de un olivar. El calor hab¨ªa acelerado su descomposici¨®n. No estaba muy lejos, ni oculto, pero el fuerte olor que desprend¨ªan los pechines (residuos de los olivos) desperdigados por el campo motiv¨® que el tufo de la putrefacci¨®n no delatase antes su presencia.
Su cad¨¢ver fue enviado al cementerio, donde un forense inexperto practic¨® la autopsia en una sala del mismo camposanto. Tard¨® apenas hora y media. Su informe fue deficiente a juicio de los expertos: apenas pudo determinar si la mujer fue violada. Muri¨® de un fuerte impacto en la cabeza. Extrajo algunas muestras, vello de pubis en una de sus manos y unos restos de sangre entre las u?as. Se dijo entonces que del vello no pod¨ªa extraerse ning¨²n dato porque carec¨ªa de ra¨ªz. Comenzaba as¨ª una secuela de desprop¨®sitos que han llegado hasta nuestros d¨ªas.
El lugar donde fue hallado el cad¨¢ver no fue debidamente acordonado y fue pasto de morbosos. Por un motivo inexplicable, la Guardia Civil tom¨® fotograf¨ªas del cuerpo en blanco y negro. La inspecci¨®n ocular fue deficiente y no se tomaron muestras de la tierra bajo el cuerpo para determinar si Casta falleci¨® en ese lugar, fue depositada all¨ª poco despu¨¦s de desaparecer o algunos d¨ªas m¨¢s tarde. Una parte de las pruebas forenses ¨²tiles para una investigaci¨®n quedaron contaminadas en esas horas.
Luego, vino una peculiar b¨²squeda de sospechosos.
Algunos testigos que vieron a Casta aquella tarde recordaban la presencia de un coche oscuro aparcado en la cuneta, en cuyo interior se ocultaba un hombre con bigote, que no fue debidamente identificado. La misma noche del hallazgo del cad¨¢ver se produjo una llamada an¨®nima a la Polic¨ªa Local de Puente Genil de una voz agitada que citaba nombre y primer apellido de una persona relacionada con el crimen. La polic¨ªa comprob¨® que no hab¨ªa empadronado nadie con esa identidad en el pueblo y aparc¨® la denuncia. Nadie cay¨® en la cuenta hasta transcurrido mucho tiempo de que hab¨ªa cinco personas con id¨¦ntico nombre y apellido en los pueblos de alrededor. Hace unos meses, casi 12 a?os despu¨¦s, la Guardia Civil hizo esa verificaci¨®n.
No se investig¨® el entorno de Casta durante aquellas fechas, una pr¨¢ctica esencial en cualquier investigaci¨®n, y fue hace tres meses cuando la Guardia Civil decidi¨® tomar muestras de ADN de sus familiares. Cuando fueron a tomarlas, uno de los hermanos de Casta se encar¨® indignado con los agentes: "Tomadme la muestra, pero no la de ahora; ?tomadme la de hace 12 a?os!". La investigaci¨®n del crimen hab¨ªa pasado de mano en mano, de un juez a otro, de unos agentes a otros, tramitada como un asunto extraviado. Dos a?os despu¨¦s del asesinato, un agente decidi¨® investigar el entorno de Casta. Encontr¨® algunos nexos entre la mujer y el ¨²nico sospechoso que lleg¨® a ser detenido por el crimen, pero no pudo avanzar m¨¢s: el caso volvi¨® a caer en otras manos. No se entiende esa desidia en una provincia donde un asesinato es un suceso muy escaso, tanto es as¨ª que 2005 se cerr¨® sin cr¨ªmenes, y 2006, con s¨®lo tres, seg¨²n datos de la Subdelegaci¨®n de Gobierno de C¨®rdoba. Por esa raz¨®n, aquel crimen caus¨® un gran impacto y provoc¨® varias manifestaciones. La detenci¨®n de un sospechoso acall¨® esas protestas; luego, el paso del tiempo hizo el resto. Pero incluso aquella primera detenci¨®n tambi¨¦n fue defectuosa.
El detenido era un hombre solitario, afectado por depresiones, un viajante que viv¨ªa en Lucena, un pueblo cercano. Viajaba siempre en una furgoneta. Casualmente, antes de encontrarse el cad¨¢ver, fue visto en actitud sospechosa en el cementerio del pueblo. Era de madrugada, ten¨ªa la furgoneta en marcha con las luces encendidas y caminaba por el camposanto con una cuerda. Cuando fue abordado por los componentes de una de las batidas que buscaban a Casta mostr¨® una actitud sospechosa. Entre esos hombres estaba casualmente el padre de Casta. All¨ª resid¨ªan unos monjes de la Orden de los Hermanos de la Resurrecci¨®n, que estaban al cuidado del cementerio. El hombre dijo estar all¨ª porque quer¨ªa confesarse. A rega?adientes, accedi¨® a que los hombres de la batida pudieran observar el interior del veh¨ªculo. No hab¨ªa nada salvo algunas gotas de sangre, a las que nadie dio importancia.
Semanas despu¨¦s, cuando Cipriano visitaba la tumba de su hija se le acerc¨® uno de aquellos monjes. Palabra por palabra, aquella conversaci¨®n est¨¢ grabada en su memoria.
-Quiero hablar con usted -le dijo el monje. Cipriano hizo un aparte y dej¨® a su mujer ante el nicho-. ?No dan con el asesino de su hija?
-No lo s¨¦.
-Pues yo s¨ª que lo s¨¦.
-Suelta.
-Tengo que reflexionar sobre eso. Soy cat¨®lico.
-Ser¨¢s lo que quieras, pero lo vas a soltar aqu¨ª mismo.
-?Se acuerda del hombre de aquella noche?
-S¨ª.
-Pues ¨¦se ha sido.
El monje le explic¨® que el hombre de la furgoneta se hab¨ªa confesado con el prior de la orden como autor del crimen.
Cipriano inform¨® a la Polic¨ªa Local de las palabras del monje, pero pasaron unos d¨ªas hasta que la Guardia Civil decidiera tomarle declaraci¨®n. Para entonces, el monje se hab¨ªa marchado.
El hombre fue detenido. Su testimonio sufr¨ªa algunas contradicciones. Se le tomaron muestras de ADN y de la sangre hallada en su furgoneta. Estuvo varios d¨ªas en la c¨¢rcel, hasta que se encontr¨® al monje en Sevilla, ingresado en un psiqui¨¢trico despu¨¦s de haberse intentado suicidar, seg¨²n su relato, porque hab¨ªa acusado a alguien sin motivo. Esa confesi¨®n determin¨® la libertad del sospechoso. Las pruebas dieron tambi¨¦n resultado negativo. Los restos de sangre en su furgoneta pertenec¨ªan a un animal.
El caso pareci¨® quedar cerrado, a pesar de la insistencia de Cipriano, quien logr¨® que en la Universidad de Santiago de Compostela sacaran muestras de ADN de aquel vello. Solicit¨® infructuosamente una segunda autopsia del cad¨¢ver. Casta dejaba tras de s¨ª dos muestras de ADN diferentes y un pu?ado de inc¨®gnitas, pero el caso pasaba de mano en mano, de juez en juez, sin resultados aparentes.
As¨ª ha permanecido hasta hace escasamente unos meses. Ha vuelto a reabrirse.
Hay un testigo protegido. Una persona a quien alguien confi¨® que a?os atr¨¢s particip¨® en un crimen. Es una segunda confesi¨®n. Seg¨²n su relato, fueron cuatro hombres en un coche, borrachos y alguno drogado. Vieron a una mujer joven y la intentaron forzar. Ella se resisti¨®, recibi¨® un golpe con una piedra y muri¨®. Intentaron ocultar el cad¨¢ver, intentaron quemarlo sin conseguirlo. Y sellaron un pacto de silencio.
Ese segundo sospechoso ha sido identificado y dicen que tiene miedo por haber quebrado el pacto. Alg¨²n detalle se ha divulgado por la localidad, as¨ª que se habla de los cuatro de Lucena, de donde proced¨ªan esos hombres. El relato del testigo abunda en algunos detalles que en su d¨ªa no se dieron a conocer. Por ejemplo, que intentaron quemar el cuerpo. Hay se?ales de quemaduras en el cad¨¢ver de Casta, que quiz¨¢ pudieron ser debidas al sol. La autopsia, en ese sentido, fue poco concluyente.
De esa nueva investigaci¨®n se conoce muy poco. El procedimiento sigue siendo muy lento. Un en¨¦simo agente est¨¢ encargado de las pesquisas y, en alg¨²n caso, ha decidido hacer lo que el protocolo marca desde el inicio: tomarles el ADN a los familiares. Tambi¨¦n acaba de verificar los datos de la llamada an¨®nima realizada hace 12 a?os.
Algunos investigadores dan poco cr¨¦dito a esta ¨²ltima confesi¨®n y se inclinan por la versi¨®n del monje, que fue mal tramitada, en la hip¨®tesis de que el primer sospechoso acudi¨® al cementerio a ocultar el cad¨¢ver de Casta. Sin embargo, no se interrog¨® adecuadamente al hombre de bigote que esperaba dentro de un veh¨ªculo oscuro. Ni se ha practicado una segunda autopsia de Casta. Los monjes de la Orden de la Resurrecci¨®n abandonaron Puente Genil en 2004.
Casta ten¨ªa 31 a?os. Era graduada social. Algunas tardes paseaba con una amiga en bicicleta, una mountain bike de color negro y naranja. La tarde del 19 de julio de 1995, su amiga estaba en C¨®rdoba resolviendo unos asuntos y no pudo acompa?arla. Casta termin¨® de ver la serie de Los vigilantes de la playa en televisi¨®n. E inici¨® su camino en bicicleta. Doce a?os despu¨¦s, Cipriano, su padre, repite el recorrido. Necesita una respuesta. Dos pruebas de ADN buscan due?o.
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