Inocencia prehist¨®rica
Llevamos 50 a?os sin el Gordo y el Flaco. Me han comentado que especule sobre el tema, al parecer, de gran inter¨¦s medi¨¢tico. Con esta premisa como base del art¨ªculo, las posibilidades de atraer la atenci¨®n del lector son, cuando menos, exiguas. Como soy una persona que se crece en la adversidad, y que disfruta de las situaciones l¨ªmite y los retos intelectuales, digo que s¨ª, que adelante. Si puedo desarrollar una idea acerca de este problema, a saber, la desaparici¨®n del Gordo y el Flaco hace nada menos que medio siglo, y las consecuencias que este ominoso acontecimiento provoca en nuestro entorno m¨¢s cercano, puedo escribir sobre cualquier cosa, y eso me llena de satisfacci¨®n. O al menos evito pensar continuamente en el aire acondicionado, que gotea cuando lo enciendo. Lo realmente dif¨ªcil para el lector bienintencionado es prestar atenci¨®n hacia algo que parece de otro mundo. No s¨®lo estamos hablando de pel¨ªculas en blanco y negro, formato desconocido para un sector enorme de la poblaci¨®n, sino que muchas de ellas son mudas. Esto ya es demasiado.
El cine mudo es terreno para arque¨®logos o mejor, paleont¨®logos. La gente piensa que una pel¨ªcula es muda no porque haya sido concebida as¨ª, sino porque el sonido se borr¨® con el paso del tiempo, como el color, al permanecer las latas enterradas bajo tierra, durante d¨¦cadas. Y si ahora afirmo que entre las 10 mejores pel¨ªculas que he visto en mi vida nombrar¨ªa dos o tres mudas, el lector bienintencionado sugerir¨ªa mi urgente ingreso en una instituci¨®n psiqui¨¢trica. Nos encontramos en la era de Harry Potter y los Transformers.
Si el universo no se descompone en mil pedazos y los protagonistas no vuelan ni lanzan rayos, las posibilidades de que los espectadores se levanten del asiento y cambien de sala en el multicine son de un 90%. Lo del blanco y negro a mis hijas, por ejemplo, no les va nada. Una ni?a de cinco a?os est¨¢ acostumbrada a que la gente vuele y los universos estallen. Intent¨¦ someterles a una exposici¨®n prolongada de pel¨ªculas de Harold Lloyd, por aquello de que, al menos, Harold Lloyd trepa por un edificio y est¨¢ a punto de caerse, colgado de las agujas de un reloj. Sin embargo, el experimento fracas¨®. Ya no hay quien les saque de los X-Men. Mi hija quiere ser Tormenta y provocar tempestades con las manos. Pero no s¨®lo se trata de un problema formal, lo realmente primigenio son los contenidos. Las comedias del Gordo y el Flaco son inocentes. La inocencia es una cualidad extinguida, como los dinosaurios o la m¨²sica folk. La transparencia inmaculada de sus planteamientos y una alegr¨ªa sorprendente en sus tramas los hac¨ªan a¨²n m¨¢s deliciosos.
Quiz¨¢ eso fue lo que acab¨® con ellos. Ya no vivimos en un mundo donde las cosas sean sencillas. Nos parece m¨¢s veros¨ªmil pensar que entre el Gordo y el Flaco hab¨ªa algo m¨¢s que bofetadas, o que Cary Grant llevaba bragas, por poner un ejemplo que me duele particularmente. La inocencia es un sentimiento extraterrestre, propio de alien¨ªgenas. El slapstick, la comedia de bofetadas y tropezones, es un g¨¦nero extinguido, un f¨®sil de videoclub. Han pasado 50 a?os desde que estos tipos, Stan Laurel y Oliver Hardy, desaparecieron, pero parecen siglos, evos, eones. Tampoco es que el mundo se haya convertido en Sodoma y Gomorra y que echemos en falta la risa limpia y cristalina de anta?o.
Ahora casi todo resulta, sencillamente, incompresible. La trama no est¨¢ pensada por un guionista: est¨¢ pensada por tres, al menos, y no trabajan juntos, se superponen, uno encima de otro, como en una org¨ªa absurda. El confuso resultado es corregido por el estudio y los abogados de la compa?¨ªa de representaci¨®n que maneja los contratos de los actores principales a?aden sus condiciones. Despu¨¦s, todo pasa por un filtro de correcci¨®n pol¨ªtica y, por ¨²ltimo, se a?aden unos chistes de otro guionista que nadie conoce porque el tipo de ventas internacionales dice en un mail que el resultado no es todo lo gracioso que se esperaba. As¨ª se consigue esa pasta extra?a, indigesta, que no molesta a nadie, pero tampoco agrada a nadie, tan caracter¨ªstica de nuestro tiempo. As¨ª funciona el negocio, y el Gordo y el Flaco no est¨¢n en ¨¦l desde hace 50 a?os. Hacen muy bien.
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