El deseado esplendor de Al ?ndalus
Los fundamentalistas isl¨¢micos de hoy reclaman como su vieja patria la lejana civilizaci¨®n de Al ?ndalus. Lo han hecho muchas veces. Valga un ejemplo. "Que entr¨¦is con vuestros pies lavados en nuestro Al ?ndalus despojado, pronto si Al¨¢ quiere", dijo el dirigente salafista Abu Musad Abdel Wadoud el pasado 11 de abril despu¨¦s de que tres islamistas se suicidaran en Argel al volante de tres coches bomba y asesinaran a 30 personas. "Que nuestros pies limpios pisen nuestra Al ?ndalus raptada y la Quds (Jerusal¨¦n) violada", coment¨® inmediatamente despu¨¦s.
Volver a Al ?ndalus, recuperar su antiguo esplendor. ?De qu¨¦ est¨¢n hablando en realidad los fundamentalistas de hoy, qu¨¦ im¨¢genes asocian a aquella civilizaci¨®n que habit¨® durante casi ocho siglos en gran parte de la pen¨ªnsula Ib¨¦rica? "Osama Bin Laden seguramente hubiera arrasado Al ?ndalus, era una sociedad demasiado permisiva para su mentalidad", comenta Jer¨®nimo P¨¢ez, director, creador e impulsor de la fundaci¨®n El Legado Andalus¨ª. Eduardo Manzano, profesor del CSIC y autor de Conquistadores, emires y califas. Los omeyas y la formaci¨®n de Al ?ndalus (Cr¨ªtica), explica que lo que hay no es m¨¢s que la reivindicaci¨®n de un elemento del imaginario musulm¨¢n que coincide con el momento de hegemon¨ªa y pujanza de esta religi¨®n. "Al ?ndalus fue conquistada en plena expansi¨®n militar ¨¢rabe, apenas ocho d¨¦cadas despu¨¦s de la muerte del Profeta", explica Manzano. "El hecho de que en el extremo m¨¢s occidental del mundo musulm¨¢n cristalizara una brillante sociedad plenamente integrada en ese mundo siempre ha sido visto como un signo de la enorme pujanza pol¨ªtica, religiosa y cultural que albergaba el islam primitivo".
Era una civilizaci¨®n urbana en la que destacaban ciudades como C¨®rdoba y Granada
La lengua ¨¢rabe acab¨® convirti¨¦ndose en mayoritaria entre la poblaci¨®n a la altura del siglo X
Al Zawahiri pidi¨® luchar para que el islam reine desde Al ?ndalus hasta Irak
Luego vino la decadencia. Los cristianos fueron ganando terreno, y Al ?ndalus termin¨® por no ser nada m¨¢s que una brumosa met¨¢fora que cada cual interpretaba a su manera. Al Qaeda mira aquel esplendor para curarse del declive humillante al que se precipit¨® desde entonces el islam, un declive al que la organizaci¨®n terrorista "intenta poner punto y final regresando a una ideolog¨ªa de combate y guerra santa que no est¨¢ dispuesta a admitir compromisos", a?ade Manzano.
C¨®rdoba, Sevilla, Granada. La mezquita y Medina Azahara, la Giralda y la Torre del Oro, la Alhambra. Podr¨ªan ser otros muchos lugares (Toledo, por ejemplo: ese ¨¢mbito m¨ªtico en el que convivieron cristianos, jud¨ªos y musulmanes) de aquella larga ¨¦poca en que dominaron en la mayor parte de la pen¨ªnsula Ib¨¦rica esos ¨¢rabes que cre¨ªan en las ense?anzas de Mahoma. Todo empez¨® el 27 de abril del a?o 711 cuando desembarc¨® en Gibraltar T¨¢riq Ibn Ziyad, lugarteniente del gobernador de T¨¢nger, al mando de 9.000 hombres: no tardaron mucho en derrotar a los visigodos. En pocos a?os hab¨ªan llegado hasta las zonas m¨¢s septentrionales de la pen¨ªnsula, donde resistieron los vascones de Navarra y los reinos astures, y en su vigoroso avance quisieron penetrar en Francia, donde fueron detenidos en la batalla de Poitiers (732). As¨ª que se quedaron a este lado de los Pirineos.
En su reciente libro Los desheredados (Aguilar), Henry Kamen habla de aquella temporada. "En el siglo X el territorio llamado Al ?ndalus -una cuarta parte de la Espa?a actual- era un pa¨ªs totalmente controlado por los musulmanes y el m¨¢s poderoso y refinado de Europa occidental". Era una civilizaci¨®n urbana en la que destacaban ciudades como C¨®rdoba o Granada con una avanzada organizaci¨®n pol¨ªtica y social, que nada ten¨ªa que ver con los reinos cristianos del norte, con una econom¨ªa principalmente ganadera y agr¨ªcola. "Los ¨¢rabes trajeron el olivo, el pomelo, el lim¨®n, la naranja, la lima, la granada, la higuera y la palmera", escribe Kamen. En la agricultura andaluza de entonces predominaron las habas, los garbanzos, las habichuelas, los guisantes y las lentejas, ya que los ¨¢rabes no com¨ªan cereales. Sazonaban sus platos con "canela, pimienta, s¨¦samo, macis, an¨ªs, clavo, jengibre, menta y cilantro, especies desconocidas en el resto de la Europa cristiana". La lana, el algod¨®n, la seda, el vidrio, las armas y el cuero fueron algunas de las industrias que se desarrollaron en Al ?ndalus y la agricultura "se benefici¨® de la eficaz irrigaci¨®n".
"De Al ?ndalus permanece una suerte de esp¨ªritu del lugar y un impresionante patrimonio monumental y cultural", explica Jer¨®nimo P¨¢ez. "La belleza de sus edificaciones, su exquisitez, los jardines construidos con tanto mimo y donde todo gira alrededor del agua, la delicadeza, la poes¨ªa. Fueron maestros en la arquitectura ¨ªntima, cuidando todos los detalles (olores, sabores, colores) para vivir hacia dentro". Fue un mundo sofisticado, donde se produjo un profundo mestizaje y donde, pese a los conflictos, consiguieron coexistir musulmanes, cristianos y jud¨ªos. ?Es ¨¦sa la civilizaci¨®n que reclaman los fundamentalistas?
Claro que no se puede reducir ese largo dominio de casi ocho siglos a una imagen ¨²nica y rotunda. Al principio (711- 756), Al ?ndalus fue la parte extrema, la occidental, de los vastos dominios de los omeyas. Un emirato que depend¨ªa de Damasco. Abderram¨¢n I, en el a?o 756, proclam¨® la independencia del emirato de C¨®rdoba e instaur¨® all¨ª una dinast¨ªa que gobern¨® Al ?ndalus hasta 1031.
Fue, desde 956 y gracias a Abderram¨¢n III, un califato. Para entonces era tal ya el acoso de los reinos cristianos, que presionaban de norte a sur, que Al ?ndalus inici¨® su proceso de descomposici¨®n, generando distintos reinos independientes llamados taifas, que fueron unificados temporalmente durante las invasiones de almor¨¢vides y almohades. De todos ellos qued¨® al final, entre 1238 y 1492, el reino nazar¨ª de Granada. Fue el ¨²ltimo reducto de la presencia ¨¢rabe en la pen¨ªnsula Ib¨¦rica.
C¨®rdoba, Sevilla y Granada, como momentos distintos de esa larga historia. La mezquita y el palacio de Medina Azahara de la primera de estas ciudades quedan como testimonio del inmenso poder de aquel emirato que lleg¨® a la cima de su esplendor con Abderram¨¢n III. Sevilla es el ¨¢mbito donde se puso de relieve el empuje de los almohades, con la construcci¨®n de espl¨¦ndidas mansiones para los cortesanos, de una gran mezquita, de la que ha sobrevivido la Giralda, y de una fortificaci¨®n, de la que queda la Torre del Oro. La Alhambra resume los estertores de aquella civilizaci¨®n, que aguant¨® todav¨ªa dos siglos el avance de los cristianos hasta que cay¨® en 1492 con los Reyes Cat¨®licos. La ca¨ªda de Granada no signific¨® el fin de la presencia musulmana en Espa?a. Sobrevivieron como moriscos, enorgulleci¨¦ndose de su condici¨®n y luchando por conservar su cultura. Fue en 1580 cuando, durante el reinado de Felipe II, se tom¨® la decisi¨®n de expulsarlos. La orden se llev¨® a la pr¨¢ctica en 1609, y salieron de Espa?a 300.000 moriscos, los ¨²ltimos vestigios de una historia larga y tumultuosa, pero apasionante.
?Qu¨¦ caracter¨ªstica fue la m¨¢s relevante de aquella civilizaci¨®n? "La principal se?a que define Al ?ndalus es su configuraci¨®n como sociedad ¨¢rabe e isl¨¢mica", explica Eduardo Manzano. "?rabe debe entenderse no en un sentido meramente ¨¦tnico -esto es, referido a los individuos de este origen que llegaron a la pen¨ªnsula como consecuencia de la conquista del a?o 711-, sino cultural e identitario. La lengua ¨¢rabe acab¨® convirti¨¦ndose en la mayoritaria entre la poblaci¨®n y a la altura del siglo X el lat¨ªn pr¨¢cticamente hab¨ªa desaparecido en Al ?ndalus. Los descendientes de la poblaci¨®n ind¨ªgena se arabizaron, como tambi¨¦n lo hicieron los descendientes de los soldados bereberes de origen norteafricano que hab¨ªan acompa?ado en gran n¨²mero a los conquistadores ¨¢rabes del a?o 711 y que, a su vez, hab¨ªan sido sometidos en las d¨¦cadas previas. Asimismo, la islamizaci¨®n de la sociedad andalus¨ª -esto es, la conversi¨®n mayoritaria de sus gentes al islam- es un hecho evidente que se aprecia tanto en la multiplicaci¨®n y ampliaci¨®n de mezquitas, como en el creciente n¨²mero de gentes dedicadas al conocimiento religioso (esto es, los ulemas) que eran de origen ind¨ªgena: ya en la segunda mitad del siglo IX se calcula que aproximadamente la mitad de los ulemas de los que tenemos noticia eran descendientes de conversos".
Durante siglos convivieron (a ratos, mejor; a ratos, peor) musulmanes, cristianos y jud¨ªos en Al ?ndalus, ?pero qu¨¦ fue lo que diferenci¨® de manera m¨¢s radical a los que gobernaban en las dos zonas en que qued¨® dividida la pen¨ªnsula? "M¨¢s que en la religi¨®n, la diferencia hay que buscarla en la manera de ejercer el poder, en la diferente relaci¨®n entre gobernantes y s¨²bditos, y en el hecho de que la sociedad cristiana estaba regida por el derecho civil, y la musulmana por el derecho religioso", dice Jer¨®nimo P¨¢ez, director de la fundaci¨®n El Legado Andalus¨ª. "En los reinos cristianos hubo entre el poder real y el pueblo algunos espacios que permitieron que se fueran consolidando las clases emergentes, como los comerciantes o la burgues¨ªa, de forma que existieron diversos estamentos de poder, junto con la nobleza, la iglesia y la monarqu¨ªa. Entre los musulmanes, quienes gobernaban se consideraban descendientes del Profeta y en el v¨¦rtice del poder conviv¨ªan los ulemas con los mandatarios, lo que dif¨ªcilmente permit¨ªa fisuras. Luego estaba el pueblo, pero no hab¨ªa clases sociales que pudieran ara?ar esferas de poder real, era una sociedad vertebrada a partir de clanes y linajes. No hab¨ªa una ley de sucesi¨®n clara, y como consecuencia de la poligamia exist¨ªan numerosos descendientes con aspiraciones a gobernar, lo que dio lugar a todo tipo de conflictos, sediciones y rebeliones, en definitiva, numerosos periodos de inestabilidad social. Por otra parte, no exist¨ªa un concepto de Estado, naci¨®n y territorio, que permiti¨® una mayor estabilidad en los reinos cristianos. En estos ¨²ltimos, la existencia del derecho privado facilit¨® que avanzara la sociedad civil y que se limitara el despotismo de los poderes p¨²blicos, adem¨¢s de permitir la divisi¨®n de poderes, que en el fondo se controlaban unos a otros. En el mundo musulm¨¢n se gobernaba a trav¨¦s de la charia, y no exist¨ªa realmente diferencia entre el poder civil y religioso. No surgieron, por tanto, diferentes estamentos con poderes e intereses propios, y nunca lleg¨® a considerarse que la legitimidad pol¨ªtica estuviera basada en la voluntad popular y no en la voluntad del rey".
Tal vez esa imposibilidad de que la clase burguesa llegara a tener una influencia determinante y a imponer su esp¨ªritu comercial, laico y de progreso econ¨®mico, m¨¢s all¨¢ de la voluntad divina, o del monarca, o del sult¨¢n fue, seg¨²n Jer¨®nimo P¨¢ez, una de las causas de la debilitaci¨®n de las sociedades isl¨¢micas. Si los comerciantes europeos, a partir del declinar de la Edad Media, fueron decisivos en la configuraci¨®n de las nuevas sociedades y las empujaron hacia el futuro, en el mundo isl¨¢mico fueron postergados, carecieron de todo protagonismo, y no consiguieron ser un factor de cambio y modernizaci¨®n.
Hans Magnus Enzensberger, en El perdedor radical. Ensayo sobre los hombres del terror (Anagrama), apunta que la infraestructura de los pa¨ªses isl¨¢micos "se estanc¨® en niveles medievales hasta entrado el siglo XIX", y escribe: "La primera imprenta con capacidad de producir libros escritos en ¨¢rabe se fund¨® con un retraso de tres siglos". Max Rodenbeck, en El Cairo. La ciudad victoriosa (Almed), reflexiona en ese mismo sentido: "Los ¨¢rabes hab¨ªan practicado la impresi¨®n con bloques de madera desde una fecha tan temprana como el siglo IX -600 a?os antes de Gutenberg-, pero aquella ciencia se hab¨ªa extinguido y, aunque se conoc¨ªa el avance europeo de los tipos m¨®viles, la clase educada de El Cairo hab¨ªa rechazado aquella invenci¨®n por miedo a que su uso pudiera poner en peligro el monopolio efectivo de la palabra escrita".
En uno de sus llamamientos, grabado en v¨ªdeo y en el que aparec¨ªa vestido con la t¨ªpica t¨²nica ¨¢rabe y turbante, el n¨²mero dos de Al Qaeda, el m¨¦dico egipcio Ayman al Zawahiri, defend¨ªa en julio del a?o pasado la necesidad de la guerra santa contra Israel y los cruzados, y exhortaba a los musulmanes de todo el mundo para que lucharan hasta que el islam reine "desde Al ?ndalus hasta Irak". La recurrente obsesi¨®n por el para¨ªso perdido, por la edad dorada, por el viejo esplendor. ?Qu¨¦ sue?o m¨¢s quim¨¦rico ¨¦se de recuperar lo que ya se ha ido y que fue tan distinto en ¨¦pocas remotas! Pero los mitos prenden en las multitudes y ser¨ªa tr¨¢gico que con la p¨®lvora de Al ?ndalus se derramara una sola gota de sangre.
RUTA DE VIAJE: Un legado conflictivo
La presencia de los ¨¢rabes (y de los jud¨ªos) en Espa?a ha sido un tema conflictivo para sus historiadores e intelectuales. El gran debate sobre esta cuesti¨®n lo libraron Am¨¦rico Castro y Claudio S¨¢nchez Albornoz. El primero de ellos cambi¨® de manera dr¨¢stica la manera de entender el pasado de Espa?a. Hasta entonces, esa palabra (que los romanos utilizaban para se?alar la unidad de la pen¨ªnsula Ib¨¦rica) se hab¨ªa empleado para dar cuenta de una continuidad (una vieja esencia) que ven¨ªa de mucho atr¨¢s, y as¨ª se trataba de espa?oles incluso a los prerromanos que defendieron Numancia (y se pasaba de puntillas cuando asomaban ¨¢rabes y jud¨ªos). Castro pensaba, en cambio, que estos ¨²ltimos hab¨ªan "desempe?ado un papel positivo y fundamental en la formaci¨®n de la amalgama cultural en que despu¨¦s se convertir¨ªa Espa?a", escribe Kamen. S¨¢nchez Albornoz, en cambio, sostuvo con tozudez, en opini¨®n de Kamen, que ni los ¨¢rabes ni los jud¨ªos hicieron nada que supusiera una aportaci¨®n de importancia a esa Espa?a que, consideraba, ven¨ªa de antes y deb¨ªa "su vitalidad a sus or¨ªgenes prerromanos y romanos".
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