Compadreo por la ruta del Cid
En Zaragoza me encuentro con El Cid, caray qu¨¦ sorpresa. Enseguida intimamos. El Cid viene de Vivar. Cuenta que, a pesar de tantas batallas ganadas, un d¨ªa le lleg¨® el motorista con la orden del destierro y, con lo puesto, empez¨® a buscarse la vida. "Mir¨® las puertas abiertas, los postigos sin candados; las alc¨¢ntaras vac¨ªas, sin pellizones ni mantos, sin los halcones de caza ni los azores mudados", llora El Cantar del M¨ªo Cid. A estas alturas del follet¨ªn qui¨¦n no ve un paralelismo con sus circunstancias y las m¨ªas: miles de kil¨®metros recorridos, las ropas que bailan solas y la visa tan mellada como la Tizona del guerrero.
El Cantar del M¨ªo Cid va citando los lugares por los que pas¨® el caballero, y aquello hoy se ha convertido en una interesante ruta de caminos y pueblos con rastros medievales. Me detengo en Alhama de Arag¨®n, donde se anuncian ba?os termales, terap¨¦uticos y un porr¨®n m¨¢s de beneficios para el cuerpo. No lo dudo.
Mande su sugerencia al blog de nuestro viajero: http://blogs.elpais.com/el_viajero_errante/ en ELPAIS.com |
El balneario Termas Pallar¨¦s, levantado en 1863, y hace poco restaurado, es casi una ciudad-jard¨ªn con un lago natural de aguas beat¨ªficas y peces de colores. Las aguas, que brotan a 32 grados y se mantienen a 27, se prescriben contra el estr¨¦s gracias a sus componentes ligeramente radioactivos. Era lo que necesitaba.
El Cid sigue por Bubierca, Ateca, Alcocer, Calatayud, siempre buscando carreteras secundarias. El rastro contin¨²a por los pueblos de la ribera del Jal¨®n y del Jiloca. En cada pueblo citado por el Cantar, al viajero le sellan su cartilla. En su destierro, El Cid iba pillando. Si un pueblo no le daba dinero a cambio de seguridad, lo hac¨ªa inseguro, o sea, lo atacaba; si pagaba, se convert¨ªa en el Prosegur local. Daba igual que fueran moros o cristianos. La pela ya era la pela.
As¨ª llega El Cid a Daroca, con sus murallas ¨¢rabes, demolidas y restauradas una y otra vez. Sus cuatro kil¨®metros de muros encierran el barrio ¨¢rabe, el cristiano y el jud¨ªo. Con estos antecedentes, no es extra?o que su fiesta medieval sea una de las m¨¢s celebradas de Espa?a. Los vecinos se visten de ¨¦poca a la vez que sacan a pasear al caniche.
Una catapulta lanza caramelos a los ni?os, los guerreros disparan flechas a jabal¨ªes de cart¨®n y otros pelean con el acero. Son del grupo Arco Medievo de recreaci¨®n medieval; tambi¨¦n est¨¢n los de Ferruzza, que ense?an esgrima con espadas de ¨¦poca, y las gaitas y los tambores de Fidelis. En el mercado, los artesanos trabajan la forja o la madera:
-?Qu¨¦ hace usted buen se?or?
-Pongo enea en las sillas. ?Y usted, de d¨®nde viene as¨ª vestido?
-De Catalu?a.
-Muchos vienen de por all¨ª; por algo se dice "lo bueno abunda".
-Gracias judi¨ªco, que Al¨¢ te guarde y los cristianos te cuelguen de tus pulgares.
En el mercado de Daroca es imposible cambiar billetes de 100 euros. Hay que ir al cajero autom¨¢tico. Si la sucursal es de tu red, s¨®lo te cobrar¨¢ una comisi¨®n de 2,65 euros, si es de otra, el sablazo llega casi a los seis euros. El atraco no entiende de civilizaciones.
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