Sexo en Mongo
Discut¨ªamos si las matem¨¢ticas son el lenguaje universal, un idioma con el que podr¨ªas viajar a cualquier galaxia de por ah¨ª. "Creo que las matem¨¢ticas humanas est¨¢n mucho m¨¢s ligadas de lo que imaginamos a nuestra fisiolog¨ªa, nuestra experiencia y nuestras preferencias psicol¨®gicas", escribe Ian Stewart en Cartas a una joven matem¨¢tica.
Roger Penrose, por otro lado, pese a mostrarse tambi¨¦n contrario a las corrientes m¨¢s plat¨®nicas de la f¨ªsica te¨®rica, asegura que "para los matem¨¢ticos, o al menos para la mayor parte de ellos, las matem¨¢ticas tienen una vida propia, y muchas veces una asombrosa armon¨ªa con el universo f¨ªsico". ?Qu¨¦ ocurre entonces? Que "para la percepci¨®n del mundo de un cerebro alien¨ªgena", prosigue Stewart, "lo fundamental podr¨ªa no ser la forma, sino el olfato o la verg¨¹enza, y antes de que pudiera contar hasta tres, lo que fuera que estuviere contando se habr¨ªa desvanecido en la brisa de amonio". Como se ve, no es de los teoremas de lo que desconf¨ªan los matem¨¢ticos: es de los marcianos.
Es una de las percepciones m¨¢s arraigadas en nuestra cultura: que los seres vivos quedan fuera de la jurisdicci¨®n de la geometr¨ªa; que las matem¨¢ticas sirven para los niveles m¨¢s ordenados de la naturaleza, los m¨¢s pegados a la escala de los ¨¢tomos; que los entes biol¨®gicos, marcianos o locales, fuimos expulsados del para¨ªso plat¨®nico y ahora vagamos sin ruta predecible en esta jungla anum¨¦rica, por los siglos de los siglos am¨¦n. En el planeta Mongo los minerales pueden cristalizar por el teorema de Pit¨¢goras o por el teselado de Penrose, pero los marcianos tienen que percibir el mundo por la verg¨¹enza. Y nada de sexo, por supuesto.
El sexo no s¨®lo es antiguo: es m¨¢s antiguo que sus practicantes. Fue el sexo quien cre¨® a los animales, y no al rev¨¦s. Consiste en lo siguiente. Las c¨¦lulas tienen un flagelo ('cola'), y en su base un par de centriolos (los que hacen la cola). El flagelo presta uno de sus centriolos, que se larga al polo opuesto de la c¨¦lula. Un centriolo tira del cromosoma de pap¨¢ y el otro del de mam¨¢, que acaban cada uno en una c¨¦lula distinta. En cada c¨¦lula hija, el centriolo saca una copia ortogonal de s¨ª mismo y las dos c¨¦lulas giran 90 grados. Tras dividirse de nuevo, resulta una configuraci¨®n reproducible.
Las decisiones interesantes se suelen tomar en epitelios hexagonales, donde las c¨¦lulas se empaquetan como en una colmena. Casi cualquier cosa redonda tiende a empaquetarse as¨ª, pero las c¨¦lulas epiteliales parecen capaces de explotar a fondo las sutilezas geom¨¦tricas del hex¨¢gono. Por ejemplo, pueden polarizarse todas en paralelo, pero tambi¨¦n formar una roseta (a su vez hexagonal) que preserva cierta autonom¨ªa de las otras (seis) rosetas que la rodean. En otra modalidad, las c¨¦lulas reconfiguran sus contactos de modo que la malla en su conjunto se alarga y estrecha en una coreograf¨ªa eficaz.
Es incre¨ªble la cantidad de aspectos de la forma biol¨®gica que se deben basar en ¨²ltimo t¨¦rmino en la geometr¨ªa del hex¨¢gono. Y el director de esta orquesta es el mismo del programa anterior: el flagelo, que presta uno de sus centriolos que se marcha al otro polo y se asocia y luego todo lo dem¨¢s: el sexo, en una palabra. El gran vector que orienta al hex¨¢gono respecto a su entorno y a su propia historia.
Estamos hechos enteramente de geometr¨ªa. Sin ella no se puede hacer ni una banqueta, ?c¨®mo se va hacer un cerebro, por el amor de Dios? Si en Mongo entienden algo, entender¨¢n las formas. Y si tienen formas, tendr¨¢n sexo.
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