Burbuja de humo
El discurso catastrofista suele ser una de las formas m¨¢s inofensivas de cr¨ªtica. Pero adem¨¢s, con frecuencia se convierte en una maniobra de distracci¨®n, intencionada o no, una cortina de humo que permite disimular da?os: a fuerza de invocar lo mal¨ªsimo, acaba siendo aceptable lo malo a secas. La perspectiva del peor de los escenarios nos consuela, cuando el vaticinio negro se incumple, de que las cosas finalmente no hayan salido tan mal como anunciaban, y nos parece bueno lo que sin esa posibilidad de empeoramiento nos habr¨ªa parecido negativo.
Desde hace alg¨²n tiempo el discurso catastrofista de moda en Espa?a es el que avisa del pr¨®ximo estallido de la llamada burbuja inmobiliaria. Llevamos al menos un par de a?os escuchando las advertencias catastrofistas de un futuro inmediato en el que los precios de los pisos se desplomar¨¢n, y toda nuestra ilusi¨®n de prosperidad se vendr¨¢ abajo: recesi¨®n econ¨®mica, impagos, embargos, bancos y empresas en quiebra, desempleo masivo y, por qu¨¦ no a?adirlo, suicidios masivos de ciudadanos lanz¨¢ndose desde sus hipotecados balcones. El tiempo pasa y el salvaje estallido no acaba de producirse, pero no bajamos la guardia, en cualquier momento ocurrir¨¢.
?Y si finalmente no estalla la burbuja? En tal caso -y parece el m¨¢s probable-, la cortina de humo catastrofista habr¨¢ vuelto a triunfar: respiraremos aliviados y nos contentaremos con habernos quedado como estamos. Y mientras tanto, en todo este tiempo habremos mirado hacia otro lado, hacia la enorme burbuja a punto de reventar en el horizonte, y apenas habremos atendido a las miles de peque?as burbujas que estallaban por todas partes, en miles de hogares donde se ha producido una cat¨¢strofe que nadie vaticin¨®, que ha sucedido poco a poco, con sigilo, y cuya devastaci¨®n todav¨ªa se oculta bajo el humo de la apocal¨ªptica burbuja.
En realidad, sin estallidos efectistas ni dramatizaciones, hace alg¨²n tiempo que esas miles de peque?as burbujas se pincharon, sin ruido apenas, desinfl¨¢ndose poco a poco. El resultado es un escenario que para algunos tal vez sea ideal -y se beneficiar¨¢n del mismo-, pero que para la mayor¨ªa es de pesadilla. La combinaci¨®n, hoy presente en tantos hogares, de precariedad laboral, p¨¦rdida de poder adquisitivo y alto endeudamiento nos deja una sociedad donde gran parte de la poblaci¨®n vive al l¨ªmite, inmovilizada sobre un alambre en el que m¨¢s vale no dar un paso atr¨¢s ni arriesgar un movimiento extra?o, pues la ca¨ªda ser¨¢ inmediata.
Por un lado, la precariedad laboral. Resulta curioso que, mientras estad¨ªsticamente nos acercamos al pleno empleo, la principal preocupaci¨®n de los espa?oles siga siendo en las encuestas el paro. La alta temporalidad, la inestabilidad, el abaratamiento del despido, la subcontrataci¨®n abusiva, la irregularidad, los falsos aut¨®nomos, se convierten en norma en una clase trabajadora sobre la que, al mismo tiempo, opera como amenaza el recuerdo de los a?os en que el desempleo llegaba al 20% de la poblaci¨®n.
Por otro, la p¨¦rdida de poder adquisitivo. Las explicaciones macroecon¨®micas -en la l¨ªnea del debate sobre salarios desarrollado en las p¨¢ginas de EL PA?S- no maquillan una realidad percibida con crudeza por tantas familias: el encarecimiento de la vida no ha ido al mismo ritmo que el aumento de los salarios. Mientras la vivienda -un bien de primera necesidad, por mucho que apenas repercuta en el c¨¢lculo del IPC- ha tenido sucesivos aumentos anuales superiores al 10%, los salarios crec¨ªan a ritmos muy inferiores, y todo tipo de productos y servicios multiplicaban sus precios, al calor del duradero "efecto euro" y otros factores. El sueldo cada vez nos
llega para menos, por mucho que lo disimulemos con una mayor capacidad de consumo que, en buena parte, se apoya en esas formas de "consumo basura", toda una sociedad del low cost equiparable a la comida basura: como las hamburguesas franquiciadas, tambi¨¦n ciertas formas de consumo son baratas, alimentan y provocan sensaciones placenteras. En nuestro caso, el consumismo es un lenitivo infalible, pero adictivo.
Y en tercer lugar, el elevado endeudamiento: cuando parece que ya no podemos endeudarnos m¨¢s, que hemos alcanzado nuestro techo, que ya estamos bastante estrangulados por hipotecas excesivas que en cada medio punto del Eur¨ªbor nos ahogan un poco m¨¢s, he aqu¨ª que llegan esas nuevas formas de usura sofisticada, de rostro amable, publicitadas. Prestamistas de nombre atractivo e imagen desenfadada que prometen dinero en mano con s¨®lo una llamada de tel¨¦fono, o empresas que nos ofrecen renegociar todas nuestras deudas para s¨®lo tener un acreedor al que, milagrosamente, pagaremos menos. El resultado es una ¨²ltima vuelta de tuerca, asfixiante, que mediante tipos de inter¨¦s usureros nos encadena de por vida a un pago mensual que tal vez heredar¨¢n nuestros hijos, con lo que cerraremos el c¨ªrculo generacional y haremos realidad aquel chiste del perezoso que promet¨ªa dejar de vivir de sus padres el d¨ªa que pudiese vivir de sus hijos. En efecto, los j¨®venes que hoy se emancipan lo hacen en muchos casos ayudados por sus familias -que act¨²an como avalistas para sus hipotecas y/o facilitan cantidades de dinero-. Esos mismos j¨®venes no s¨®lo no podr¨¢n actuar de colch¨®n para sus hijos en el futuro, sino que tal vez coloquen una deuda cong¨¦nita sobre ¨¦stos.
El tridente que forman estos factores, precariedad laboral, p¨¦rdida de poder adquisitivo y alto endeudamiento, da forma a esa burbuja dom¨¦stica que ya ha estallado en muchas casas. Las consecuencias parecen evidentes, aunque a veces queden oscurecidas por el humo de la cat¨¢strofe que nunca llega. Trabajadores atemorizados, para los que cada sueldo es decisivo para no ser embargados o desahuciados, se cuidar¨¢n mucho de hacer cualquier cosa que pueda poner en riesgo su puesto de trabajo. No digo ya ejercer su derecho de huelga, sino simplemente cuestionar una orden, dependiendo del nivel de presi¨®n y de competencia que haya en cada sector y empresa. A otro nivel, para muchas familias un divorcio se convierte, ¨¦sta s¨ª, en una aut¨¦ntica cat¨¢strofe econ¨®mica, que da lugar a una lucha feroz por quedarse con la preciada vivienda, y que est¨¢ envenenando muchos procesos de separaci¨®n con hijos de por medio.
Mientras todo esto ocurre, seguimos temiendo por el desastre futuro que, caso de no llegar, nos aliviar¨¢ y har¨¢ buena nuestra situaci¨®n actual, tras repetir una y otra vez el viejo mantra de "virgencita, que me quede como estoy". Siempre podremos estar peor, claro. Y si la burbuja no estalla, y simplemente se desinfla un poquito y de forma progresiva, descansaremos de su amenaza, y haremos evaluaci¨®n de da?os a la sombra del gran da?o que nunca lleg¨®, y tal vez ya seducidos por un nuevo discurso catastrofista que sustituya al vencido. De hecho, puede que este art¨ªculo no sea m¨¢s que otro discurso catastrofista, vaya usted a saber.
Isaac Rosa es escritor. Su ¨²ltimo libro es ?Otra maldita novela sobre la guerra civil! (Seix Barral).
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