"Una cajita de zumo es lo primero que bebo en tres d¨ªas"
La gente de Pisco se queja de que las autoridades acumulan agua y alimentos que no reparten
Miles de personas forman una fila cuyo destino es una verja bajo un cartel que reza Bienvenidos a la Feria del Turismo de Pisco. Cansados, llorosos y pegados al que va delante "para evitar que nadie se meta", esperan cruzar la valla de la entrada del Parque Zonal de Pisco, junto al oc¨¦ano Pac¨ªfico, donde se ha instalado un campo de refugiados paradigma de la desorganizaci¨®n del reparto de ayuda a los damnificados por el terremoto.
La entrada est¨¢ custodiada por infantes de Marina y los que esperan no saben bien qu¨¦ hay al otro lado. "Est¨¢ lleno de agua y alimentos", dicen unos. "Est¨¢n alojando all¨¢ a la gente", aseguran otros. Lo ¨²nico que tienen claro es lo que hay fuera: polvo, destrucci¨®n y necesidad. Pero la realidad dentro es muy diferente de lo que imaginan.
Te¨®filo M¨¦rez quiere comida y decirle a su hijo en Espa?a que est¨¢n todos bien
"El Estado no puede ir casa por casa repartiendo comida", ha dicho Alan Garc¨ªa
Pedro Salgano lleva un d¨ªa entero en una esquina de un parterre en el interior del recinto formado por algunas casas de una sola planta y una gran explanada de hierba. Le han dicho que espere ah¨ª su turno y que el alcalde de Pisco, o alguien que le represente, le recibir¨¢ para suministrarle agua y alimentos para su barriada. Est¨¢ cansado pero no se atreve a sentarse, "no vaya a ser que no me vean con tanta gente". Salgano agarra un papel doblado en el que lleva escritos los nombres de 130 personas que espera se beneficiar¨¢n del reparto. Lleg¨® caminando. En caso de conseguir la ayuda, no tiene c¨®mo llevarla. "Espero que me la acerquen, pero no pod¨ªamos venir los hombres. ?C¨®mo vamos a dejar a nuestras mujeres e hijos solos?". Apenas a unos metros, los ni?os trepan a una monta?a formada por miles de paquetes de agua embotellada. Salgano los mira y se lamenta: "La gente tiene sed, ?por qu¨¦ no reparten?".
Las autoridades est¨¢n instalando a familias en el campo formado en lo que en su d¨ªa pretendi¨® ser el escaparate de la modernidad en Pisco. La mayor¨ªa se aloja en peque?as tiendas de campa?a con capacidad para dos personas donde ahora entran familias enteras. El n¨²mero es importante, no porque las familias m¨¢s numerosas reciban m¨¢s comida, sino porque disponen de m¨¢s miembros dispuestos a conseguirla. El criterio con el que se selecciona a las familias no est¨¢ claro y eso levanta acusaciones contra el APRA, el partido del presidente Alan Garc¨ªa. "Se lo est¨¢n dando todo a los apristas. El alcalde est¨¢ dejando de lado a los pobres", acusa Maura Chuquisaca, una viuda con glaucoma. Lleva medio d¨ªa esperando y tiene una lista de 30 personas. Junto a ella, una familia de 10 miembros se arremolina ante un voluntario que les reparte una taza de arroz por persona. El saco indica que procede de China. La viuda los mira y se siente agraviada: "?Por qu¨¦ ellos s¨ª y yo que soy pobre no?".
Han pasado siete d¨ªas desde el terremoto y Pisco contin¨²a sin luz ni agua, pero ya han desaparecido los peque?os puntos de reparto de ayuda. "El Estado no puede ir casa por casa repartiendo comida", declar¨® Alan Garc¨ªa hace dos d¨ªas en su aparici¨®n diaria en televisi¨®n desde Pisco. Dicho y hecho, ahora los que quieran recibir alimentos tienen que hacer largas caminatas por interminables calles cubiertas de polvo de adobe para llegar a la multitudinaria fila. Por eso se recomienda que vayan representantes de cada zona con una lista de la gente a la que representan.
Pero muchas personas no pueden desplazarse. No quieren dejar a sus familias en una situaci¨®n precaria o son mayores, se encuentran desorientados y desconocen el sistema de las listas. Pisco es una especie de s¨¢lvese quien pueda donde no hay informaci¨®n. "?C¨®mo vamos a ir hasta all¨¢, tan lejos? ?Qui¨¦n cuidar¨¢ de mi casa?", pregunta Margarita Rom¨¢n Guti¨¦rrez, de 68 a?os, en lo que queda de su casa familiar, en el centro de Pisco, a media hora caminando del campamento del Parque Zonal. El techo ha aguantado pero las paredes no. Una l¨¢mpara de ara?a cubierta de polvo se mece cada vez que hay un peque?o temblor.
En el suelo, mezclados y machacados por el polvo y los cascotes, est¨¢n los recuerdos de varias generaciones porque aqu¨ª nacieron y crecieron los abuelos y los padres de Rom¨¢n. Algunas im¨¢genes religiosas descabezadas y platos y tazas rotas se mezclan con novelas de Cor¨ªn Tellado editadas en c¨®mic en los a?os sesenta. "Las le¨ªa con mi madre", recuerda Rom¨¢n con los ojos llenos de l¨¢grimas. Su hermano Jairo se disculpa por no ofrecer a los visitantes la cajita de zumo que se est¨¢ bebiendo. "Es lo primero que como en tres d¨ªas. Me lo dio una chica que pasaba", se?ala. "Por aqu¨ª no ha pasado nadie".
La situaci¨®n comienza a generar tensi¨®n entre los vecinos de Pisco. Se ha corrido la voz de que en el aeropuerto hay hangares llenos de agua y alimentos. Algo dif¨ªcil de desmentir cuando sobre sus cabezas pasan constantes aviones tanto civiles como militares que tienen como destino el peque?o aer¨®dromo situado en un extremo de la ciudad. "Hemos ido all¨ª pero los panas
tienen la puerta cerrada y dicen que nos vayamos. Pero sabemos que aquello est¨¢ lleno y en cualquier momento la gente se va a dar cuenta", cuenta un hombre montado en bicicleta que se dirige pedaleando hacia el Parque Zonal.
En el campo de refugiados los ni?os corretean mientras los grandes se desesperan esperando ayuda. De pronto, todos gritan porque el suelo se mueve. Es una r¨¦plica de 4,7 en la escala de Ritcher. "?D¨®nde estar¨¢n mis hijos?", se pregunta Yola Quincopa, quien tras siete horas ha conseguido una bolsa de arroz brasile?o y dos litros de agua. Quincopa ha dejado a seis personas en una casa al otro lado de Pisco. A su lado la observa Te¨®filo M¨¦rez, un profesor de Matem¨¢ticas que tiene una lista de 30 personas. Quiere dos cosas: comida y poder decirle a su hijo en Espa?a que est¨¢n todos bien.
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