Diez minutos para convertirse en investigador
Dos mujeres con uniforme azul charlan de sus cosas en la primera de las cuatro habitaciones que integran la Sala Cervantes de la Biblioteca Nacional. Son las dos guardas de seguridad de servicio, este mi¨¦rcoles por la ma?ana, en el sancta sant¨®rum de una instituci¨®n cuyo lema es "Custodiamos todos los libros". Hasta aqu¨ª, en la segunda planta del ala sur del edificio, que da a la calle de Villanueva, s¨®lo pueden llegar los poseedores de un carn¨¦ de investigador: ¨²nicos lectores autorizados a consultar libros antiguos, libros raros, incunables. Pero ?cu¨¢ntas personas disponen de un carn¨¦ de este tipo? La biblioteca no informa. El silencio parece ser la m¨¢xima en medio del esc¨¢ndalo provocado por la desaparici¨®n de los dos mapas de la Cosmograf¨ªa de Ptolomeo, impresos en 1482. Sea como fuere, obtener el carn¨¦ de investigador (con una vigencia de cinco a?os) no parece dif¨ªcil. Esta periodista lo consigui¨® en apenas 10 minutos, presentando el carn¨¦ profesional y rellenando un breve cuestionario en el que, junto a los datos personales, se pide una explicaci¨®n de las razones que hacen necesario el acceso al centro. Antes de llegar a la Sala Cervantes hay que desprenderse del bolso o de la maleta del ordenador. Los cuadernos de notas, billeteros, tel¨¦fonos m¨®viles, llaves USB y dem¨¢s objetos autorizados hay que transportarlos en bolsas de pl¨¢stico transparente que facilita la propia biblioteca. Despu¨¦s de atravesar un pasillo solitario se llega a la zona de consulta: cuatro habitaciones comunicadas entre s¨ª, pr¨¢cticamente vac¨ªas esta ma?ana de agosto. En la primera, de acceso restringido a los funcionarios, conversan las guardias de seguridad. En la segunda no hay nadie. El investigador puede alargar la mano y coger cualquiera de los vol¨²menes archivados en las estanter¨ªas que rodean la sala, de techos alt¨ªsimos, decorada con varios cuadros. Una bibliotecaria trabaja ante un ordenador, en la habitaci¨®n siguiente, tambi¨¦n desierta. En la ¨²ltima, un funcionario con guantes de l¨¢tex atiende las peticiones de los investigadores. En lo alto, en las esquinas de la sala, c¨¢maras de televisi¨®n vigilan, al menos aparentemente. El funcionario con guantes de l¨¢tex reclama, amablemente, el carn¨¦ a la visitante. Aqu¨ª se pueden consultar sin problemas cualquiera de los casi 130.000 libros antiguos que custodia la biblioteca. Tambi¨¦n los incunables. Se leen, se hojean y se devuelven sin que los funcionarios puedan comprobar la integridad del volumen que se devuelve. Tampoco a la salida hay otro control que el arco detector de metales. Poco efectivo a la hora de detectar legajos.
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