Salir del pesimismo
A un personaje del Torquato Tasso de Goethe le debemos una formulaci¨®n que probablemente sea el paradigma de todas las disculpas: "De lo que uno es / son los otros quienes tienen la culpa". Esta convicci¨®n no explica nada pero alivia mucho; sirve para confirmar a los nuestros frente a ellos, esquematiza las tensiones entre lo global y lo local o proporciona un c¨®digo elemental para las relaciones entre la izquierda y la derecha. Podemos estar seguros de que algo de este planteamiento sostiene la confrontaci¨®n pol¨ªtica cuando el discurso encaminado a mostrar que los otros son peores ocupa todo el escenario. Pero revela muy propia confianza en el propio proyecto, ideas y convicciones.
As¨ª funciona, con escasas excepciones, el actual antagonismo entre la izquierda y la derecha. Por eso los an¨¢lisis que en estas mismas p¨¢ginas han hecho Sami Na?r de la pol¨ªtica de Sarkozy o Jos¨¦ Mar¨ªa Ridao acerca del entorno ideol¨®gico de Bush son magn¨ªficas descripciones de lo equivocada que est¨¢ la nueva derecha, pero dicen muy poco acerca de lo d¨¦bil que es la izquierda. ?Y si invirti¨¦ramos la m¨¢xima de aquel personaje de Goethe y pens¨¢ramos qu¨¦ culpa tiene la izquierda en el triunfo de la derecha? Este tipo de an¨¢lisis suelen ser m¨¢s provechosos porque no se enturbian con el prejuicio de pensar que si nuestros competidores son muy malos, entonces nosotros tenemos necesariamente raz¨®n. Creo que buena parte de lo que le pasa a la izquierda en muchos pa¨ªses del mundo es que se limita a ser la anti-derecha, algo que no tiene nada que ver, aunque lo parezca, con una verdadera alternativa. Se ha dicho que la izquierda tiene dificultades en movilizar a su electorado y hay quien piensa que esa operaci¨®n vendr¨ªa a ser, no tanto despertar la esperanza colectiva como inquietar al electorado para ganarse la preferencia que resignadamente nos hace decidirnos por lo menos malo.
Por decirlo sint¨¦ticamente: hoy la derecha es optimista y la izquierda pesimista. Tal vez el antagonismo pol¨ªtico se articule actualmente m¨¢s como disposici¨®n emocional que como proposici¨®n ideol¨®gica. Lo que ocurre es que las emociones y las ideas se relacionan m¨¢s estrechamente de lo que solemos suponer. Si examinamos las cosas de este modo, percibiremos el desplazamiento ideol¨®gico que est¨¢ teniendo lugar. Tradicionalmente la diferencia entre progresivo y conservador se correspond¨ªa con el pesimismo y el optimismo, en el orden antropol¨®gico y social. Mientras que el progresismo se inscrib¨ªa en un desarrollo hist¨®rico hacia lo mejor, el conservadurismo, por decirlo con expresi¨®n de Ernst Bloch, ha estado siempre dispuesto a aceptar una cierta cantidad de injusticia o sufrimiento como un destino inevitable. Pero esto ya no es as¨ª, en buena medida. El estado de ¨¢nimo general de la derecha, que tiene su mejor exponente en Sarkozy, es todo lo contrario de la resignaci¨®n: decidida y activa, sin complejos, confiada en el futuro y con una firme resoluci¨®n de no dejar a nadie el mando de la vanguardia. Esta disposici¨®n es lo que est¨¢ poniendo en dificultades a una izquierda que, aun teniendo buenas razones para oponerse, no las tiene a la hora de proponer algo mejor. Si recoge las causas de los excluidos o se convierte en abogada del pluralismo, no lo hace para construir a partir de todo ello una concepci¨®n alternativa del poder, y eso se nota en la mala conciencia de quien sabe que no est¨¢ haciendo otra cosa que reclutar aliados.
La izquierda es, fundamentalmente, melanc¨®lica y reparadora. Ve el mundo actual como una m¨¢quina que hubiera que frenar y no como una fuente de oportunidades e instrumentos susceptibles de ser puestos al servicio de sus propios valores, los de la justicia y la igualdad. El socialismo se entiende hoy como reparaci¨®n de las desigualdades de la sociedad liberal. Pretende conservar lo que amenaza ser destruido, pero no remite a ninguna construcci¨®n alternativa. La mentalidad reparadora se configura a costa del pensamiento innovador y anticipador. De este modo no se ofrece al ciudadano una interpretaci¨®n coherente del mundo que nos espera, que es visto s¨®lo como algo amenazante. Esta actitud recelosa frente al porvenir procede b¨¢sicamente de percibir al mercado y la globalizaci¨®n como los agentes principales del desorden econ¨®mico y las desigualdades sociales, dejando de advertir las posibilidades que encierran y que pueden
ser aprovechadas. Movilizar los buenos sentimientos e invocar continuamente la ¨¦tica no basta; hace falta entender el cambio social y saber de qu¨¦ modo pueden conquistarse en las nuevas circunstancias los valores que a uno le identifican.
La primera dificultad de la izquierda para configurarse como alternativa esperanzadora procede de esa especia de "hero¨ªsmo frente al mercado" (Zaki La?di) que le impide entender su verdadera naturaleza y le hace pensar que el mercado no es m¨¢s que un promotor de la desigualdad, una realidad antisocial. Para una buena parte de la izquierda razonar econ¨®micamente es conspirar socialmente. Piensa que lo social no puede ser preservado m¨¢s que contra lo econ¨®mico. La denuncia ritual de la mercantilizaci¨®n del mundo y del neoliberalismo procede de una tradici¨®n intelectual que opone lo social a lo econ¨®mico, que tiende a privilegiar los determinismos y las construcciones frente a las oportunidades ofrecidas por el cambio social. Desde este punto de partida es dif¨ªcil comprender que la competencia es un aut¨¦ntico valor de izquierda frente a las l¨®gicas de monopolio, p¨²blico o privado, sobre todo cuando el monopolio p¨²blico ha dejado de garantizar la provisi¨®n de un bien p¨²blico en condiciones econ¨®micamente eficaces y socialmente ventajosas.
Y es que tambi¨¦n hay monopolios p¨²blicos que falsifican las reglas del juego. A estas alturas sabemos bien que existen desigualdades producidas por el mercado, pero tambi¨¦n por el Estado, frente a las que algunos se muestran extraordinariamente indulgentes. En ocasiones, garantizar a toda costa el empleo es un valor que debe ser contrapesado con los costes que esta protecci¨®n representa respecto de aquellos a los que esa protecci¨®n impide entrar en el mercado de trabajo, creando as¨ª una nueva desigualdad. Enmascarada tras la defensa de las conquistas sociales, la cr¨ªtica social puede ser conservadora y desigualitaria, lo que explica que la izquierda est¨¢ actualmente muy identificada con la conservaci¨®n de un estatus.
Esta actitud conservadora podr¨ªa redefinirse en t¨¦rminos de innovaci¨®n pol¨ªtica modificando los procedimientos en orden a conseguir los mismos objetivos: se trata de poner al mercado al servicio del bien p¨²blico y la lucha contra las desigualdades. La nostalgia paraliza y no sirve para entender los nuevos t¨¦rminos en los que se plantea un viejo combate. No es que una era de solidaridad haya sido sustituida por una explosi¨®n de individualismo, sino que la solidaridad ha de articularse sobre una base m¨¢s contractual, sustituyendo aquella respuesta mec¨¢nica a los problemas sociales consistente en intensificar las intervenciones del Estado por formulaciones m¨¢s flexibles de colaboraci¨®n entre Estado y mercado, con formas de gobierno indirecto o promoviendo una cultura de evaluaci¨®n de las pol¨ªticas p¨²blicas.
Y la otra causa de que la izquierda presente actualmente un aspecto pesimista es su concepci¨®n ¨²nicamente negativa de la globalizaci¨®n, que le impide entender sus aspectos positivos en orden a la redistribuci¨®n de la riqueza, la aparici¨®n de nuevos actores o el cambio de reglas de juego en las relaciones de poder. Al insistir en las desregulaciones vinculadas a la globalizaci¨®n, la izquierda corre el riesgo de aparecer como una fuerza que protege a unos privilegiados y rechaza el desarrollo de los otros. Es cierto que la din¨¢mica general del mundo nunca hab¨ªa sido tan poderosa, pero tambi¨¦n tan prometedora para muchos.
Por eso la izquierda del siglo XXI debe poner cuidado en distinguirse del altermundialismo, lo que no significa que no haya problemas graves a los que hay que buscar una soluci¨®n, sin ceder a la letan¨ªa de deplorar la p¨¦rdida de influencia sobre el curso general del mundo. En lugar de proclamar que "otro mundo es posible", m¨¢s le vale imaginar otras maneras de concebir y actuar sobre este mundo. La idea de que no se puede hacer nada frente a la globalizaci¨®n es una disculpa de la pereza pol¨ªtica. Lo que no se puede es actuar como antes. La izquierda no se librar¨¢ de ese pesimismo que la atenaza mientras no se esfuerce en aprovechar las posibilidades que genera la mundializaci¨®n y orientar el cambio social en un sentido m¨¢s justo e igualitario.
Un proyecto pol¨ªtico tiene que encarnar una esperanza, razonable e inteligente, o no pasar¨¢ de ser m¨¢s que la inercia necesaria para seguir tirando.
Daniel Innerarity es profesor titular de Filosof¨ªa en la Universidad de Zaragoza.
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