Deprisa, deprisa
El hecho de que la campa?a electoral para las generales de marzo se haya iniciado con m¨¢s de medio a?o de anticipaci¨®n se ha aceptado como una realidad inevitable, como un fen¨®meno natural, y ajeno, por tanto, a la responsabilidad de los partidos. Sin embargo, consagrar buena parte de una legislatura a preparar la siguiente convocatoria electoral, avanzando promesas que, muchas veces, no le hacen ascos a la demagogia y el populismo, no deja de ser una singular anomal¨ªa. Para empezar, supone que la teor¨ªa acerca del funcionamiento de las instituciones no se corresponde con la pr¨¢ctica: el plazo de cuatro a?os para el que los ciudadanos deciden qui¨¦n ejercer¨¢ el Gobierno y qui¨¦n permanecer¨¢ en la oposici¨®n queda reducido a algo m¨¢s de tres. Si a ello se suman los tiempos muertos del Parlamento, el plazo efectivo del que dispone el Ejecutivo, cualquier Ejecutivo, para desarrollar el programa con el que concurri¨® a las elecciones se ve severamente recortado. Necesariamente, los fuegos de artificio prevalecen sobre las decisiones a largo plazo, la propaganda va reemplazando a la pol¨ªtica.
La precipitaci¨®n con la que, durante esta legislatura, los partidos se han lanzado a la pr¨®xima campa?a tiene que ver, seguramente, con una paradoja que ha terminado por ocultar el sostenido ruido ambiente: las principales fuerzas pol¨ªticas quieren concurrir a las elecciones llevando como bandera unas prioridades que no son las que han enarbolado durante los tres ¨²ltimos a?os. Desde esta perspectiva, s¨®lo disponen de siete meses para ejecutar este s¨²bito viraje, este precipitado borr¨®n y cuenta nueva. Se multiplican las apariciones p¨²blicas y las declaraciones de los responsables pol¨ªticos, pero s¨®lo para guardar silencio sobre los asuntos que hab¨ªan llegado a convertirse en sus respectivas cantinelas, en sus particulares obsesiones. Hasta el punto de que el discurso pol¨ªtico es hoy tan significativo por lo que ha dejado de decir como por lo que efectivamente dice.
El Partido Popular tuvo claro desde el principio que el terrorismo y la unidad de Espa?a ser¨ªan los ejes de su oposici¨®n. En realidad, se trataba de una continuaci¨®n, de una herencia de su ¨¦poca en el poder. Baste recordar que la negativa a reformar la Constituci¨®n o los Estatutos -no porque nadie hubiese propuesto todav¨ªa su reforma, sino porque se hab¨ªa decidido convertirlos en textos sagrados y patrimonio exclusivo de los populares- se present¨® entonces como el ¨²ltimo baluarte en la defensa de la naci¨®n, una tarea en la que el PP gustaba de exhibirse solo frente a todos. En nombre de la lucha contra el terrorismo, por su parte, se argumentaron decisiones tan insensatas como la participaci¨®n en la invasi¨®n de Irak: se lleg¨® a decir que, en contrapartida, Estados Unidos colaborar¨ªa para combatir los cr¨ªmenes etarras. Los atentados del 11 de marzo llevaron el delirio hasta l¨ªmites insospechados, haciendo que un partido parlamentario antepusiera las fantas¨ªas de la prensa sensacionalista a los resultados contrastados de la investigaci¨®n policial y judicial.
Pero, para cerrar el c¨ªrculo del asombro, hubo que esperar a la reacci¨®n de los socialistas durante sus tres primeros a?os en el Gobierno, a la reacci¨®n que ahora tratan de corregir a u?a de caballo, en los siete meses que restan hasta las elecciones. En lugar de demostrar que eran infundados los miedos aireados por el PP como parte de su estrategia de oposici¨®n, se lanzaron a darles p¨¢bulo, a ratificarlos, proponiendo reformas improvisadas de la Constituci¨®n y los Estatutos e iniciando una improbable v¨ªa de di¨¢logo con los terroristas, que han tenido secuestrado el discurso pol¨ªtico hasta el ¨²ltimo debate sobre el estado de la naci¨®n. El Gobierno defend¨ªa las mismas prioridades que los populares, pero cambiadas de sentido. La espiral de crispaci¨®n que desencaden¨® este paso en falso del Gobierno frente a la estrategia de la oposici¨®n ha mantenido a los dos partidos en pr¨¢ctica situaci¨®n de empate en las encuestas, y ahora tratan de corregir la trayectoria de cualquier forma y a toda m¨¢quina. Aunque sea infligiendo a los ciudadanos, y como si fuese la consecuencia de un fen¨®meno natural, una interminable campa?a electoral de siete meses.
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