Monopolio pol¨ªtico mexicano
M¨¦xico es un pa¨ªs de monopolios, quiz¨¢s incluso desde la ¨¦poca de la colonia y la Casa de Contrataci¨®n de Sevilla. Los monopolios modernos no se limitan a lo bien sabido: tel¨¦fonos, medios de comunicaci¨®n masiva, hidrocarburos, electricidad, bebidas y alimentos, sindicatos de profesores, de obreros, de mineros, y aerol¨ªneas. Se extiende la ancestral condici¨®n monop¨®lica mexicana a otros ¨¢mbitos, y en particular a la arena electoral. La renuencia de los tres primeros gobiernos democr¨¢ticos de la historia moderna del pa¨ªs -Ernesto Zedillo, Vicente Fox y Felipe Calder¨®n- a enfrentarse a esa estructura monop¨®lica, muestra a la vez su fuerza, y la debilidad de la sociedad mexicana para combatirla. El tema va y viene, cambiando de ¨¦nfasis seg¨²n las coyunturas. Hoy es el monopolio del poder pol¨ªtico el que se discute en M¨¦xico, y por desgracia, el que parece consolidarse.
El presidente Calder¨®n ha entregado a las direcciones de los tres grandes partidos mexicanos -PRI, PAN y PRD- la responsabilidad de dise?ar y construir un nuevo esquema institucional y electoral. Decisi¨®n inevitable y contradictoria a la vez: el Ejecutivo carece de la fuerza para realizar esa tarea por su cuenta, pero el curso actual es como pedirle a los monopolios que redacten su propia ley "anti-trust". L¨®gica y tristemente, el remedio parece estar resultando peor que la enfermedad.
Por ahora, la reforma electoral probable s¨®lo incluye un apartado positivo. Es posible que los tres partidos coincidieran en suprimir y/o prohibir la compra de tiempo-aire por candidatos o partidos durante las campa?as y precampa?as e incluso el resto del tiempo. La pregunta es si las poderosas empresas mexicanas de radio y televisi¨®n ser¨¢n derrotadas en su embestida contra esta reforma -les costar¨ªa m¨¢s de doscientos millones al a?o- y si le doblar¨¢n las corvas a los partidos, diluy¨¦ndola o emascul¨¢ndola. En caso de aprobarse se tratar¨ªa de un enorme paso adelante, en un pa¨ªs que ha copiado el sistema norteamericano de campa?as electorales, en lugar de acercarse a los modelos europeo o latinoamericano.
Los elementos criticables de la reforma son, sin embargo y por desgracia, m¨¢s probables que esta transformaci¨®n esperanzadora. El primero consiste en colocar a los bueyes por detr¨¢s de la carreta. El procedimiento que han seguido casi todos los pa¨ªses donde se han llevado a cabo transformaciones pol¨ªtico-electorales de cierta envergadura consiste en conducir de manera acompasada las reformas institucionales y las electorales, las primeras dominando a las segundas. Primero se decide qu¨¦ tipo de r¨¦gimen o dise?o institucional se desea: presidencial, parlamentario, h¨ªbrido, con partidos fuertes o presidencia fuerte, etc. Y luego se decide qu¨¦ tipo de arreglo electoral conviene a ese dise?o: mayor¨ªa relativa, dos vueltas, representaci¨®n proporcional, mezcla de ambos, reelecci¨®n con o sin l¨ªmites (en M¨¦xico no existe), candidaturas independientes con o sin regulaci¨®n, umbrales de representaci¨®n de partidos minoritarios, etc. Para variar, M¨¦xico est¨¢ procediendo hoy exactamente al rev¨¦s.
La segunda caracter¨ªstica lamentable es m¨¢s grave. Se trata de lo que podr¨ªamos llamar un verdadero golpe de Estado electoral. B¨¢sicamente el PRI, el PAN y el PRD, cada uno por razones distintas -y ciertamente las del PAN menos ego¨ªstas y estrechas que las de los otros dos-, parecen haberse puesto de acuerdo en cerrar con mortero, acero y blindaje la arena electoral mexicana. All¨ª no entra nadie, que no sea pri¨ªsta, panista o perredista. Y adem¨¢s, ninguna corriente minoritaria de los tres "partidazos" podr¨¢ llegar jam¨¢s a postular un candidato presidencial.
Varias razones justifican este diagn¨®stico tan pesimista. La primera es que la prohibici¨®n de toda publicidad de gobierno municipal, estatal o federal con efigie equivale a congelar los ¨ªndices de reconocimiento: los que est¨¢n arriba ahora en las encuestas, all¨ª seguir¨¢n, igual que los de abajo. Sobre todo si persiste la aberraci¨®n actual, donde a 13 a?os del inicio de la democratizaci¨®n mexicana, todav¨ªa no existe un programa pol¨ªtico a nivel nacional en televisi¨®n abierta, transmitido en tiempo triple A. En segundo lugar, la reforma parece buscar la expulsi¨®n de los partidos peque?os de la arena electoral, al reducir dr¨¢sticamente su financiamiento, limitar su margen de alianzas y elevar el umbral para el registro; asimismo, se dificulta enormemente la formaci¨®n de nuevos partidos. En tercer lugar, no s¨®lo no habr¨¢ candidaturas independientes, sino que el PRI ha planteado elevar a rango constitucional la prohibici¨®n de dichas candidaturas. El motivo es evidente. Aun si el que escribe perdiera su caso ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos, donde el Gobierno de Felipe Calder¨®n puede ser el primero de la historia de M¨¦xico en ser condenado por violar los derechos humanos de un ciudadano mexicano, es casi seguro que la pr¨®xima vez que alguien cuestione la constitucionalidad y/o compatibilidad con instrumentos internacionales de las disposiciones vigentes de la legislaci¨®n electoral mexicana, gane. La Suprema Corte mexicana ya ha dado indicios de inclinarse en esa direcci¨®n, el Tribunal Electoral tambi¨¦n. Todas estas medidas no deben ser abstra¨ªdas de su contexto: el fortalecimiento del monopolio de la partidocracia.
Por ¨²ltimo, y peor todav¨ªa, los partidos pretenden secuestrar al Instituto Federal Electoral, la instituci¨®n mexicana que goza de mayor credibilidad dentro y fuera del pa¨ªs. Se proponen nombrar a un auditor que fungir¨ªa como comisario pol¨ªtico, reducir el n¨²mero de consejeros y defenestrar a los dirigentes actuales, es decir, a quienes calificaron la elecci¨®n presidencial del a?o pasado. No se entiende c¨®mo pueden resultar ahora ineptos, mentirosos y hasta corruptos, los consejeros electorales que el a?o pasado determinaron con pericia y honestidad pecuniaria e intelectual la victoria de Felipe Calder¨®n. Son hoy lo que eran ayer. Si merecen ser despedidos hoy, no merecieron ser cre¨ªdos hace un a?o.
De tal suerte que M¨¦xico corre el riesgo no s¨®lo de desperdiciar una magn¨ªfica oportunidad para emprender una ofensiva anti-monop¨®lica en varios frentes, sino de ver fortalecido uno de los monopolios m¨¢s perniciosos que padece. Los partidos pol¨ªticos mexicanos carecen de credibilidad y prestigio entre la poblaci¨®n, y lo saben. Por eso insisten desesperadamente en despojar a la sociedad mexicana de otras opciones, para no tener m¨¢s remedio que seguir en sus manos: un pobre destino para un pa¨ªs con tanta promesa.
Jorge Casta?eda fue secretario de Relaciones Exteriores de M¨¦xico y es profesor de Estudios Latinoamericanos en la Universidad de Nueva York.
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