Tormenta
El ciclismo, como deporte, tiene un factor que muy a menudo se olvida a la hora de enjuiciar los recorridos y que influye mucho m¨¢s de lo que parece en los resultados. Mucho se habla de que esta Vuelta est¨¢ acabada y de que la ganar¨¢ Menchov porque no hay dureza hasta Madrid. No estoy de acuerdo. Bueno, s¨ª en que Denis es hasta ahora el corredor m¨¢s fuerte de la carrera, pero no en lo de la dureza. A¨²n quedan trampas por el camino y nadie se fija en lo que cambia una carrera en funci¨®n de la climatolog¨ªa, que es a lo que me refiero. Como pas¨® ayer, sin ir m¨¢s lejos.
Este deporte se desarrolla al aire libre, a merced de lo que toque ese d¨ªa, sea sol, viento, lluvia, granizo o incluso nieve. Al recorrer tantos kil¨®metros se dan cambios bruscos de temperatura en un mismo d¨ªa, especialmente en las etapas de monta?a. Y en esos kil¨®metros nos podemos encontrar de todo, desde autov¨ªas reci¨¦n inauguradas hasta carreteras comarcales con asfalto de la ¨¦poca de la dictadura. A la hora de cruzar los pueblos lo mismo se hace por una variante que por el casco hist¨®rico, con sus l¨®gicos estrechamientos. Eso por no hablar de nuestras queridas rotondas, que tanto abundan en el Levante espa?ol y que est¨¢n a veces contraperaltadas, en las que el asfalto m¨¢s parece una pista de patinaje que de rodaje.
Ayer lleg¨® por fin la escapada. Por primera vez en esta Vuelta los fugados tuvieron su premio. ?Y eso qu¨¦ tiene que ver con el tiempo o con el recorrido?, se dir¨¢n. Pues mucho. Porque, si hubiese salido un d¨ªa inmaculado, los escapados dif¨ªcilmente se habr¨ªan presentado antes que el pelot¨®n. La tormenta nos alcanz¨® nada m¨¢s salir y se debi¨® de sentir a gusto encima de nosotros, porque no nos abandon¨® hasta la ¨²ltima hora de la carrera. Agua y m¨¢s agua. Ir¨®nico, viendo el paisaje seco que nos rodeaba. Una carretera sinuosa, unas bajadas peligrosas y un pueblo, Pliego, en el que la carretera se hab¨ªa convertido en el cauce de un r¨ªo. Motivos suficientes para que el pelot¨®n echase el freno para salvaguardar nuestra seguridad. A veces, y no exagero, llegamos a meter los pies en los charcos a la hora de dar la pedalada.
As¨ª que el inter¨¦s que hab¨ªa en tirar abajo la escapada se diluy¨® con el agua. Me imagino la cara de rabia de Klier -igual que la m¨ªa- cuando vio en el horizonte la nube de la tormenta. No se imaginaba ni por asomo que aquella nube iba a ser su mejor aliada. A¨²n se lo estar¨¢ agradeciendo.
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