Ya no quiero queso; s¨®lo salir de la ratonera
All¨¢ por los a?os sesenta, el profesor Canals, catedr¨¢tico de Metaf¨ªsica de la Universidad de Barcelona, estamp¨® un cartel en el tabl¨®n de anuncios de la Facultad, mayoritariamente ocupado entonces por los pasquines del nuevo y clandestino Sindicato Democr¨¢tico. El cartel reproduc¨ªa una encuesta publicada en un peri¨®dico sobre los practicantes de distintos credos en Espa?a. Su c¨®mputo ven¨ªa a ser m¨¢s o menos el que sigue: cat¨®licos, 18.320.432; luteranos, 5.424; musulmanes, 2.122; ateos, 1.670; calvinistas, 624; budistas, 63; sectarios de la intelectiva (sic), 1.
Como puede verse, esta clasificaci¨®n tiene algo de aquella enciclopedia china citada por Borges donde los animales se divid¨ªan en: 1. Pertenecientes al emperador. 2. Embalsamados. 3. Cochinillos de leche. 4. Pintados con un pincel de pelo de camello. 5. No incluidos en la presente clasificaci¨®n. 6. Innumerables, etc¨¦tera. Ambas clasificaciones son pintorescas, de fijo, pero lo que a m¨ª m¨¢s me impresion¨® y no he dejado de preguntarme es qui¨¦n ser¨ªa aquel pobre "sectario de la intelectiva" que oblig¨® al encuestador a establecer una categor¨ªa para ¨¦l solo. Y no es que nos falten hoy sectarios y doctrinarios de las especies m¨¢s extravagantes, especies que merecer¨ªan sin duda un puesto en el listado del doctor Canals. Tenemos m¨¢s de un "sectario de la intelectiva", ciertamente, pero tambi¨¦n los tenemos del Monetarismo o del Constitucionalismo, de las Pr¨ªstinas Esencias Nacionales o, por el contrario, de las Intangibles Fronteras Patrias.
Simplificando, dir¨ªa que hay sectarios del Cristianismo, sectarios del Monetarismo (los liberal-leninistas) y sectarios del Oficialismo y de la integridad de la (su) patria. Los primeros creen sobre todo en la Iglesia cat¨®lica; los segundos, en el Libre Mercado, y los terceros en el Bolet¨ªn Oficial del Estado -o simplemente, en el papel timbrado-. A todos ellos les une eso, la fe. No la fe en lo mismo, obviamente, pero s¨ª el hecho de entender aquello en lo que creen como la ?nica Verdad, como la inapelable Realidad, como el Hito que separa lo que va y lo que no va a misa. A su particular misa, claro est¨¢.
Aqu¨ª mi acuerdo es grande con el art¨ªculo de Savater Nuestras ra¨ªces cristianas (EL PA?S, 5 de julio de 2003) y con la tesis de su m¨¢s reciente libro La vida eterna. Sostiene Savater que ese discurso sobre "las ra¨ªces cristianas" debemos privatizarlo y aparcarlo lejos de la Constituci¨®n. Cierto que en otro art¨ªculo (EL PA?S, 5 de marzo de 2003) yo hab¨ªa defendido algo distinto: que Europa s¨ª resulta ser cristiana en un sentido que a veces llega a horrorizarme, y que sin embargo no me atrever¨ªa a negar. Pero esta diferencia de matiz es irrelevante comparada con la absoluta coincidencia en lo que a ambos nos gusta y lo que nos disgusta. Nos gusta la alergia del cristianismo a las idolatr¨ªas de este mundo y su "concentraci¨®n parcelaria" en el otro; apreciamos su pasi¨®n desmitificadora, su t¨¢cito empuje (al menos donde y cuando ha estado en minor¨ªa) a la secularizaci¨®n de la sociedad y a la separaci¨®n de poderes; valoramos (yo, al menos) el hecho de que fueran tres cat¨®licos -Monnet, Schuman y De Gasperi- quienes se atrevieron, para construir Europa, a sacar los huevos del cazo ("los Estados europeos son huevos duros", hab¨ªa dicho De Gaulle, "y con huevos duros no se hace una tortilla"). Nos asusta, en cambio, a Savater y a m¨ª, la terrible y excluyente pasi¨®n cristiana por "la Verdad y la Vida"; una pasi¨®n que est¨¢ en la base de la ciencia, ciertamente, pero tambi¨¦n de todas las guerras y holocaustos que han caracterizado y dise?ado Europa.
Lo ¨²nico que me atrever¨ªa a a?adir es que esta cr¨ªtica a la religi¨®n dogm¨¢tica y doctrinaria debi¨¦ramos seguir aplic¨¢ndola tambi¨¦n a los otros dogmatismos -al del Mercado y al del Estado- que han venido a tomar el lugar de aqu¨¦llos en las sociedades m¨¢s secularizadas. Dejo aqu¨ª el del Mercado, cuyas disfunciones han sido ya apuntados desde Polanyi y Stiglitz hasta los m¨¢s recientes antiglobalizadores. Y me limito a las del Estado democr¨¢tico: aquel
que, en nombre de la Voluntad Popular, sacraliza el ¨¢mbito y las fronteras dentro de las cuales esta voluntad tiene derecho a expresarse.
El perfil de los Estados actuales pocas veces result¨® dibujado por ninguna Constituci¨®n o voluntad popular: Montesquieu nos dej¨® una teor¨ªa del dintorno democr¨¢tico (separaci¨®n del Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial, etc¨¦tera) pero no de su contorno. De hecho, el trazado de las actuales fronteras es producto del azar y de la violencia: del semen de sus reyes, el pacto de sus se?ores y la sangre de sus s¨²bditos. Ir desacralizando mitos fundacionales y proponer un refer¨¦ndum sin violencia como forma de definir este ¨¢mbito me parece un fenomenal avance democr¨¢tico. Y considerar por principio una aberraci¨®n antidemocr¨¢tica el que pueblos como el vasco o el catal¨¢n puedan decidir sobre su futuro votando "a la canadiense" me parece el mayor abuso que pueda hacerse de las palabras Constituci¨®n, Democracia o Libertad. ?O es que tales t¨¦rminos s¨®lo son sagrados cuando han sido con-sagrados a sangre y fuego por una historia que hoy todos reconocemos no apta para menores? ?O es que cuando se trata de ?frica las buenas fronteras han de haber sido trazadas por las potencias coloniales con la regla y el comp¨¢s? ?O es que s¨®lo son dem¨®cratas las fronteras defendidas en Argelia o Turqu¨ªa por unos militares golpistas que todos reconocen como impresentables? ?O no ser¨¢ al fin y al cabo que aquel solitario "sectario de la intelectiva" en la lista del doctor Canals forma hoy en Espa?a legi¨®n: una legi¨®n que no duda en anteponer un nacionalismo camuflado en Constituci¨®n a la expresi¨®n libre de los pueblos "no incluidos en la presente clasificaci¨®n" borgiana?
Los catalanes que aspiramos a una cordial relaci¨®n bilateral, a una libre y pactada federaci¨®n con Espa?a, s¨®lo pretendemos escribir una historia apta para todos los p¨²blicos. Una historia cuyo enemigo primero y principal son los terroristas, claro est¨¢ (al fin y al cabo ellos son hoy los m¨¢s cualificados mantenedores de aquella cartograf¨ªa dibujada a base de sangre y fuego). Pero una historia -h¨¦las- que necesitar¨ªa contar punto y seguido con la comprensi¨®n -iba a decir: con la complicidad- de los propios espa?oles.
?ste es el escenario que me aparece hoy tan necesario como inviable, tan imprescindible como imposible. Del sue?o en un Estatut de corte bilateral, votado por nuestro Parlament, hemos despertado ante la cruda realidad de tener que seguir mendigando una infraestructura de m¨¢s, un peaje de menos, una balanza fiscal equitativa, por el amor de Dios. El equilibrio de fuerzas y nuestra capacidad de negociaci¨®n con Espa?a no parecen dar mucho m¨¢s de s¨ª. Ni tampoco parece que vaya a permitirnos superar el procedimiento humillante, entre p¨ªcaro y servil, del peix al cove, el pescado al cesto. Desde perspectivas distintas, tanto Roca como Maragall tropezaron contra este hecho tozudo, contra este meme bien injertado en el hipot¨¢lamo de los espa?oles y con el que Pujol nunca dej¨® de contar. De ah¨ª que algunos catalanes puedan ir llegando a la conclusi¨®n de que, en aras de la cordialidad entre unos y otros, y por el bien de todos, debi¨¦ramos invertir as¨ª los t¨¦rminos: "No queremos m¨¢s peix al cove; queremos simplemente el cove". Una variante del conocido dicho mexicano: "Ahora ya no quiero queso; s¨®lo salir de la ratonera".
As¨ª de simple; as¨ª, por ahora, de imposible.
Xavier Rubert de Vent¨®s es fil¨®sofo.
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