Nuestra peque?a mano
?Qu¨¦ hemos hecho de la psicolog¨ªa? Aquella delicada ciencia que exploraba el alma humana y se preguntaba por el significado de nuestros sue?os hoy d¨ªa apenas es otra cosa que un conjunto de obviedades y recetarios apresurados. Atr¨¢s parecen haber quedado la insondable obra de Freud y su pregunta acerca de por qu¨¦ nos perturban nuestros deseos, las divagaciones de C. G. Jung sobre el poder liberador de los s¨ªmbolos, las delicadas fantas¨ªas de Melanie Klein sobre el mundo de los ni?os, o las reflexiones de Lacan sobre el poder creador del lenguaje. La psicolog¨ªa ya no trata de responder a la pregunta eterna de qui¨¦n somos, sino de encontrar f¨®rmulas que nos permitan lograr mejor nuestros objetivos de acomodaci¨®n a lo que hay. Pero ?el mundo tiene que ser necesariamente como es? Aun m¨¢s ?no radica en esa necesidad de preguntarnos si podr¨ªa ser de otra forma una parte esencial de nuestra humanidad? Perceval visit¨® un extra?o reino donde todo estaba muerto, y contempl¨® a su rey herido y el l¨²gubre cortejo de la copa de oro y, al evitar preguntar por lo que pasaba, los conden¨® sin saberlo a que continuaran eternamente igual. El tema de las preguntas que por no plantearse conducen a la esterilidad y a la muerte del pensamiento es un tema muy repetido en el folklore, y me temo que algo as¨ª est¨¢ empezando a pasar entre nosotros, y tal vez por eso, porque no pensamos, dimanamos autosatisfacci¨®n. Pero ?de verdad tenemos motivos para estar tan contentos? Es cierto que el mundo que nos ofrecen las oficinas de viaje y las promociones de la banca poco o nada tiene que ver con el mudo oscuro de los cuentos de hadas, pero a cambio, como dir¨ªa Chesterton, es mucho menos interesante. Un mundo sin sentimientos ni memoria, un mundo sin desatinos ni sue?os puede que fuera menos perturbador que el nuestro, pero ?de verdad merecer¨ªa la pena vivir en ¨¦l?
Pero la pregunta acerca de qui¨¦nes somos s¨®lo puede formularse a trav¨¦s de la contemplaci¨®n del mundo en que nos ha tocado vivir. La realidad es nuestra m¨¢xima construcci¨®n colectiva: el terreno de lo com¨²n, de las percepciones y normas compartidas, el gran escenario de un juego en el que todos participamos, y cuyas reglas revelan lo que estamos dispuestos a hacer con la vida. Numerosas voces claman por el trato que damos a la naturaleza, o llaman la atenci¨®n sobre ese espect¨¢culo grotesco en que hemos transformado la pol¨ªtica. Ambas, naturaleza y pol¨ªtica, han estado en el coraz¨®n de las aspiraciones humanas a lo largo de la historia, pues el mundo es, ante todo, "un lugar para vivir". Pero el hombre posee una asombrosa capacidad para observar el complejo discurrir de sus pensamientos, sentimientos, intuiciones, fantas¨ªas, recuerdos y deseos. Todos ellos constituyen un prodigioso mundo interior, sobre el que no hemos dejado de interrogarnos desde los albores de la humanidad, gracias al fabuloso misterio de la conciencia. Y desde hace m¨¢s o menos dos siglos ha sido la psicolog¨ªa la ciencia encargada de llevar a cabo esa apasionante tarea.
Y puede que en ning¨²n otro momento de la historia esta joven disciplina haya estado tan presente en nuestras vidas. Las Facultades rebosan de estudiantes, equipos de profesionales intervienen en las tragedias colectivas, seleccionan personal en las empresas o participan en "reality shows" televisivos, y muchos psic¨®logos y psiquiatras expresan sus opiniones y consejos en los medios de comunicaci¨®n o escriben libros con indicaciones terap¨¦uticas o de auto-ayuda. A pesar de que el acceso a la psicolog¨ªa en la Sanidad P¨²blica sigue siendo precario, proliferan los art¨ªculos y revistas que divulgan un supuesto saber cient¨ªfico en torno a las profundidades de la mente humana. Uno de ellos, titulado "Autoestima espa?ola", de un prestigioso psiquiatra, ha llamado poderosamente mi atenci¨®n por la manera en que ejemplifica el trato que suele darse a estas cuestiones en los medios de comunicaci¨®n.
Las consideraciones que se vierten en ese art¨ªculo en torno a la autoestima nada aportan de original y adolecen de la misma formulaci¨®n autosuficiente que suele imperar en los actuales escritos sobre psicolog¨ªa: son la expresi¨®n de la obviedad elevada al rango de ciencia. Las hip¨®tesis (en este caso, que los espa?oles gozamos de una excelente autoestima) no necesitan ser demostradas a trav¨¦s de la reflexi¨®n o la argumentaci¨®n, sino de numerosas encuestas en las que se ha preguntado directamente a miles de personas sobre su nivel de satisfacci¨®n consigo mismas. A partir de aqu¨ª, cualquier cuestionamiento sobra:
tambi¨¦n cualquier explicaci¨®n. La estad¨ªstica por s¨ª sola ha comprobado lo que, a los ojos de cualquier simple mortal, ser¨ªa imposible de medir: el nivel de satisfacci¨®n subjetiva de un pueblo. El propio autor reconoce la dificultad y afirma que la autoestima "no podemos medirla como el pulso o la temperatura del cuerpo. El ¨²nico m¨¦todo para estudiarla es preguntar". Todo se juega, pues, en las preguntas. La calidad de las respuestas depende de ellas: por eso los grandes fil¨®sofos se han distinguido siempre por la manera singular en que interrogan a la realidad.
La psicolog¨ªa hegem¨®nica actual, en su empe?o por alcanzar el estatus de una ciencia emp¨ªrica (cuando su objeto de estudio, la subjetividad humana, no puede ser m¨¢s inasible a trav¨¦s de mediciones estad¨ªsticas), ha hecho un trist¨ªsimo uso de las preguntas: planteando s¨®lo las m¨¢s previsibles, limitando al m¨¢ximo las respuestas, eliminando por completo todo g¨¦nero de matices y detalles. Los resultados obtenidos son tan pobres como la herramienta utilizada, pero se vuelven incuestionables tras haber pasado por el filtro de las matem¨¢ticas y la estad¨ªstica. Nuestro psiquiatra acaba su art¨ªculo sugiriendo que quiz¨¢ los espa?oles tengan una percepci¨®n equivocada de s¨ª mismos. A¨²n no nos hemos dado cuenta de la magn¨ªfica verdad que describen por nosotros las encuestas: "los pensamientos autom¨¢ticos derrotistas nos roban continuamente la conciencia de nuestro alto y saludable bienestar emocional".
Este mismo esquema se aplica a diario en el terreno de la psicolog¨ªa cl¨ªnica. Muchas terapias se basan en el aprendizaje de t¨¦cnicas y ejercicios conducentes al control de los s¨ªntomas, renunciando a plantear los interrogantes b¨¢sicos acerca de su origen o sentido. Y tales m¨¦todos se presentan como cient¨ªficamente probados a trav¨¦s de experimentos emp¨ªricos, basados, en su inicio, en la comparaci¨®n de la conducta humana con la que se puede observar en los ratones. El mensaje surge con claridad: "la psique es mucho m¨¢s simple de lo que se ha podido pensar o intuir, responde a sencillos mecanismos de est¨ªmulo-respuesta, el hombre es un animal previsible".
La psicolog¨ªa, como disciplina dedicada al estudio de la mente humana, y en su vertiente terap¨¦utica, da cuenta de la manera en que nos vemos a nosotros mismos, del modo en que nos acercamos a los dem¨¢s y de la idea de bienestar y curaci¨®n que proyectamos en quienes sufren. Su estado no hace m¨¢s que demostrarnos la pobreza de nuestras aspiraciones, la poca importancia acordada a la creatividad y al juego, la profunda limitaci¨®n de nuestra concepci¨®n del ser humano. Las llamadas estrategias de distracci¨®n proponen desviar la atenci¨®n de la angustia para centrarla en banalidades cotidianas: el n¨²mero de personas que llevan una prenda roja en un vag¨®n de metro o la suma de las matr¨ªculas de los coches. ?Por qu¨¦ aspirar a que una persona disfrute del arte o encuentre un refugio en su imaginaci¨®n? ?Por qu¨¦ tratar de ahondar en sus desdichas y reflexionar sobre ellas? ?Por qu¨¦ escuchar, con el compromiso que exige la verdadera escucha, sus sue?os, temores y esperanzas: adentrarse en el terreno de lo no vivido? Es m¨¢s sencillo y eficaz hacer un vac¨ªo en el pensamiento, desconfiar del poder de la palabra. Las terapias, lejos de tratar de conducir a las personas a la m¨¢xima realizaci¨®n de sus posibilidades, se convierten en la negaci¨®n de lo espec¨ªficamente humano: renuncia al vuelo del pensamiento y a la radical funci¨®n del lenguaje. Como si a un p¨¢jaro atemorizado se le convenciera de que la vida es hermosa sobre una rama y no es conveniente que se lance a volar. A pesar de haber nacido con alas, se le recomienda que no las utilice, pues entra?an peligros. ?Para qu¨¦ arriesgarse? Uno puede perderse o caerse en las alturas, errar el camino de vuelta, ser atacado o sentirse inseguro. Nada le garantiza el bienestar. Del mismo modo la psicolog¨ªa, en su progresivo empobrecimiento, desea convencernos de que no merece la pena adentrarse en los oscuros caminos del pensamiento, la imaginaci¨®n y la memoria. Se afana en disfrazar su complejidad, reforzar sus enga?os, no descubrir sus potenciales. Parece ignorar que, como dijo H?lderlin, en "el peligro puede estar, tambi¨¦n, la salvaci¨®n".
Una arriesgada reflexi¨®n resulta imprescindible: ?Qu¨¦ hemos hecho del estudio de la mente humana, ese lugar fascinante y enigm¨¢tico, para que haya derivado en tal cantidad de desprop¨®sitos? Toda la responsabilidad es nuestra. La vida y el mundo dependen del sentido que queramos otorgarles: de la medida en que estemos dispuestos a implicarnos, del compromiso que adquiramos con ellos. Un cuento proveniente de la tradici¨®n de los jud¨ªos jasidim, puesto en boca del Baal Shem Tov, llama la atenci¨®n sobre el enorme potencial de nuestras realidades, pero tambi¨¦n sobre la incesante tentaci¨®n de apartar e ignorar sus maravillas: "?Ay! ?El mundo est¨¢ lleno de brillantes resplandores y de misterios y el hombre los aleja de s¨ª con una peque?a mano!". La psicolog¨ªa puede ser el terreno privilegiado de la imaginaci¨®n, la memoria, la reflexi¨®n y el juego; tambi¨¦n el de la obviedad, la simplificaci¨®n y el conformismo. La elecci¨®n s¨®lo recae en nuestra peque?a mano.
Gustavo Mart¨ªn Garzo es escritor.
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