La consulta
No te piden permiso para hacerte, envolverte, franquearte, enviarte al Infierno o al Cielo. Eso para empezar. De entrada, no te consulta nadie para nada. Tampoco de salida. Salvador P¨¢niker lleva a?os invocando el derecho a "dimitir" de la vida cuando la vida deja de merecer tal nombre. Sin embargo, el derecho a decidir por uno mismo, desde la plena capacidad jur¨ªdica y mental, cu¨¢ndo se quiere y cu¨¢ndo no se desea continuar viviendo sigue estando en cuesti¨®n. De manera que nadie tampoco, en el ¨²ltimo acto de la obra, nos consultar¨¢ educadamente si queremos hacer mutis o no. Al menos, de momento.
Nos consultan muy poco (como mucho, una vez cada cuatro a?os) a lo largo de nuestra residencia en este mejorable planeta. Como mucho, podemos elegir el color de pintura del coche que acabamos de comprarnos, pero hay que pagar extras en cuanto la pintura sea metalizada. Siempre hay que pagar extras. Ni siquiera es sencillo elegir la ubicaci¨®n del coqueto y min¨²sculo adosado que vamos a adquirir despu¨¦s de tanto esfuerzo o tanta suerte. Nuestro peque?o para¨ªso a plazos. Si uno no se da prisa (y uno no suele darse nunca prisa o no la suficiente) tendr¨¢ que conformarse con lo que nadie quiso, con la peor parcela de la urbanizaci¨®n. Lo tomas o lo tomas. A veces es dif¨ªcil elegir. Es lo que la pasaba al famoso Asno de Burid¨¢n, el de la paradoja, que no sab¨ªa a qu¨¦ carta quedarse. Ten¨ªa frente al morro dos haces de heno exactamente iguales y no pod¨ªa, dada la complicada situaci¨®n, decantarse por uno o por otro. No pod¨ªa preferir un heno a otro y acababa muri¨¦ndose de hambre.
El problema del libre albedr¨ªo entretuvo durante varios siglos a fil¨®sofos, te¨®logos y escol¨¢sticos. Sigue siendo un asunto delicado o vol¨¢til (eso seg¨²n se mire) hablar de preferencia y elecci¨®n, voluntad y raz¨®n y libertad. Dec¨ªa Oswald Spengler, el desacreditado precursor de Samuel Huntington y su "choque de civilizaciones", que cuando m¨¢s elevado es un pueblo, m¨¢s limitado est¨¢ en su libertad, y cuanto m¨¢s educado es un hombre, menos libertades se toma. Puede que sea cierto. Parece, en todo caso, que podemos tomarnos muy pocas libertades. En nuestra sociedad, s¨®lo es libre de verdad el mercado. El mercado nos ofrece 25 canales de televisi¨®n id¨¦nticos para que, mansamente, elijamos morirnos de asco o de hambre como el Asno de Burid¨¢n. Tenemos, eso s¨ª, la posibilidad de abonarnos a alg¨²n canal de pago en el que nos ofrezcan un forraje de mejor calidad.
No nos consultan, no. Y ahora Ibarretxe jura que nos va a consultar. Se le ha metido en la cabeza y en el coraz¨®n consultarnos. No sabemos de cierto qu¨¦ nos quiere consultar Ibarretxe. Ni siquiera sabemos si ¨¦l lo sabe o se lo est¨¢ pensando todav¨ªa. Quiz¨¢s como primera providencia deber¨ªa consultarnos a los vascos si deseamos que se nos consulte, aunque ¨¦l da por supuesto que queremos, queremos y queremos. Una consulta en algo perfectamente serio, pero puede tambi¨¦n, como escrib¨ªa en estas mismas p¨¢ginas Javier P¨¦rez Royo, ser algo parecido a un espejismo si tenemos en cuenta que el Estado no ha dejado de ser lo que a¨²n es. Europa lo debilita y fortalece a un tiempo. De manera que hay l¨ªmites, un l¨ªmite que Ibarretxe prefiere ignorar aun cuando traspasarlo cree frustraci¨®n y fractura social. Prefiere consultarnos por las buenas (es decir, por las bravas), esgrimiendo el famoso derecho a decidir. Quiere que decidamos nuestro propio destino y ha decidido que ha llegado el momento y la hora. Ibarretxe es tenaz, nadie puede negarlo.
Una cosa es querer y otra poder. De momento Ibarretxe quiere, quiere y quiere. Tambi¨¦n es diferente elegir que querer. Querer es desear algo. Elegir es desear algo con el prop¨®sito de obtener otra cosa. De modo que tendremos que elegir. Entre qu¨¦. ?Entre decir que s¨ª o decir que no? Puede que la cuesti¨®n de la consulta, como las necrol¨®gicas de la gente importante, est¨¦ ya redactada hace cien a?os. Tendremos que elegir y a lo peor tendremos que querer. A lo peor la consulta nos obliga a ejercer nuestro libre albedr¨ªo igual que al Asno de Burid¨¢n. La libertad es un p¨¢jaro esquivo y hay demasiadas jaulas. Las palabras son jaulas. Las naciones son jaulas. Las camas de hospital pueden ser jaulas. Las religiones son a menudo jaulas. Las ideas se convierten a veces en jaulas. Los partidos pol¨ªticos son casi siempre jaulas. Una consulta puede ser una jaula.
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