Stalin purga a Flotats

"La Com¨¦die sovietique", murmuraba alguien con malicia durante la funci¨®n (la primera: estreno mundial) anoche en el Teatro T¨ªvoli de Barcelona de Stalin, a prop¨®sito de una interpretaci¨®n, la de Josep Maria Flotats en el rol titre llena de los tics y la cantarella que han hecho c¨¦lebre al actor, formado en la Com¨¦die Fran?aise. Y es que ese tono y esos recursos, esa sofisticaci¨®n, dif¨ªcilmente casan con un personaje como Stalin, caracterizado por su astucia pero tambi¨¦n por su brutalidad, vulgaridad y despotismo ("la gratitud es una enfermedad que sufren los perros", dec¨ªa). Poco de eso, es decir poco del aut¨¦ntico Josif Stalin, hubo en la actuaci¨®n de Flotats que, parad¨®jicamente cuando mejor daba el tipo del dictador era en los momentos de silencio, cuando la caracterizaci¨®n y la luz -y tambi¨¦n sin duda la composici¨®n del personaje- arrojaban un parecido asombroso entre el actor y el l¨ªder sovi¨¦tico.

Stalin, adaptaci¨®n del propio Flotats de la novela Une ex¨¦cution ordinaire, del franc¨¦s Marc Dugain, es en buena parte un soliloquio del dictador, en la soledad de sus ¨²ltimos tiempos y durante su ¨²ltima purga, la orquestada con la excusa del complot de las batas blancas, la supuesta conspiraci¨®n de m¨¦dicos jud¨ªos contra el c¨ªrculo del Kremlin. En todas las escenas en que aparece, el personaje apenas tiene alguna r¨¦plica de la desgraciada Olga (una espl¨¦ndida Carme Conesa, rica en miradas y silencios elocuentes), la m¨¦dico y sanadora que se ve abducida junto al tirano para aliviar sus dolores. Ante la sometida mujer, Stalin, un Stalin que no conf¨ªa en nadie, ni siquiera en s¨ª mismo, desgrana consideraciones sobre el ejercicio despiadado del poder y el terror, sobre la religi¨®n, sobre el culto a la personalidad, sobre los jud¨ªos, sobre la derrota del nazismo, sobre los infiernos de la Lubianka y hasta sobre Chaplin. Flotats espolvore¨® el mon¨®logo del gran verdugo georgiano con iron¨ªa fina, humor e ingenio, especies dignas de otro plato (Ricardo III, por ejemplo).

Se prepar¨® Flotats una entrada de gran figura: tras un par de actos apareci¨® avanzando desde el fondo del escenario por los pasillos del Kremlin representados como una escenograf¨ªa expresionista digna del gabinete de Caligari. Ese primer momento el parecido con Stalin resultaba espeluznante y no era excesiva la comparaci¨®n con otra gran interpretaci¨®n reciente de un dictador en sus horas postreras: el Hitler del gran Bruno Ganz en El hundimiento.

Anduvo sin embargo descentrado Flotats durante la representaci¨®n que finaliza con un ep¨ªlogo de anticl¨ªmax muy poco teatral y que fue saludada con unos aplausos corteses poco entusiastas y no muy acordes con la ocasi¨®n.