Mourinho: víctima galáctica
Roman Abramovich, el due?o megamillonario del Chelsea, miraba embobado una pantalla de televisión en la sala VIP del estadio del Bayern. Estaba a punto de empezar un partido de octavos de la Liga de Campeones entre el equipo alemán y el Real Madrid, en febrero de 2004. Las imágenes que veía el ruso eran de Ronaldo, Zidane y Roberto Carlos marcando goles de fantasía. Florentino Pérez, entonces presidente del Real Madrid, vio a Abramovich relamiéndose y, fingiendo espanto, le dijo a uno de sus asociados: "?Que no le dejen ver eso! ?Que apaguen ese televisor ya!". Medio en broma, medio en serio, Pérez temía que Abramovich les hiciera a sus galácticos ofertas irrechazables.
Cuatro meses después, tras el épico fracaso en todas las competiciones del equipo más glamuroso de la historia, el Real Madrid estudió la posibilidad de fichar a José Mourinho, que acababa de ganar la Copa de Europa con el modesto Oporto. Se decidió no hacerlo porque el portugués demostró no estar dispuesto a dar prioridad al espectáculo. ?l quería montar un equipo ganador a su manera, premiando la eficiencia competitiva.
Entonces Abramovich lo fichó... y el resto es historia. El Chelsea de Mourinho ganó la Liga inglesa a la primera y a la segunda, transformándose de la nada en uno de los equipos más temibles de Europa. Para los aficionados del club londinense, resignados toda la vida a seguir a un equipo de modestas ambiciones, lo que logró el portugués fue un milagro. Pero Abramovich, que en los negocios lo había ganado todo, quería más. Quería un equipo que deslumbrara al mundo con la belleza de su juego. Quería ver a jugadores vestidos de azul hacer jugadas como los artistas de blanco que le hipnotizaron aquella noche en Munich.
Con ese fin, la temporada pasada le compró a Mourinho dos galácticos que Mourinho no quería: Andrei Shevchenko y Michael Ballack. Los dos fracasaron, especialmente el ucraniano, que marcó sólo cuatro goles en la Liga aunque había costado más incluso que Pepe, el nuevo central del Real Madrid. El Chelsea quedó segundo en la Liga y cayó en semifinales de la Champions. Para los fans de siempre, bien. Muy bien. Para el nuevo fan ruso, una calamidad. Esta semana, tras un regular comienzo de temporada, Abramovich se hartó y Mourinho se fue.
Los jugadores y los aficionados lloraron. Los periodistas también. La telenovela que es el fútbol inglés ha perdido a su mejor personaje. Mourinho era a la Premier League lo que JR fue a la serie Dallas. El que todos aman odiar. Al que todos gritan "??buuu!!" cuando entra en escena, pero con unas ganas terribles de ver lo que va a hacer. Y casi nunca decepcionaba. Era prepotente, genial y lúcido, y tenía un punto de malicia que lo alzó a la cima de la fama. Luis Aragonés se queja de la imagen que se está proyectando de él, pero es Papá Noel y los Reyes Magos comparado con lo que era Mourinho para los ingleses.
Si uno toma en cuenta que hace diez a?os ejercía de traductor en Barcelona para el abuelo Bobby Robson, la trayectoria del hombre que se autodenominó una vez el especial ha sido épica. Hoy ha perdido. ?l también lloró cuando se despidió de sus jugadores el jueves. Pero se lleva un botín de dinero y la certeza de que equipos más grandes que el Chelsea harán cola para ficharle.
Más pierden el fútbol inglés, el periodismo inglés -esta columna también está de luto- y el Chelsea. Mourinho hizo volar a un equipo que apenas sabía correr. Abramovich quiere que vuele al sol. El Real Madrid no pudo. Menos podrá el Chelsea. La afición lo sabe. El Icaro ruso, todavía no.
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