Se lo advirti¨®
Se lo advirti¨®. Le dijo que no lo hiciera. "No los mires, te va a hacer da?o, esc¨²chalos nom¨¢s", le repiti¨® a su mujer antes de que entrara al locutorio, pero Lourdes pidi¨® una hora de ordenador al encargado de ese local de Badalona. Esta vez no quer¨ªa cabina telef¨®nica, necesitaba la webcam. Entonces los vio y se rompi¨® en pedazos. Ah¨ª estaba esa imagen con sus dos hijos ya crecidos. Osvaldo Andr¨¦s ten¨ªa las mejillas tan regordetas como el d¨ªa que se despidi¨® de ¨¦l y el cabello m¨¢s crespo, igual que el de su padre. Sthefany, en cambio, hab¨ªa adelgazado y se ve¨ªa hermosa con sus cabellos lacios y largos. Los quiso tocar y besar, entonces le vino esa ansiedad que le sofocaba, la misma que sinti¨® cuando los puso de vuelta en el avi¨®n. Maldita tecnolog¨ªa que acercaba en un instante miles de kil¨®metros de distancia y echaba en cara el tiempo de ausencia.
Era dif¨ªcil trabajar y tener en Espa?a a la familia, pero ella no quer¨ªa separarse de sus hijos y al final lo hizo
Quiz¨¢ por eso cuando hablaba con ellos, s¨®lo lo hac¨ªa por tel¨¦fono, porque se acostumbr¨® a la voz que permanece inmutable y cuando sent¨ªa ganas de llorar, pod¨ªa fingir detr¨¢s del auricular, pero la webcam delata sin piedad. Aguant¨® el llanto y convers¨® con ellos como lo hac¨ªa siempre. Les pregunt¨® por la escuela, por los abuelos, por las gallinas y los animalitos del campo. Osvaldo le ped¨ªa ir a la playa como iba en Barcelona cuando viv¨ªan todos juntos. "Acu¨¦rdate que nuestro mar lo tiene Chile. ?Vos quieres agua? Que te lleve tu abuela a la ducha nom¨¢".
Se despidieron y solt¨® el llanto. Jur¨® no volverlos a ver. S¨®lo escuchar sus voces. Tom¨® la l¨ªnea 2 del metro rumbo a su trabajo en Gr¨¤cia y en el vag¨®n pens¨® en todos los trayectos que hab¨ªa hecho de un lugar a otro, sintiendo la misma incertidumbre de ese largo viaje que significa su estancia en Barcelona y record¨® el 12 de abril de 2006, cuando llegaron los cuatro a esta ciudad para hospedarse en Sant Adri¨¤, en un piso que compart¨ªan con m¨¢s familiares y esa asfixiante habitaci¨®n donde dorm¨ªan todos juntos con la peque?a cocina en la que se repart¨ªan los tiempos para cocinar entre varias familias y despu¨¦s arregl¨¢rselas para dejar a los ni?os mientras ella sal¨ªa a ganarse la vida.
Le hab¨ªan dicho sus paisanas que le ser¨ªa dif¨ªcil trabajar y tener en Espa?a a la familia, pero ella no conceb¨ªa separarse de sus hijos y al final lo hizo. No logr¨® retenerlos. Los subi¨® en aquel avi¨®n rumbo a Bolivia y regres¨® de El Prat sentada en un vag¨®n de la l¨ªnea 1 sinti¨¦ndose sola y fracasada. Fue la primera vez que lleg¨® a su trabajo sin sonre¨ªr, porque Lourdes posee una alegr¨ªa innata propia de las mujeres de Santa Cruz de la Sierra, tierra caliente del oriente boliviano que en mucho se diferencia del Bolivia occidental.
En sus venas lleva sangre guaran¨ª como otros cruce?os. No viste faldones largos, ni usa el cabello trenzado como las quechuas o aimaras; se viste con ropa ce?ida al cuerpo para mostrar sus amplias caderas, que caracterizan a la mujer mestiza de Santa Cruz, igual que su car¨¢cter bullanguero y las eses que se come al hablar: "nojotro hablamo como loj andaluce, que se comen la eses al habla y somo alegre aunque tengamo problema nom¨¢".
Lleg¨® el oto?o y al salir del metro le sorprendi¨® la virgen de la Merc¨¨, en ese momento le vino a la memoria cuando hace un a?o llev¨® a sus ni?os a ver los gigantes y "el fuego ese que corre". C¨®mo le gusta la fiesta de la virgencita de la Merc¨¨, la redentora de todos los cautivos, quiz¨¢ porque ella tambi¨¦n se siente aprisionada. Curioso le parece que coincida con la fiesta mayor de Santa Cruz de la Sierra, que todo cruce?o celebra tambi¨¦n el 24 de septiembre y este a?o se conmemor¨® en Barcelona en la calle de Ramon Batlle. Lourdes se reuni¨® con sus paisanos, los llamados cambas para dar el grito libertario, porque Santa Cruz de la Sierra cumple 197 a?os de independencia de Espa?a y llegaron de todas partes de Catalu?a a bailar el taquirari y el brincao, a evocar la tierra exuberante, la que desea independizarse del resto de Bolivia, la industrializada, la mestiza, la que no comulga con los collas, llamados as¨ª los ind¨ªgenas de occidente.
Fue una pausa en la dif¨ªcil rutina laboral, pues al terminar las fiestas y guardarse la Merc¨¨ y la Santa Cruz regres¨® a limpiar casas. Se puso los guantes de goma color rosa, tom¨® el cepillo y restreg¨® el inodoro. Los guantes de l¨¢tex que antes utilizaba, eran de otra clase, cuando laboraba en Bolivia como auxiliar de enfermer¨ªa y trabajaba en dos hospitales 16 horas diarias para ganarse 1.500 bolivianos al mes, el equivalente a 180 euros mensuales. Entonces record¨® que all¨¢, en su tierra, tampoco ve¨ªa a sus hijos, pero al menos los besaba en las noches al llegar a casa.
De regreso en el metro, le aparec¨ªa otra vez la angustia que le ahogaba por tenerlos lejos y luego la resignaci¨®n al pensarlos corriendo en casa de sus abuelos, a salvo de la gran ciudad, sin temor a que "agarren los malos modos de ac¨¢" y le urgi¨® llamarles. Nom¨¢s terminaba de limpiar la casa de la se?ora Patricia y marchar¨ªa a hablarles desde el locutorio. Esta vez le har¨ªa caso a su marido y s¨®lo les marcar¨ªa por tel¨¦fono. Nom¨¢s por tel¨¦fono.
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