?D¨®nde est¨¢ la pelotita?
El fiscal coloca a Antonio Camacho frente a su espejo de trilero, pero no consigue arrancarle la respuesta a la pregunta principal: ?d¨®nde est¨¢ escondido el bot¨ªn de Gescartera?
Cuando habla, Antonio Camacho mira a los ojos, siempre a los ojos, unas veces con dureza y otras pidiendo pan, pero siempre a los ojos. Dice el diccionario que un trilero es un tah¨²r, y que un tah¨²r es un jugador fullero, pero no es as¨ª de simple. El due?o de Gescartera, que naci¨® hace 41 a?os en un segundo piso sin ascensor de un barrio chungo de Madrid, siempre tuvo claro que para trilero no sirve cualquiera. Si adem¨¢s se aspira a picar alto, a tener dos Jaguar y 100 trajes, se necesita de buena presencia y mejor labia, una buena cuadrilla de ganchos y la determinaci¨®n de no confesar si vienen mal dadas. Ayer, seis a?os despu¨¦s de que la polic¨ªa lo trincara por un desfalco de 50 millones de euros, el tal Camacho se present¨® al juicio con terno azul marino, corbata cara y pa?uelo en el bolsillo. Al final de la ma?ana, cuando el fiscal dijo no hay m¨¢s preguntas, todo el mundo en la sala ya ten¨ªa claro que Camacho manej¨® el bot¨ªn de Gescartera con la misma habilidad que el trilero la bolita de papel, de un lado para otro, vertiginosamente, sin dejar de hablar, mirando a los ojos, ante la desesperaci¨®n de las v¨ªctimas y de la justicia que, seis a?os despu¨¦s, siguen sin saber la cuesti¨®n principal: ?d¨®nde est¨¢ la pasta?
Lleg¨® a decir que puso 19 millones de euros de su patrimonio para sanear Gescartera
Camacho encar¨® al fiscal de frente, sosteni¨¦ndole la mirada y con malos modos
No lo pas¨® bien Camacho ayer. Para empezar, el fiscal Vicente Gonz¨¢lez Mota result¨® un hueso duro de roer. Camacho lo intent¨® encarar de frente, sosteni¨¦ndole la mirada y con malos modos, de lo que el fiscal se protegi¨® desviando la mirada hacia una de las pantallas de televisi¨®n colgadas en la sala de vistas de la Casa de Campo. As¨ª, la declaraci¨®n de Camacho le llegaba filtrada por la t¨¦cnica, despose¨ªda ya de la rabia que desprend¨ªan los ojos del acusado. Por si fuera poco, el fiscal Gonz¨¢lez Mota subrayaba la mayor¨ªa de las respuestas del due?o de Gescartera con una sonrisa ir¨®nica, que a veces parec¨ªa significar te he pillado y otras ya te pillar¨¦ en la siguiente. El caso es que Antonio Camacho, pese a su habilidad innegable para esconder la pelotita bajo t¨¦rminos imposibles, termin¨® acusando el acoso del fiscal y puso en funcionamiento el ventilador, empez¨® a soltar lastre.
Dijo, ante el estupor general, que nunca tuvo conocimiento del "d¨ªa a d¨ªa" de su agencia de valores, que ¨¦l s¨®lo se dedicaba a captar clientes y a poner 19 millones de su patrimonio personal para tapar agujeros. Neg¨® rotundamente que compensara las p¨¦rdidas de unos clientes con las aportaciones de otros. Y, cuando sinti¨® muy cerca la presi¨®n del fiscal, desvi¨® enseguida sus responsabilidades hacia sus colaboradores. Uno de ellos, Jos¨¦ Mar¨ªa Ruiz de la Serna, sentado en el banquillo inmediatamente detr¨¢s de ¨¦l, meneaba la cabeza sin disimular su fastidio.
La sonrisa del fiscal se hizo m¨¢s amplia cuando Camacho no tuvo m¨¢s remedio que admitir que uno de sus ch¨®feres, un tipo apodado El Barbas, se dedicaba a cobrar talones de Gescartera. Seg¨²n la investigaci¨®n, mediante esos talones -sin firma en el dorso, para no dejar huella- se fueron esfumando poco a poco los 12 millones de euros del bot¨ªn de Camacho. Y la sonrisa se contagi¨® a la sala cuando, en m¨¢s de una ocasi¨®n, el due?o de Gescartera llam¨® "usureros" a quienes durante a?os fueron depositando dinero en su sociedad mediante "contratos de renta fija". Cuando alguna pregunta no le conven¨ªa, Antonio Camacho se llevaba la mano a la garganta, dec¨ªa que no hab¨ªa escuchado bien, ganaba tiempo, le echaba la culpa a su resfriado. Al final de la sala, s¨®lo un pu?ado de v¨ªctimas -la mayor¨ªa jubilados- sigui¨® el juicio. El resto -monjas de clausura, religiosos de distintas ¨®rdenes, hu¨¦rfanos de la Guardia Civil, organizaciones no gubernamentales, agentes de polic¨ªa, empleadas de la limpieza, ciegos de la ONCE...- lo hicieron a trav¨¦s de sus abogados, algunos de los cuales se quejaron del aspecto chapucero del sumario armado por la juez Teresa Palacios. Uno de ellos dijo: "Hay dos tomos uno, dos tomos dos, folios y folios sin numerar, y en el tocho de los numerados, saltos incomprensibles de 200 ¨® 300 p¨¢ginas". La presidenta del tribunal, Carmen Paloma Gonz¨¢lez, escuch¨® las quejas y las zanj¨® con contundencia: "As¨ª ha venido, y as¨ª va a quedar".
Al final de la sesi¨®n, cuando casi todo el mundo hab¨ªa alcanzado la calle, se produjo una circunstancia que tal vez pueda influir en el rumbo del juicio. Antonio Camacho y Ruiz de la Serna se cruzaron en un pasillo. Camacho ensay¨® un hola, y Ruiz de la Serna -su antiguo director general- apart¨® la cara con un gesto de desprecio. Camacho -en su af¨¢n por soltar lastre- lo acababa de dejar al pie de los caballos. Y tanto en el trile como en los negocios, traici¨®n con traici¨®n se paga.
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