De leyes y sentimientos
El pintoresco debate habido en el Congreso de los Diputados la pasada semana, con sus se?or¨ªas en el papel de hooligans enarbolando camisetas de sus selecciones preferidas, ha puesto de manifiesto, una vez m¨¢s, lo complicado que es intentar poner racionalidad en un asunto relacionado principalmente con el mundo de las pasiones, aunque algunos -en uno y otro bando- lo utilicen con objetivos meramente electoralistas.
La vinculaci¨®n de las competiciones deportivas con los sentimientos identitarios viene de lejos, pero posiblemente se haya acentuado en los ¨²ltimos tiempos como consecuencia del desdibujamiento de otros asuntos que antes adornaban la liturgia patri¨®tica. En estos d¨ªas he tenido la ocasi¨®n de ver algunos partidos de la Copa del Mundo de Rugby y, ciertamente, impresiona la imagen de miles de gargantas entregadas fervorosamente al canto de su himno nacional, cual multitud que alienta a sus soldados antes del combate con el ejercito del pa¨ªs vecino. En todas partes cuecen habas, y las competiciones deportivas parecen haberse convertido en uno de los principales, si no el principal, cauce de expresi¨®n de los sentimientos identitarios.
En este contexto es f¨¢cilmente comprensible que cualquier nacionalista (sea vasco, espa?ol, catal¨¢n o de Kazajst¨¢n) reivindique la bandera del deporte como parte esencial de su discurso, y vea con preocupaci¨®n la potencial adhesi¨®n de su p¨²blico a los colores del equipo rival. Durante los mundiales de f¨²tbol de 2006, en los que la selecci¨®n espa?ola despert¨® por unos d¨ªas -tambi¨¦n en el Pa¨ªs Vasco- una inusitada expectaci¨®n, asist¨ª a un curioso episodio callejero. Unos chavales de siete u ocho a?os emulaban con el bal¨®n las jugadas de los Torres, Alonso, Raul y compa?¨ªa, para acabar celebrando un supuesto gol al grito de ?Espa?a! ?Espa?a! El abuelo de uno de ellos, que observaba la escena le recrimin¨®: "Andoni, nosotros somos vascos, no espa?oles", a lo que una mujer joven, que parec¨ªa ser la madre de la criatura, respondi¨®: "Pero aita, qu¨¦ mas da, d¨¦jales que disfruten en paz".
Seguramente, la an¨¦cdota pod¨ªa haberse producido en muchos lugares del mundo. Para ello s¨®lo se requiere la presencia de mentes r¨ªgidas, necesitadas de encuadrar a la gente bajo unas determinadas banderas, impidiendo que el personal elija libremente adherirse a una, a varias, o a ninguna. Es m¨¢s o menos lo que algunos de sus se?or¨ªas hicieron el otro d¨ªa: pretender que todo el mundo comparta sus propios sentimientos, lo que resulta a todas luces absurdo, a la vez que imposible. Como dice la letra del conocido bolero, "mi vida la controlan las leyes, pero en mi coraz¨®n tan solo mando yo", por lo que resulta rid¨ªculo intentar poner puertas al campo y legislar sobre los sentimientos de la gente.
Llevan raz¨®n algunos diputados nacionalistas catalanes o vascos al plantear que tal manera de proceder, tal forma de cerrar un debate que en otras latitudes ser¨ªa considerado normal, s¨®lo sirve para encrespar los ¨¢nimos y alimentar los postulados secesionistas. El problema es que eso representa tan s¨®lo una parte de la verdad. Porque no es menos cierto que, en pura coherencia, esos mismos diputados deber¨ªan defender la libre adhesi¨®n de los ciudadanos vascos o catalanes a los colores de la selecci¨®n con la que m¨¢s identificados se sientan, o a ninguna. Y, de la misma forma, deb¨ªan asegurar un clima de libertad tal en el que un jugador nacido en el Pa¨ªs Vasco pudiera elegir con total normalidad acudir a una u otra selecci¨®n deportiva sin presiones de ning¨²n tipo, y sin ser abroncado por ello al salir al campo.
Un jugador estonio, Karpin, sigui¨® jugando con Rusia cuando su pa¨ªs se incorpor¨® a las competiciones internacionales. Algo as¨ª ser¨ªa a todas luces impensable en la Euskadi de hoy, en la que algunos ciudadanos pretenden insultar a otros llam¨¢ndoles "espa?oles".
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