El esp¨ªa ego¨ªsta y charlat¨¢n
No s¨¦ si el empe?o que acaba de concluir Javier Mar¨ªas -la trilog¨ªa Tu rostro ma?ana, que integran las novelas Fiebre y lanza (2002), Baile y sue?o (2004) y ¨¦sta de ahora, Veneno y sombra y adi¨®s- responde a lo que, en t¨¦rmino poco preciso pero expresivo, se ha dado en llamar autoficci¨®n. Con este modismo se designa aquel artefacto literario que borra adrede las lindes entre la autonom¨ªa de la imaginaci¨®n y la experiencia personal del narrador, y que transita por la frontera misma entre lo fictivo y lo hist¨®rico: un g¨¦nero que, a fin de cuentas, parece responder a la indeterminaci¨®n con la que esas polaridades se nos ofrecen constantemente en nuestra vida real. Si es as¨ª, y si tal ha de ser la tendencia de la novela del siglo XXI, Mar¨ªas ha logrado, a la fecha, la construcci¨®n m¨¢s sostenida, compleja e importante que tal voluntad (de estilo y de g¨¦nero) ha producido en las nuevas letras espa?olas.
TU ROSTRO MA?ANA. Veneno y sombra y adi¨®s
Javier Mar¨ªas
Alfaguara. Madrid, 2007
702 p¨¢ginas. 22,50 euros
Lo cierto es que, de entrada,
tiene todas las marcas de la nueva modalidad narrativa, empezando su larga gestaci¨®n en el corpus escrito del autor. En Todas las almas naci¨® su protagonista y all¨ª se esboz¨® el dilema moral del memorialista autofictivo: parece que sus amigos existieron "para que yo pueda hablar de ellos", aunque sabe que "el que cuenta lo que vio y le ocurri¨® no es aquel que lo vio, ni al que le ocurri¨®, ni tampoco es su prolongaci¨®n". Pese a lo cual, la dimensi¨®n digamos autobiogr¨¢fica de aquel relato engendr¨® unos a?os despu¨¦s la novela complementaria Negra espalda del tiempo ("no soy el primero ni ser¨¦ el ¨²ltimo escritor cuya vida se enriquece o condena por causa de lo que imagin¨® o escribi¨®", leemos all¨ª: podr¨ªa ser otro lema para toda escritura de autoficci¨®n). Pero la idea de que su protagonista fuera int¨¦rprete de lenguas es algo que ya suced¨ªa con los h¨¦roes de Coraz¨®n tan blanco, relato tan relacionado con ¨¦ste (aunque aqu¨ª ellos sean una suerte de esp¨ªas devaluados, m¨¢s o menos al servicio del MI6 brit¨¢nico), y de aquella novela tambi¨¦n surgi¨® la repugnante estirpe Custardoy que conoceremos mejor aqu¨ª. No nos extra?e la prolijidad de esa trama de parentescos y reescrituras. La autoficci¨®n tiene mucho de reflexi¨®n moral a lo largo, porque tambi¨¦n convergen en ella los territorios pareda?os del ensayo y el relato. Y, en el fondo, Mar¨ªas es uno de esos escritores que trabaja a la sombra de la filosof¨ªa pr¨¢ctica: de la epistemolog¨ªa y de la ¨¦tica. Le obsesiona la naturaleza de la verdad y cree que el punto de partida de la existencia es el ego¨ªsmo ("uno no lo desea -comienza esta novela-, pero prefiere siempre que muera el que est¨¢ a su lado"), aunque el compromiso es inevitable ("ojal¨¢ nunca nadie nos pidiera nada", empezaba Baile y sue?o) y, a la larga, sabe que vivir consiste solamente en elegir, que elegir es hacer da?o y que hacer da?o implica, al cabo, culparse ("no deber¨ªa uno contar nada, ni dar datos", dec¨ªa el initium de Fiebre y lanza, para desmentirse enseguida).
Las novelas de Mar¨ªas irritan
a muchos: hay poca trama (prefiere escenas est¨¢ticas y tensas), y la manufactura en una prosa divagatoria, algo caprichosa, sin prisa, de esas que las solapas editoriales llaman "envolvente". Sus enemigos, cuando tienen alma de d¨®mine, la acusan de basarse en el anacoluto permanente, pero sus lectores pensamos que es un mecanismo imprescindible y perfectamente ajustado a lo que se pretende. Su lenguaje se presenta como una suerte de afirmaci¨®n tentativa que se apoya continuamente sobre la duda sistem¨¢tica: aqu¨ª se divaga sobre la propiedad de una expresi¨®n com¨²n, all¨¢ sobre la cercan¨ªa o lejan¨ªa de dos sin¨®nimos, m¨¢s ac¨¢ sobre la equivalencia posible entre una expresi¨®n inglesa y otra castellana. De otro lado, las series enumerativas proliferan, las afirmaciones te¨®ricas se autodiscuten y en las descripciones, las sugerencias aventuradas, los parecidos o las rectificaciones se adhieren inextricablemente al hilo narrativo. ?Hilo? El hilo evoca continuidad y el orden de Mar¨ªas prefiere la asociaci¨®n y la dial¨¦ctica, la proliferaci¨®n y la exhaustividad. Y quiz¨¢ por todo eso es un humorista, como lo era su referente pros¨ªstico m¨¢s directo, Juan Benet. En buena medida, el centro de gravedad de Baile y sue?o era la est¨²pida danza del diplom¨¢tico De la Garza, y sus consecuencias, unas jocosas y otras terribles; ahora, en una nueva aparici¨®n, el odioso Rafita de la Garza canta raps de su invenci¨®n a un displicente Francisco Rico (un cameo habitual en la narrativa del autor). Pero puede que el mejor humor de Mar¨ªas no se halle aqu¨ª sino cuando describe su relaci¨®n er¨®tica con la joven P¨¦rez Nuix y cuando se encarniza en el afrentoso recuerdo de nueva Catedral madrile?a y su imaginer¨ªa piadosa, con las pinturas de Kiko Arg¨¹ello ("nada decente se puede esperar de tal nombre"). Con todo, yo prefiero las escenas m¨¢s dram¨¢ticas de esta novela, que son de rara y trabajada perfecci¨®n: el regreso de Jacobo-Jaime-Jacques Deza a su hogar madrile?o y su relaci¨®n con Luisa, su mujer; el tenso cap¨ªtulo en que visita a su rival Custardoy y obtiene su venganza; las dos conmovedoras entrevistas del protagonista y su padre, Juan Deza (donde se completa de a?adidura aquella siniestra historia de delaci¨®n, desvelada en el primer libro y ahora completada con el nombre de otro fel¨®n, el seudoescritor al que llama Dar¨ªo Fl¨®rez, no menos ver¨ªdico que los ya sabidos Del Real y Santa Olalla: s¨®lo se ha suprimido el primer apellido de todos).
Entrar en las novelas de Ja
vier Mar¨ªas supone hacerlo en un territorio previsible y reconocible para su lector asiduo. Imagino que cuenta con esto y que, por su parte, sus fieles saben que todas empezar¨¢n con un arranque estimulante y sint¨¦tico a la vez (arriba hemos recordado algunos) y que incluir¨¢n algunas fotos (como hac¨ªan los relatos autofictivos de W. G. Sebald y hace poco, los ¨²ltimos de Guelbenzu y Mart¨ªnez de Pis¨®n, Esta pared de hielo y Enterrar a los muertos), que son objeto de ¨¦cfrasis demoradas y sutiles por parte del narrador: memorables son, en nuestro caso, las referencias a la foto de Jane Mansfield y Sofia Loren o la reflexi¨®n sobre un retrato del Parmigianino. Tampoco faltar¨¢n las divagaciones subsidiarias (acerca de los apellidos extranjeros en la historia del Reino Unido o a prop¨®sito de los carteles de la Guerra Civil espa?ola), ni se dejar¨¢ de confirmar la intromisi¨®n de las evidencias audiovisuales en nuestras vidas, tan obsesiva siempre en el autor: la m¨¢s importante, en nuestro caso, es la sesi¨®n de filmaciones de violencia que Bertie Tupra exhibe ante Deza (y ¨¦ste narra con una t¨¦cnica el¨ªptica muy cercana a la inolvidable descripci¨®n del aleph en el cuento de Borges), pero tampoco es nada desde?able el modo en que una visi¨®n fugaz de Babe, el cerdito valiente en el televisor pauta una tensa escena en casa de Luisa.
Val¨ªa la pena esperar un lustro para completar la lectura que iniciamos en el a?o 2002. Con este "Adi¨®s", el rostro huidizo de Jacobo Deza ha quedado retratado definitivamente en nuestra memoria. Y lo cierto es que se nos parece mucho.
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