Infierno de vanidades
Marcel Proust, Stefan Zweig y Thomas Mann fueron grandes admiradores del fecundo Honor¨¦ de Balzac (Tours, 1799-Par¨ªs, 1850); lo consideraban el genio por antonomasia, creador de un mundo de mil personajes y al que denomin¨® "comedia humana", nombre que agrupa cerca de cien novelas y relatos de variada extensi¨®n y calidad.
En esta novela impresionante que es Las ilusiones perdidas Balzac se adentra en el oscuro e intrincado mundillo parisiense de la literatura, el periodismo y el teatro. La historia del jovenc¨ªsimo y guapo Lucien Chardon, un plebeyo hijo de boticario que, ostentando el falso nombre de Lucien de Rubempr¨¦, aspira a convertirse en estrella de las letras francesas, es t¨ªpica de Balzac: el debutante poeta, con la cabeza llena de p¨¢jaros y un desmedido af¨¢n por seducir y obsesionado con alcanzar la fama y ganar dinero, lograr¨¢ en parte lo que persigue pero a costa de vender su alma al diablo y de perder la inocencia. En su ascenso mete¨®rico, Lucien tratar¨¢ con una extravagante fauna de libreros y editores, escritorzuelos, rese?adores, cr¨ªticos de teatro, quien m¨¢s y quien menos p¨ªcaro, c¨ªnico, traidor, aventurero y amoral. El joven conocer¨¢ una sociedad donde la honestidad brilla por su ausencia y donde imperan las leyes de los m¨¢s fuertes y los m¨¢s ricos; una atm¨®sfera que ahoga "la poes¨ªa" o "la literatura" y en la que s¨®lo importan "las ventas" de la "mercanc¨ªa".
LAS ILUSIONES PERDIDAS
Honor¨¦ de Balzac.
Traducci¨®n de Jos¨¦ Ram¨®n Monreal. Debolsillo.
Barcelona, 2007
734 p¨¢ginas. 11,95 euros
Balzac era uno de esos pensadores pesimistas, dotado de l¨²cida clarividencia; las almas bellas que pinta languidecen condenadas al infortunio mientras que las malvadas triunfan con su cinismo. Pero si fue un maestro en el retrato de esos caracteres vehementes dominados por una sola pasi¨®n obsesiva y torturados por deseos irreprimibles -tan parecidos a ¨¦l mismo-, y a quienes trata con piedad, el prototipo que supo desentra?ar con m¨¢s audacia fue el de hombre de mente mediocre, sibilina, necia e interesada, cuya m¨¢scara arranc¨® sin ambages; con ello pon¨ªa en guardia a los lectores a fin de que reconocieran que la mediocridad es la art¨ªfice imperecedera de buena parte de las desdichas humanas.
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