Refinamiento del verdugo
Hoy, el b¨²nker de Berl¨ªn-Hohensch?nhausen es conocido mundialmente por La vida de los otros, el ¨²ltimo gran ¨¦xito del cine alem¨¢n. Pero durante cuarenta a?os, nadie supo de su existencia. Su posici¨®n no figuraba en los mapas, ni su nombre en las listas de edificios oficiales. Los vecinos se imaginaban lo que ocurr¨ªa detr¨¢s de los centinelas y el alambre de p¨²as, pero nadie lo sab¨ªa a ciencia cierta. S¨®lo quienes entraban eran informados de d¨®nde se encontraban: en la c¨¢rcel preventiva del ministerio para la Seguridad del Estado, la temible Stasi.
Berl¨ªn-Hohensch?nhausen estaba dedicada exclusivamente a presos de conciencia. Por sus celdas pasaron l¨ªderes de manifestaciones, testigos de Jehov¨¢ o pol¨ªticos cr¨ªticos secuestrados en Berl¨ªn Oeste, pero tambi¨¦n disidentes comunistas como el editor Walter Janka y pol¨ªticos ca¨ªdos en desgracia como Paul Merker. Y, con frecuencia, ciudadanos comunes y corrientes que ni siquiera eran conscientes de estar haciendo algo ilegal.
Tras la ca¨ªda del Muro de Berl¨ªn, el edificio fue convertido en un museo, y muchos de sus antiguos prisioneros hoy gu¨ªan a los visitantes. Uno de ellos es un ex hippy que se pas¨® un a?o y medio encerrado por tener un grupo de rock. El paseo tur¨ªstico comienza por la secci¨®n m¨¢s antigua, llamada El Submarino, un pabell¨®n subterr¨¢neo inaugurado por los sovi¨¦ticos tras la ocupaci¨®n de Berl¨ªn. El Submarino no ten¨ªa ventilaci¨®n, y la mitad de sus celdas carec¨ªan de ventanas. Para dar una idea de la humedad y el calor de las instalaciones, basta se?alar que el personal penitenciario se construy¨® ah¨ª una sauna para sus momentos de relax.
Entre los instrumentos de tortura que se exhiben al visitante en este pabell¨®n destacan tres: el primero, una habitaci¨®n herm¨¦tica donde encerraban al prisionero con unos diez cent¨ªmetros de agua cubriendo el suelo. Despu¨¦s de una semana sin poder dormir ni sentarse, y con la humedad cal¨¢ndole los huesos, por lo general se mostraba colaborador. El segundo sistema, una cubeta en la que colocaban la cabeza de la v¨ªctima mientras gotas de agua le ca¨ªan sobre la nuca. Esto los ablandaba en unos cinco d¨ªas. El ¨²ltimo sistema no es tan f¨¢cil de comprender a simple vista: se trata de una puerta abierta en un muro, pero la puerta no da a ninguna parte. El gu¨ªa explica que la celda es el muro. El prisionero era emparedado en un espacio de 1,5 por 0,4 metros. ?se era el m¨¢s eficiente.
Antiguos prisioneros pol¨ªticos de Argentina y Chile que han visitado el pabell¨®n sovi¨¦tico coinciden en un detalle: les parece un jard¨ªn de infantes. Las v¨ªctimas de Videla o Pinochet tuvieron que soportar ataques con perros y ratas. Sus guardianes les inyectaban somn¨ªferos y los arrojaban desde aviones. Les aplicaban la picana en los test¨ªculos. Las violaban. Los m¨¦todos de Berl¨ªn, en cambio, muestran un alto nivel de sofisticaci¨®n en el uso de la violencia.
Para empezar, los tormentos de El Submarino no eran ejecutados directamente por personas, sino por cosas. Las v¨ªctimas no ten¨ªan que enfrentarse a sus verdugos durante la tortura, y en ning¨²n caso eran necesarias las palizas. Adem¨¢s, los instrumentos no dejaban cicatrices ni marcas f¨ªsicas. Nada de quemaduras o traumatismos. El Submarino est¨¢ dise?ado para quebrar la voluntad, no los huesos. Por supuesto, la gente se mor¨ªa. Se calcula que el primer a?o fallecieron m¨¢s de 3.000 personas. Pero lo importante era que nadie los mataba personalmente. Ning¨²n individuo era responsable de su suerte.
Tras la instauraci¨®n de la RDA, la Stasi hizo construir a los presos un nuevo edificio en el que refin¨® el sistema a¨²n m¨¢s. A partir de los a?os cincuenta, los internos ni siquiera sab¨ªan ad¨®nde los conduc¨ªan. Ingresaban en el recinto con los
Pasa a la p¨¢gina siguienteojos vendados y ocultos en un cami¨®n que dec¨ªa "pescado". (Con el tiempo, como el pescado escaseaba, fue necesario cambiar el camuflaje por "frutas y verduras"). Y una vez dentro, perd¨ªan todo contacto con el mundo.
Tampoco estaban permitidas las relaciones entre los internos. Ninguno sab¨ªa qui¨¦n estaba encerrado al lado. No hab¨ªa un comedor ni duchas comunes. Desde luego, tampoco era posible relacionarse con los carceleros o los interrogadores. Para asegurarse de ello, el personal rotaba frecuentemente. Los presos pod¨ªan pasar a?os sin m¨¢s contacto humano que el de los interrogatorios. Cada vez que alguno abandonaba su celda, se encend¨ªa una luz roja en el pasillo. Era la se?al para que nadie m¨¢s circulase.
Los prisioneros de la Stasi no ten¨ªan vestimenta propia: llevaban un ch¨¢ndal azul y unas pantuflas de reglamento. Tampoco ten¨ªan nombre. Se les llamaba por su n¨²mero de celda. Cualquier caracter¨ªstica individual, cualquier rasgo de personalidad, era borrado.
El reglamento del presidio estaba lleno de normas absurdas que era imposible respetar por completo. La m¨¢s incre¨ªble era la obligaci¨®n de dormir boca arriba y con los brazos extendidos. Durante la noche, cada diez minutos, un oficial se asomaba por la mirilla de la celda y despertaba a los internos que no durmiesen en la posici¨®n correcta.
?Por qu¨¦ una posici¨®n obligatoria para dormir? Una raz¨®n ten¨ªa que ver con los presos, y otra, con los guardianes. Los primeros deb¨ªan saber que eran vigilados constantemente, y que eso formaba parte de su condena. La mayor parte de sus pesadillas -especialmente de las mujeres- ten¨ªa que ver con las mirillas de las puertas y los ojos que observaban a trav¨¦s de ellas todos sus movimientos. En cuanto a los guardianes, era necesario que percibiesen que los internos incumpl¨ªan las normas constantemente. S¨®lo as¨ª se sentir¨ªan justificados para castigarlos con dureza.
En efecto, todo en estas instalaciones est¨¢ dise?ado para evitar el complejo de culpa de los funcionarios. Las cortinas de las salas de interrogatorios est¨¢n bordadas con flores y encajes. El papel mural estilo a?os setenta recuerda a las primeras pel¨ªculas de Almod¨®var -eso s¨ª, en colores opacos y sosos-, y las losetas del pasillo producen un efecto "casa de la abuela". Nadie golpeaba a los internos, y en toda la visita no se ve un solo instrumento de tortura f¨ªsica.
El terror de Berl¨ªn era as¨¦ptico y esterilizado, como cualquier trabajo de oficina, porque estaba sistematizado, y por tanto no era responsabilidad de nadie en particular. Los guardias realizaban su monstruosa misi¨®n en la misma atm¨®sfera rutinaria que un registrador de la propiedad. Los interrogadores eran caballeros amables que dec¨ªan: "Usted puede salir de aqu¨ª cuando quiera. S¨®lo tiene que echarnos una mano, igual que han hecho ya sus amigos".
El trabajo en esta c¨¢rcel no era destruir el cuerpo, sino las certezas de los individuos, que forman la base de su voluntad. Aislados del espacio y de los hombres, despojados de identidad e intimidad, los humanos se derrumban. Por eso, el objetivo de la pol¨ªtica penitenciaria, a largo plazo, ni siquiera era recabar informaci¨®n ¨²til, sino anular la iniciativa de los internos.
Significativamente, la tortura m¨¢s extrema y ¨²ltima parada de la visita es el cuarto oscuro. Encerrado ah¨ª, el preso no sab¨ªa si era de d¨ªa o de noche, y las paredes estaban acolchadas para que ni siquiera pudiese darse cabezazos contra las paredes. No s¨®lo estaba privado de un lugar y de un nombre, sino que ni siquiera era capaz de distinguir el d¨ªa de la noche, y la cordura de la demencia. En esa habitaci¨®n, donde se dilu¨ªan las ¨²ltimas certidumbres de los hombres, la prisi¨®n alcanzaba el punto m¨¢s alto de burocratizaci¨®n de la crueldad.
Santiago Roncagliolo es escritor peruano.
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