La semana de Sarkozy
Francia acaba de vivir de nuevo una semana completamente Sarkozy, totalmente dominada por las declaraciones de su nuevo presidente, m¨¢s omnipresente que nunca, capaz de monopolizar la atenci¨®n y aficionado a la "gesti¨®n mediante el stress", que aplica al pa¨ªs como lo har¨ªa con una empresa.
En realidad, no tiene nada de sorprendente: al situarle en la jefatura del Estado, los franceses sab¨ªan que iba a ser presidente de todo, ministro de todo, responsable de todo y de lo dem¨¢s. Le eligieron precisamente por su energ¨ªa vital, para que la transmitiera a todo el pa¨ªs tras la languidez y la melancol¨ªa chiraquianas. Por lo tanto, cualquier protesta incipiente es in¨²til; ¨¦l puede muy bien responder que le escogieron precisamente por eso, por ser hiperactivo, para demostrar que la pol¨ªtica no es impotente y que el monarca no est¨¢ obligado a vivir encerrado en su palacio, como Jacques Chirac.
M¨¢s interesante es el momento: en este instante, en el que Nicolas Sarkozy se encuentra ante la necesidad de actuar, vamos a poder empezar a medir la realidad, si es un presidente de acci¨®n virtual o si, por el contrario, logra sacar a la luz los cambios que hab¨ªa anunciado. Despu¨¦s de las primeras semanas, que fueron las de la realizaci¨®n de las promesas electorales m¨¢s visibles -como el famoso "paquete fiscal", diversas desgravaciones que afectan y favorecen, en general, a los franceses m¨¢s acomodados-, llega el periodo de lo que ¨¦l denomina la "refundaci¨®n".
Es un periodo cuya ambici¨®n es modificar el sistema social franc¨¦s y la orientaci¨®n del Estado y de su funci¨®n p¨²blica. Nicolas Sarkozy ha anunciado una mezcla de reformas que van dirigidas hacia un mayor realismo (que se traducir¨¢ en una cobertura social menor y, en el futuro, m¨¢s dependiente del nivel de ingresos) y una reducci¨®n de las dimensiones y las actividades del sector p¨²blico, incluidos los est¨ªmulos para que los funcionarios se retiren. Se trata, como han hecho ya otros pa¨ªses europeos, de disminuir el Estado y la parte correspondiente al gasto p¨²blico en el producto nacional.
Nicolas Sarkozy empieza con una base s¨®lida de popularidad. Porque, hasta hoy, es el que cumple sus promesas, y ha logrado prolongar el impulso de las elecciones. Pero sabemos tambi¨¦n que ¨¦sta es una opini¨®n p¨²blica dif¨ªcil, que se resiste no a la idea de la reforma, pero s¨ª a las reformas (en Francia siempre se ha pensado que todas ellas favorecen a una minor¨ªa privilegiada), en un pa¨ªs que, por desgracia, se distingue por el hecho de que confiamos poco en los dem¨¢s (en Irlanda y Dinamarca, una de cada dos personas conf¨ªan en los dem¨¢s; en Francia, s¨®lo una de cada cuatro).
La otra ventaja de Nicolas Sarkozy es que no es lo que se esperaba la derecha ni lo que se esperaba la izquierda. El electorado de derechas cre¨ªa que iba a gobernar con los de su bando y que sus reformas ser¨ªan otros tantos golpes a la Francia de izquierdas. Sin embargo, Nicolas Sarkozy empez¨® con la "apertura".
La apertura consisti¨® en reunir a una serie de personalidades emblem¨¢ticas, cuyo mascar¨®n de proa es, evidentemente, Bernard Kouchner. Consisti¨® asimismo en un equipo de gobierno compuesto en su mitad por mujeres y que reflejaba la diversidad ¨¦tnica de la sociedad francesa. Prosigui¨® con el llamamiento a personajes cualificados como Jacques Attali, viejo sherpa de Fran?ois Mitterrand, encargado de recomendar medidas para facilitar el crecimiento econ¨®mico de Francia y mejorar la adaptaci¨®n del pa¨ªs a la globalizaci¨®n.
En la Asamblea del Medef (la asociaci¨®n de empresarios, agrupaci¨®n de derechas por excelencia), el nombre de Jacques Attali suscit¨® abucheos, a los que Nicolas Sarkozy respondi¨®: "?Qu¨¦ quieren que les diga, soy el director de recursos humanos del Partido Socialista!".
Una de dos: o bien la "apertura" se reduce a una reuni¨®n de personalidades, por brillantes que sean, y entonces el centro de gravedad del sarkozismo volver¨¢ a su lugar natural, en la derecha, o bien es una aut¨¦ntica pol¨ªtica y entonces tendr¨¢ que extenderse a la sociedad civil, es decir, a los sindicatos, con la implantaci¨®n de una nueva forma
de relacionarse con ellos; en ese caso, el sarkozismo se afianzar¨¢ en el centro-derecha y seguir¨¢ sorprendiendo a la izquierda.
Esta ¨²ltima, que por ahora se encuentra ca¨ªda en desgracia, pendiente del estado de gracia del que goza Sarkozy, dijo que el reci¨¦n llegado era la abominaci¨®n de la desolaci¨®n. Un error, porque el pragmatismo del nuevo presidente, su vocabulario simple y pr¨®ximo al pueblo (al d¨ªa siguiente de su visita a los empresarios recorri¨® un supermercado de las afueras para juzgar por s¨ª mismo los efectos de "la carest¨ªa de la vida"), y la ausencia de cualquier sectarismo al escoger a las personas que forman su equipo les han pillado a contrapi¨¦. A ello se a?ade una especie de fascinaci¨®n de la gente de izquierdas por este personaje tan simp¨¢tico, de modo que cada cual est¨¢ al acecho de alguna cosa, un gesto, su aprobaci¨®n, un signo. En Francia se denuncia a menudo que existe una "corte" alrededor del monarca. Pero, aunque es cierto que tenemos esta aberraci¨®n que es la monarqu¨ªa constitucional absoluta, que da al presidente superpoderes exclusivos, los comportamientos cortesanos son, sobre todo, obra de los propios franceses. Nicolas Sarkozy, al empezar su reinado, est¨¢ aprovech¨¢ndolos mucho m¨¢s que su predecesor.
Ahora bien, el ¨¦xito no est¨¢ garantizado. Las circunstancias econ¨®micas han dejado de ser favorables: sin un super¨¢vit de crecimiento, al presidente le ser¨¢ m¨¢s dif¨ªcil ofrecer las contrapartidas en materia de poder adquisitivo que hab¨ªa prometido, a cambio de que se aceptaran las reformas. Y su centro de gravedad no est¨¢ claro todav¨ªa. ?l no es ning¨²n ide¨®logo. Es fundamentalmente pragm¨¢tico. Pero a veces cede excesivamente ante la fracci¨®n m¨¢s dura de la derecha, por ejemplo a prop¨®sito de la inmigraci¨®n, mientras que la sociedad francesa, en su mayor¨ªa, es acogedora, y soportar¨¢ cada vez peor los dramas inevitables que la presi¨®n sobre las familias de los inmigrantes va a provocar de forma irremediable. La apertura, entonces, se habr¨¢ terminado.
Desde este punto de vista, la gran semana presidencial deja entrever los que pueden ser los l¨ªmites del sistema Sarkozy: ha franqueado bien el cabo del primer anuncio sobre reformas sociales. Los sindicatos, en general, no protestan m¨¢s que sobre los retrasos, y est¨¢n abiertos a la discusi¨®n. Y al d¨ªa siguiente, al hablar ante los funcionarios, les concede un peque?o "peculio" para animarles a irse. La humillaci¨®n est¨¢ garantizada, y corre el riesgo de ver c¨®mo se movilizan -los sindicatos estar¨ªan obligados- sectores m¨¢s amplios de la opini¨®n p¨²blica.
Todo est¨¢ abierto, por consiguiente; todo vacila. En la actualidad, Sarkozy s¨®lo tiene una doctrina: el movimiento, la rapidez. Su verdadera ambici¨®n es ser el Blair franc¨¦s. Ser para la derecha francesa lo que Tony Blair ha sido para la izquierda brit¨¢nica. As¨ª ofrecer¨ªa una mezcla in¨¦dita: el bonapartismo en la forma de comportarse y las costumbres pol¨ªticas, y el blairismo en el contenido. ?Blair y Bonaparte en una misma lucha? ?Sarkozy puede!
Jean-Marie Colombani ha sido director del diario Le Monde. Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia.
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