Econom¨ªa de guerra
"... para liberar a la humanidad
del miedo y de la miseria".
Pre¨¢mbulo de la Declaraci¨®n Universal de los Derechos Humanos, 1948.
La violencia no debe justificarse nunca. Pero debe estudiarse para intentar conocer sus or¨ªgenes, para poder as¨ª contribuir a evitarla, a prevenirla. Dos ra¨ªces principales: la miseria y el miedo. Hay que situarse en la piel -que en esto consiste la tolerancia- de los millones de seres humanos, todos iguales en dignidad, que viven en condiciones inhumanas. Las promesas para mejorarlas, reiteradas por los pa¨ªses m¨¢s pr¨®speros, se han frustrado casi siempre. Y con el transcurrir de d¨ªas y a?os en esta situaci¨®n de desamparo, de exclusi¨®n, de humillaci¨®n, se van extendiendo los sentimientos de frustraci¨®n, de animadversi¨®n, de rencor, de radicalizaci¨®n, hasta el punto de que ya ninguna soluci¨®n parece posible. Y es entonces cuando estalla, a veces, la reacci¨®n violenta. En otras ocasiones, la desesperaci¨®n se manifiesta en intentos de emigraci¨®n que, con frecuencia, incluyen el riesgo de la propia vida.
Recomiendo con tanta sinceridad como apremio que los l¨ªderes de la Tierra vayan a ver personalmente, discretamente, c¨®mo transcurre la vida diaria de la mayor parte de la gente. C¨®mo son los caldos de cultivo en los que se colman los vasos de la paciencia y de la serenidad y, un d¨ªa, de pronto, los hombres en particular gritan: "?Basta!", y, sin aguardar m¨¢s -hace tiempo que ya no esperaban nada- usan la fuerza, el m¨²sculo. La FAO da cifras estremecedoras: alrededor de 60.000 personas mueren cada d¨ªa de inanici¨®n. ?De verdad buscan "armas de destrucci¨®n masiva?". Su nombre es hambre.
Se han ampliado en lugar de reducirse las brechas que separan a los pr¨®speros de los necesitados; los desgarros en el tejido social se han intentado resta?ar con espinos y con balas en lugar de con generosas ayudas, el di¨¢logo y el entendimiento. Se quiera o no reconocer, a mediados del a?o 2007 estamos abocados, con mayores o menores reticencias, a una econom¨ªa de guerra que concentra en muy pocas manos el poder econ¨®mico, y que recurre a toda clase de pretextos para alcanzar colosales proporciones. La guerra de Irak, basada en supuestos falsos, represent¨® ya un gran impulso para la maquinaria b¨¦lico-industrial. Ahora, a los escudos antimisiles, que representan la ruptura de los acuerdos tan dif¨ªcilmente alcanzados al t¨¦rmino de la guerra fr¨ªa en Reikiavik por las dos grandes superpotencias, se a?ade el rearme masivo no s¨®lo de Israel sino de todos los pa¨ªses del Golfo: 46.000 millones de euros. Es de destacar que se siguen vendiendo artificios b¨¦licos propios de confrontaciones que ya no existen.
Una vez m¨¢s, "si quieres la paz, prepara la guerra". La amenaza a Ir¨¢n, su antiguo aliado, costar¨¢ miles de vidas, v¨ªctimas del c¨ªrculo vicioso de la econom¨ªa de mercado, que perpet¨²a la pobreza, y de la econom¨ªa de guerra, que intenta solucionar una vez m¨¢s los grandes retos de la humanidad por la fuerza. Los Estados Unidos lideran, pero los dem¨¢s pa¨ªses pr¨®speros dejan hacer. La Uni¨®n Europea, que deber¨ªa ser s¨ªmbolo de la cultura de paz y de la democratizaci¨®n en el mundo, sigue ocupada en problemas estructurales que le impiden llevar a cabo su misi¨®n de gu¨ªa y de vig¨ªa.
Todas estas cuestiones, de gran trascendencia, no pueden solucionarse arbitrariamente por un pa¨ªs, por grande que sea su poder y su capacidad de acci¨®n a escala internacional. Por la propia naturaleza del desaf¨ªo, son cuestiones que deber¨ªan abordarse en las Naciones Unidas. En aquellas en las que so?¨® el presidente Roosevelt.
Es urgente humanizar la globalizaci¨®n, reducir dr¨¢sticamente las desigualdades y conseguir que los flujos migratorios constituyan una opci¨®n y no el camino forzado de los marginados. Poner a los seres humanos, sin excepci¨®n, como objetivo prioritario. Al amparo de la lucha contra el terrorismo -en la que todos debemos colaborar-, los reg¨ªmenes autoritarios promulgan leyes restrictivas de las libertades y se saltan ol¨ªmpicamente -ante unos aliados que asienten o que miran permanentemente hacia otro lado- las normas jur¨ªdicas de amparo de los prisioneros para evitar la tortura y el tratamiento indebido. La seguridad no debe garantizarse a costa de los derechos humanos. Lo repito: seguridad de la paz, s¨ª. Paz de la seguridad, no. Es la paz de la nula libertad, del recelo, del miedo.
La globalizaci¨®n no repara en las condiciones laborales, en los mecanismos de poder, en el respeto de los derechos humanos. A trav¨¦s de OPA y megafusiones, el panorama mundial no s¨®lo se ha enrarecido e incrementado en desigualdades sino, lo que es mucho peor, que se han desvanecido las responsabilidades que correspond¨ªan a quienes desempe?aban las funciones de Gobierno en nombre de sus ciudadanos. No s¨®lo los aspectos econ¨®micos y sociales, sino el impacto ambiental, la uniformizaci¨®n cultural, el decaimiento de las referencias morales dependen en buena parte del poder sin rostro de grandes empresas multinacionales que campan a sus anchas en medio de la mayor impunidad.
Frente a la econom¨ªa de mercado y la de guerra, la que permita llevar a la pr¨¢ctica los Objetivos del Milenio, los compromisos que en materia social, econ¨®mica y ambiental suscribieron los jefes de Estado y de Gobierno en el a?o 2000 en la Asamblea General de las Naciones Unidas.
Es apremiante que Espa?a en Europa y Europa en el mundo se den cuenta de que "estar muy bien en casa" no puede hacerse a costa de muchos habitantes de la Tierra. El destino, quieran o no reconocerlo algunos, es com¨²n. Y no sirve de nada cerrar puertas y ventanas. Y menos a¨²n convertirlas en espejos de complacencia. Es hora de responsabilidad. De pasar de la fuerza al di¨¢logo, a la democracia aut¨¦ntica. Es tiempo de llevar a efecto la profec¨ªa de Isa¨ªas: "Convertir¨¢n las lanzas en arados". La econom¨ªa de guerra debe dar paso -como propon¨ªa en el libro Un mundo nuevo, publicado en 1999- a un gran contrato global de desarrollo. Que nadie diga que no es posible. Si lo piensan o alguien intenta convencerles de ello, que lean el discurso La estrategia de paz, del presidente John F. Kennedy, en la American University de Washington DC el 10 de junio de 1963: "No podemos aceptar que la paz sea inalcanzable, que nos hallamos bajo el efecto de fuerzas que no podemos controlar. Ning¨²n problema del destino de la humanidad est¨¢ m¨¢s all¨¢ de la capacidad creadora de los seres humanos".
Federico Mayor Zaragoza es presidente de la Fundaci¨®n Cultura de Paz.
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