Bicicletas
De los muchos problemas que alteran la pl¨¢cida existencia del ciudadano, las bicicletas est¨¢n resultando el m¨¢s intratable. Contra todo pron¨®stico y sin causa grave, todas las partes implicadas est¨¢n en pie de guerra: los propios ciclistas, por un lado, y por otro, los peatones y los automovilistas. Ni quiera las motos, omnipresentes, ruidosas, peligrosas e invasoras, provocan tanta animadversi¨®n.
La raz¨®n profunda de este antagonismo es tan sencilla como dif¨ªcil de cambiar. Desde sus or¨ªgenes, las ciudades est¨¢n concebidas para circular a pie o en carruaje. Las bicicletas son recientes y no pertenecen a ninguna de las dos especies abor¨ªgenes, aunque comparten rasgos con ambas, lo que redobla su alteridad.
Un fen¨®meno similar ocurri¨® en tiempos muy remotos, cuando exist¨ªan los centauros, mitad hombres, mitad caballos. Aunque viv¨ªan en un medio literalmente buc¨®lico, no contaban con simpat¨ªas entre los humanos, que los consideraban, en palabras de Apolodoro, salvajes, sin organizaci¨®n social y de comportamiento imprevisible. Lo que pensaban los caballos no nos consta. Ellos, por su parte, se negaban a integrarse en el mundo de las bestias, porque pose¨ªan raciocinio y tambi¨¦n lenguaje oral. No eran malos de natural, pero s¨ª excitables, y cuando se irritaban daban coces por detr¨¢s y pu?etazos por delante, sin despreciar el uso de piedras y palos. A las buenas eran afables y juguetones y a veces llevaban ni?os a la grupa, pero no adultos, ni siquiera chicas. Mientras los centauros vivieron en la campi?a y los humanos en municipios m¨¢s o menos grandes, todo fue bien, pero cuando se juntaron, el resultado fue catastr¨®fico, porque los unos exig¨ªan un trato igualitario que los otros les negaban por considerar que en su comportamiento interven¨ªan actitudes y atributos caballares inadmisibles. Los c¨¦lebres m¨¢rmoles del Museo Brit¨¢nico dan fe de una cruel batalla. H¨¦rcules, que es la figura mitol¨®gica m¨¢s parecida al alcalde de una gran ciudad porque acomet¨ªa grandes empresas que sol¨ªan acabar fatal, primero congeni¨® con los centauros pero acab¨® cogi¨¦ndoles tirria. Ning¨²n relato nos dice cu¨¢ndo ni c¨®mo se extinguieron los centauros, ni si su desaparici¨®n provoc¨® pena o alivio entre quienes convivieron con ellos.
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