Consumismo adictivo
El mercado de las adicciones se est¨¢ movido. Suben unas, bajan otras, aparecen nuevos productos o la gente se engancha a cosas que antes eran epis¨®dicas o desconocidas. Hay nuevos adictos a las distintas potencialidades que ofrece Internet, a los videojuegos, a los m¨®viles, a las l¨ªneas er¨®ticas, o a las llamadas party-line. Siguen existiendo los lud¨®patas, y florecen los compradores compulsivos. Los hay que se obsesionan con la pr¨¢ctica del sexo y quienes no pueden dejar de trabajar. Tambi¨¦n est¨¢n los que no dejan de mirarse al espejo buscando imperfecciones que reparar en la cada vez mayor y m¨¢s sofisticada oferta de cirug¨ªa est¨¦tica, convirti¨¦ndose as¨ª en adictos al culto del cuerpo. Incluso se diagnostican adicciones afectivas, cuando hay personas que tienen dependencias emocionales desmedidas hacia sus parejas. Y todo ello, sin descartar las ya cl¨¢sicas adicciones a las drogas de todo tipo y aspecto. Seguramente, todo ello no es nuevo, aunque los formatos adictivos hayan ido cambiando. Pero, lo que destaca es la proliferaci¨®n de estas pr¨¢cticas y su incidencia cada vez mayor en la cotidianeidad de muchas personas. Parecer¨ªa que su florecimiento y difusi¨®n est¨¦n relacionados con la necesidad por parte de los individuos de compensar vidas cada vez m¨¢s cutres, m¨¢s anodinas e indiferenciadas. No se logra distinguir el l¨ªmite entre la afici¨®n y la adicci¨®n, entre la compensaci¨®n moment¨¢nea de lo placentero, con la voluntad de evitar cualquier contratiempo, sumergi¨¦ndose en lo que divierte, excita, aleja.
Las adicciones pueden estar relacionadas con la necesidad de compensar vidas cada vez m¨¢s cutres e indiferenciadas
Solos, sin un cierto sentido colectivo de la existencia, no conseguiremos liberarnos de viejas y nuevas angustias
Lo curioso es que tratamos de ser distintos, y todos hacemos lo mismo. Unos desmedidamente, otros con m¨¢s cuidado. Y, en cambio, lo que aparentemente cuenta es precisamente ser distinto, poder distinguirte de los que te rodean. Algunas cosas de las que nos pasan, aparentemente tienden a hacernos creer que nosotros s¨ª podemos ser diferentes. Diferentes de nuestros padres, de nuestros vecinos, de nuestros colegas de colegio o de trabajo. Es cierto que nuestros destinos est¨¢n menos marcados. Vivimos m¨¢s en la incertidumbre. Nuestras filiaciones son menos definitivas y menos permanentes. Mientras, el mercado, la publicidad, las ofertas de trabajo, nos hablan de que todo es posible, de que podemos forjar nuestro destino, de que si cambiamos de zumo de naranja o de coche, un mundo de nuevas posibilidades se abrir¨¢ autom¨¢ticamente ante nosotros. Y que si consumimos tal bebida energ¨¦tica, podremos con todo. Como dice un anuncio de una archiconocida cadena de superficies comerciales: "?qu¨¦ es calidad de vida?: poder elegir". Quien no puede elegir es un pringado. Cuanto m¨¢s eliges, m¨¢s guay es tu vida. Nada debe durar, ya que lo que dura es obsoleto. Lo duradero es sin¨®nimo de aburrido. La propuesta de la diputada alemana democristiana es en este sentido sintom¨¢tica: matrimonios de siete a?os que se disuelven sin m¨¢s, de no mediar la renovaci¨®n contractual de mutuo acuerdo.
Muchas de esas adicciones tienen fuertes contenidos psicol¨®gicos. Alivian el malestar. A¨ªslan al individuo de su contexto. Le acaban generando dependencia. Ponemos el foco en las drogas, seguramente por su fuerte repercusi¨®n en la salud. Pero, muchas de las adicciones mencionadas, menos estigmatizadas, o incluso celebradas (trabajar mucho), pasan dolorosas cuentas a quienes las padecen. Algunas de las alternativas posibles nos liberan de los costes de vernos las caras con nuestros semejantes, y as¨ª no tenemos que aguantar sus neuras. La alternativa Second Life permite vivir sin lazos indeseados, sin ni?os llorones, sin viejos achacosos, sin marido ego¨ªsta o esposa reivindicativa. Cada vez m¨¢s dejamos de ser personas para ser "compradores de mercanc¨ªa", o incluso "mercanc¨ªas". Los j¨®venes, alejados de modelos de referencia que cifraban el futuro en la educaci¨®n, la familia y el trabajo, buscan su palanca de inserci¨®n en mundo adulto en el consumo, como palanca de identidad diferenciada. Las llamadas "conductas de riesgo" se les presentan de hecho, desasistidos como se sienten, como tests de autonom¨ªa.
Nuestro frenes¨ª no conduce a parte alguna, excepto a seguir consumiendo adictivamente, para seguir siendo. Luchamos por fetiches, por objetos que permiten que seamos, para acabar no siendo nada m¨¢s que partes de la cadena de consumo. Lo que estamos consiguiendo es que antes los que padec¨ªan adicciones eran unos marginados, y ahora quien m¨¢s quien menos, tiene una adicci¨®n que mostrar. ?Ad¨®nde conduce esta sociedad cada vez m¨¢s adictiva e inquieta, insatisfecha y ansiosa? Buscamos algo que no encontramos. Hemos roto o debilitado muchos de los v¨ªnculos con nuestras familias, con esos pesados colegas del trabajo, con los amigos circunstanciales o con los que no hay manera de librarse de ellos, buscamos evadirnos de barrios quiz¨¢ con calor humano, pero a veces excesivamente calurosos o demasiado cercanos. Pero esa autonom¨ªa conquistada, ese privatismo aislacionista no nos libera, ni nos emociona. Los costes emocionales aumentan. Y no por el hecho de querer ser m¨¢s nosotros mismos, lo conseguimos. A lo mejor, deber¨ªamos empezar a pensar que solos, por muy nuestros que seamos, sin un cierto sentido colectivo de la existencia, no conseguiremos liberarnos de viejas y nuevas angustias.
Quiz¨¢ necesitamos poder ser, sin tener que comprarlo. Necesitamos poder ser del siglo XXI, sin que eso signifique olvidarnos de que somos personas, semejantes. El programa de los socialdem¨®cratas suecos de 2004 afirmaba: "Todos somos fr¨¢giles en alg¨²n momento. Necesitamos a los dem¨¢s. Vivimos aqu¨ª y ahora, con otras gentes, atrapados en un mundo que cambia. Queremos ser m¨¢s ricos, pero quisi¨¦ramos que todos pudi¨¦ramos serlo y que nadie quedase fuera. Quisi¨¦ramos ser m¨¢s fuertes si todos tuvi¨¦ramos seguridad, y no s¨®lo unos cuantos". La pregunta podr¨ªa ser: ?podemos ser modernos y ser solidarios, o hemos de creernos lo de la tercera v¨ªa y conectar inseguridad y riesgo con bienestar? ?No hay otra salida para emanciparnos y liberarnos de ataduras, que ser insolidarios y polizones de la sociabilidad? ?S¨®lo somos si consumimos? Esperando que cambie el mundo, podemos empezar cambiando nuestro entorno, y buscar mecanismos de reducci¨®n de da?os y de construcci¨®n alternativa de sociabilidad.
Joan Subirats es catedr¨¢tico de Ciencia Pol¨ªtica de la Universidad Aut¨®noma de Barcelona.
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