Un beso que se adelant¨® a su tiempo
Hay artes que se aprecian con el tiempo. El juicio juvenil, tendente a admirar la belleza en su sentido m¨¢s obvio, no suele apreciar cierto talento. El arte de la interpretaci¨®n de esta actriz, Deborah Kerr, est¨¢ seguramente inscrito en toda esa lista de tesoros que nuestros ojos juveniles no pod¨ªan disfrutar del todo. A la Academia de Cine americano le debi¨® pasar lo mismo porque, siendo una actriz respetad¨ªsima, nunca la consider¨® merecedora de un Oscar. Mejor dicho, se lo concedi¨® cuando ya no quedaba m¨¢s remedio, al final de una carrera plena de interpretaciones preciosas. Desde siempre recuerdo a Deborah Kerr pero mis ojos de ni?a o adolescente prefer¨ªan a las actrices m¨¢s arrebatadas o m¨¢s guapas. Ahora, mi experiencia me permite disfrutar de toda la sutileza de su estilo. Una sutileza que la encasill¨® en papeles de mujer contenida y atormentada y de la que ella intent¨® zafarse atrevi¨¦ndose a protagonizar ese De aqu¨ª a la eternidad, que contiene una de las escenas m¨¢s calientes del cine de esa ¨¦poca y de ¨¦sta, en la que lo caliente siempre parece estar relacionado con lo obvio. La Kerr era de todo menos obvia y previsible, y todos los papeles que interpret¨® est¨¢n abordados de una manera muy moderna, que la enmarca m¨¢s en el naturalismo de los grandes actores de ahora mismo, que afrontan la naturaleza de los personajes no s¨®lo desde lo que dice sino tambi¨¦n en lo que se contiene y se calla.
Los grandes directores supieron ver el talento de esta actriz con formaci¨®n teatral -lo cual siendo una actriz inglesa significa poseer una gran preparaci¨®n- y no es casualidad que John Huston, Mankiewicz, Zinnemann o Jack Clayton se rindieran a esta mujer de belleza nada estridente y tan rica en unas emociones interiores que la hac¨ªan apropiad¨ªsima para interpretar a personajes de grandes turbulencias psicol¨®gicas. Aunque los buenos t¨ªtulos que protagoniz¨® son muchos y ser¨¢n en estos d¨ªas rese?ados por los expertos, yo, como simple admiradora, me quedo con dos momentos y papeles que guardo como esenciales en mi memoria cinematogr¨¢fica y que compartir¨¦ con muchos espectadores: el t¨®rrido beso en De aqu¨ª a la eternidad con Burt Lancaster en la playa, donde todo lo que puede expresarse sobre el deseo sexual est¨¢ en esos dos cuerpos mojados sobre la arena, y la inquietante personalidad de la institutriz de Otra vuelta de tuerca, de la que no llegamos a discernir si est¨¢ en esa casa para aterrorizar a unos pobres inocentes o si est¨¢ inocentemente aterrorizada. Tuvo la suerte de protagonizar pel¨ªculas eternas, de esas que han superado con toda justicia la criba del tiempo, y las supo enriquecer con la fuerza de un raro, nada usual atractivo. Demostr¨® su capacidad de interpretar papeles muy diversos aunque creo que hay algo que le hubiera resultado imposible: desprenderse de su delicada feminidad y de una tremenda elegancia. Dicen que ha muerto sin recuerdos, sin saber que ella era Deborah Kerr.
Babelia
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