El ¨²ltimo intelectual / 3
Seg¨²n Barr¨¦s el acu?ador del t¨¦rmino intelectual es Cl¨¦menceau entonces redactor jefe del diario L'Aurore que cuando recibe y tiene que editar el art¨ªculo de Zola Yo acuso lo somete a un tratamiento terminol¨®gico que le lleva a ponerle el t¨ªtulo con que nos ha llegado y sobre todo a introducir y consagrar la designaci¨®n intelectual. El Manifiesto de los Intelectuales de 1898 firmado por un notable grupo de personalidades francesas a las que se designa como los dreyfusards es su carta fundacional y a partir de entonces el soporte principal de la intelligentsia de izquierda en Francia. Su antecedente principal hay que buscarlo en la tradici¨®n cr¨ªtica, que nos viene de la Grecia cl¨¢sica retomada en el siglo XVIII por los Fil¨®sofos para quienes la defensa de la Raz¨®n, no s¨®lo en los ¨¢mbitos del saber sino en todas las esferas de la vida, es la responsabilidad principal de quienes tienen que ver con la actividad del conocer y la b¨²squeda de la verdad. A mediados del siglo XIX esta concepci¨®n que pod¨ªamos llamar te¨®rica del intelectual es sustituida, en muchos pa¨ªses europeos, por una versi¨®n funcional en la que lo que cuenta es sobre todo el poner la raz¨®n al servicio de una causa colectiva, en la mayor¨ªa de los casos para liberar de la opresi¨®n al pueblo o a una naci¨®n determinada. Con la aparici¨®n de los dreyfusards, la cuesti¨®n se plantea claramente como el antagonismo de dos razones: la Raz¨®n de Estado que se identifica y defiende los intereses de una estructura institucional y de sus beneficiarios con su voluntad de imponerse y suplantar a la raz¨®n de la verdad, la Raz¨®n del intelectual que es la ¨²nica capaz de dar repuesta justa a los problemas de la sociedad.
Pero el intelectual no agota su ambici¨®n interventora en su actividad cr¨ªtica, en su capacidad para desmontar supersticiones, ciencias y mitos -su dimensi¨®n mitocl¨¢stica- sino que encuentra su plena efectividad en su pujanza propositiva, en su potencial mitog¨¦nico comenzando por la naturaleza que con Rousseau y el romanticismo se constituye en horizonte seguro de la armon¨ªa y la felicidad b¨¢sicas; mitificaci¨®n brillantemente recogida en la ecolog¨ªa de hoy, que continua con la mitificaci¨®n decisiva a lo largo de todo el siglo XIX de la realidad nacional que encuentra en Fichte como intelectual no como filosofo uno de sus m¨¢s obstinados promotores -Volksgeist, Discurso a la Naci¨®n Alemana etc.- y que tiene en la mitificaci¨®n de la Raz¨®n misma, a la que Robespierre instituye en diosa en 1793 su expresi¨®n m¨¢s acabada. Entre nosotros el hermoso y temprano estudio del profesor Benjam¨ªn Oltra Una sociolog¨ªa de los intelectuales, Vicens Bolsillo 1978, sobre todo en su segunda parte, los cap¨ªtulos IV, V y VI, son una estimulante ilustraci¨®n de esta hip¨®tesis a lomos de la reciente experiencia espa?ola.
El intelectual en sus diversas variantes cuya misi¨®n social como higienista de la sociedad considera Edgar Morin absolutamente indispensable, ha sido sustituido por el filosofo medi¨¢tico, cuyo ejemplo m¨¢s conspicuo y esclarecedor es el franc¨¦s, donde los seguidores de Zola han desaparecido a manos de esa nueva figura. Hace 30 a?os un grupo de j¨®venes impacientes a la par que ambiciosos aprendices de filosof¨ªa a los que me referia en mi primer articulo -Bernard Henri L¨¦vy, Alain Finkielkraut, Pascal Bruckner, Andr¨¦ Glucksmann etc.- pusieron en marcha una inteligente operaci¨®n de marketing medi¨¢tico que apoyados en uno de los espacios culturales de mayor audiencia televisiva en Francia que regentaba el periodista Bernard Pivot, hizo de ellos los imprescindibles opinantes de la escena pol¨ªtico-cultural francesa. En su casi totalidad proced¨ªan de la izquierda radical -mao¨ªsmo, troskismo etc- pero su vida y sus ¨¦xitos han acabado apunt¨¢ndoselos, con la excepci¨®n provisional de BHL al presidente Sarkozy. Lo m¨¢s sorprendente de la figura y funci¨®n del intelectual en la actualidad es que en su ambito no funciona la valoraci¨®n de los saberes concretos hoy tan en alza obviamente en el mundo cient¨ªfico y t¨¦cnico y tambien en el de los oficios y practicas politicos sociales. En el censo de los intelectuales no figuran apenas los cient¨ªfico-sociales y en cambio superabundan los literatos que suplen con la brillantez de su escritura y el prestigio de sus obras su escasa familiaridad con los saberes en relaci¨®n con los temas sobre los que se les pide opinar. Entre los fil¨®sofos medi¨¢ticos y los grandes literatos no queda espacio para la intervenci¨®n intelectual fundada en nuestro ya tan abundante patrimonio de conocimientos.
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