Cuesti¨®n de principios
El martini es la invenci¨®n americana de mayor perfecci¨®n est¨¦tica. Se trata de una bebida de origen incierto, canon estricto e infinitos matices. Exige principios, educaci¨®n y criterio. Un escritor australiano, Frank Moorhouse, ha dedicado parte de su vida a compilar un tratado exhaustivo sobre este artefacto fugaz y esencial. Moorhouse posee una erudici¨®n extraordinaria y una original capacidad opinativa, demostrada, por ejemplo, en un pasaje en el que, muy de paso, habla de su bisexualidad y la desaconseja al lector, sugiriendo que constituye un h¨¢bito fatigoso y menos divertido de lo que parece. Con sus propias palabras: "Ni se le ocurra intentarlo".
La f¨®rmula del martini es sencilla: ginebra y vermut seco, con oliva o rizo de lim¨®n. El uso de vodka en lugar de ginebra es aceptado por la mayor¨ªa de los expertos. En cuanto a agitarlo o removerlo, ambas opciones son escol¨¢sticas. Sin entrar en consideraciones qu¨ªmicas, agitado se enfr¨ªa m¨¢s, y revuelto, menos. Ni siquiera James Bond tiene una opini¨®n fija al respecto: suele tomarlo agitado ("shaken, not stirren"), pero en S¨®lo se vive dos veces lo pide "stirren, not shaken".
El martini requiere criterio; ¨¦ste requiere opini¨®n; ¨¦sta requiere reflexi¨®n. Y la reflexi¨®n requiere escepticismo
Las proporciones constituyen un asunto personal, sobre el que se puede opinar, pero no discutir. A finales del siglo XIX tend¨ªan a ser mitad y mitad. En la conferencia de Teher¨¢n, Roosevelt sirvi¨® a Stalin y Churchill un martini sucio (con unas gotas de agua de oliva), en proporci¨®n de dos a uno. El mariscal Montgomery, que s¨®lo entraba en batalla si dispon¨ªa de una superioridad abrumadora, lo preparaba en 15-1. Luis Bu?uel se limitaba a acercar a la coctelera una botella de vermut. En general, los estudiosos recomiendan 5-1 o 6-1.
Las pol¨¦micas en la materia son inagotables. ?Cu¨¢ntas olivas? ?Se comen? ?Antes, durante, despu¨¦s? ?Qu¨¦ se hace con el hueso si no son rellenas de pimiento? En un club londinense, una de las pruebas de admisi¨®n consiste en consumir un martini con una oliva. Quien comete cualquiera de las groser¨ªas posibles (dejar el hueso en un cenicero, ocultarlo con una servilleta) sufre el veto. La ¨²nica opci¨®n caballerosa consiste en trag¨¢rselo.
Cada aficionado tiene su arquetipo. Personalmente, soy de Plymouth y Noilly Prat, 6-1, sin ensuciar, agitado, servido en copa peque?a (hablamos de copa de martini, aunque en el Harry's de Venecia, por razones confusas, utilicen vasitos) y llena hasta el borde, con una oliva ensartada en un mondadientes (el artefacto necesita un eje) y consumido sobre una barra de madera vieja (cuesti¨®n de luz). Dos unidades son la cantidad razonable: m¨¢s all¨¢ se cae en el romanticismo. Como con cualquier otra bebida alcoh¨®lica, las llaves del coche deben encontrarse a una distancia disuasoria. Idealmente, en otra ciudad.
El martini requiere criterio. El criterio requiere opini¨®n. La opini¨®n requiere reflexi¨®n. Y la reflexi¨®n requiere escepticismo. Un bebedor de martini no se cree cualquier cosa que lee en su peri¨®dico: sabe que los peri¨®dicos, como las salchichas, llevan de todo, y no conviene estar presente cuando se elaboran. Tampoco cree, por supuesto, todo lo que dice el gobierno, sea del partido al que vota, del partido al que odia, o ambas cosas. Por supuesto, para mantener una m¨ªnima distancia intelectual ante los mensajes interesados (incluso los consejos maternos lo son) no es imprescindible la coctelera.
Un correcto bebedor de martini respeta los c¨¢nones, pero soporta mal los t¨®picos. Puede ser de izquierdas y no tragarse lo de que la derecha espa?ola es la m¨¢s impresentable de Europa: mientras por todo el continente se agita la xenofobia contra el inmigrante, el pobre Rajoy s¨®lo agita una bandera espa?ola. Puede ser progresista y horrorizarse ante palabras como "eutanasia". Puede ser socialista y espantarse con el gobierno, por razones demasiado numerosas para citarlas aqu¨ª. Puede aceptar el mercado sin olvidar que es s¨®lo un mecanismo de atribuci¨®n de precios. Puede aborrecer el sectarismo y confiar, sin embargo (el martini insufla optimismo), en que EL PA?S siga siendo de izquierdas. Puede ser ateo y considerar que los obispos, a veces, tienen raz¨®n: a m¨ª me pasa, sobre todo si tomo una tercera copa.
Casi nadie lee completos los textos de un peri¨®dico. En realidad no hace falta, salvo si los firma Sol Gallego-D¨ªaz. Llegados a este momento ¨ªntimo, resta decir que esta columna, mientras dure, hablar¨¢ de libros de escasa difusi¨®n e inter¨¦s limitado: culturilla exc¨¦ntrica en tres minutos. Un diario es, sobre todo, un negocio. Secundariamente, es un instrumento de poder. En ocasiones funciona tambi¨¦n como servicio al lector. -
Martini, a memoir. Frank Moorhouse. Knopf, 2005. 240 p¨¢ginas.
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