La moral de la langosta
Las langostas tienen mal car¨¢cter. A ello contribuye, probablemente, su forma de comunicarse: orinan en la cara de su interlocutor. Poseen peque?os pulverizadores junto a los ojos y emiten orina mezclada con distintas sustancias qu¨ªmicas, lo que les permite expresar ideas b¨¢sicas como "vamos a pelear" o "vamos a copular". Su cosmovisi¨®n no va mucho m¨¢s all¨¢.
Los machos de la especie viven obsesionados por la dominaci¨®n, y pelean entre s¨ª de forma continua para alcanzar el gal¨®n de "macho alfa". El gal¨®n, sin embargo, debe ser revalidado cada noche. Antes de acostarse, el dominante saca a las dem¨¢s langostas de sus escondrijos y les pega una paliza. Se trata, se supone, de recordarles qui¨¦n manda. Y, parece, de excitar a las hembras. Tras el rito de la paliza, las hembras se aproximan a la guarida del "alfa".
Vistas las im¨¢genes del imb¨¦cil de Santa Coloma de Cervell¨®, es obvio que estamos muy cerca de la langosta
La etolog¨ªa, el estudio del comportamiento animal, es una ciencia a la vez reconfortante e inquietante. Incluso en libros de simple entretenimiento, como Why pandas do handstands, del divulgador brit¨¢nico Augustus Brown, se comprueba lo mucho que compartimos con los animales. Entre las especies potencialmente m¨¢s altruistas se encuentran, curiosamente, las ¨²nicas que pueden copular por puro placer, sin aspiraciones reproductivas: el humano, el delf¨ªn, quiz¨¢ el perro.
El pez cardenal de Jap¨®n, en cambio, carece de altruismo. Al menos el macho, a quien corresponde la tarea de proteger a las cr¨ªas reci¨¦n nacidas, ocult¨¢ndolas dentro de la boca. El pez cardenal de Jap¨®n no es mon¨®gamo, y en cuanto pasa por las cercan¨ªas una hembra atractiva, destruye las pruebas de su v¨ªnculo familiar: se come las cr¨ªas y se larga detr¨¢s de la nueva hembra. La supervivencia del pez cardenal de Jap¨®n constituye un misterio.
Ciertos macacos (Macaca nemestrina), que se conocen a s¨ª mismos, se han dotado de polic¨ªa. En sus comunidades, varios de los machos se dedican a imponer el orden y a castigar el delito, m¨¢s all¨¢ de sus propios intereses coyunturales. Cuando los macacos-polic¨ªa son apartados de la colonia surgen camarillas y conflictos. Basta devolver a los polic¨ªas para que se restablezca la armon¨ªa, basada, por supuesto, en los privilegios alimenticios y sexuales de quienes velan por el bien com¨²n: todos los inventos sociales, todas las jerarqu¨ªas, tienen su truco.
Algunos humanos suelen invocar a los animales como gu¨ªa ¨²ltima del comportamiento, como si en la naturaleza existiera alg¨²n tab¨². "Eso no es natural", dicen. Incluso para perorar sobre la sexualidad. Al margen de excentricidades (entre los caballitos de mar, es el macho quien queda embarazado), la preponderancia de la heterosexualidad es s¨®lo eso, una mayor¨ªa porcentual. El 10% de los carneros son homosexuales, y el 6% practica, por razones desconocidas, la castidad vitalicia. Hay homosexualidad entre los leones, las jirafas, los delfines, los ping¨¹inos, los sapos, los monos...
Tambi¨¦n hay casos desesperados. Los pulpos abisales viven en un ambiente oscuro, poco frecuentado, y disponen de rar¨ªsimas oportunidades para copular. En cuanto se encuentran dos de esos pulpos, fornican sin m¨¢s consideraciones. Que resulten macho y hembra, o cualquier otra combinaci¨®n que les apetezca en ese momento, ya es s¨®lo cuesti¨®n de suerte.
Los animales y su comportamiento me interesan desde siempre. Nada me fascina m¨¢s que la rabia de la vida, el furor biol¨®gico por la supervivencia, los prodigios surgidos de unas pocas mol¨¦culas y una reacci¨®n qu¨ªmica con la luz. Y me cuesta comprender la idea de un Dios que lo fabrica todo para juzgarlo despu¨¦s, de acuerdo con un criterio que, evidentemente, ha inventado tambi¨¦n ¨¦l. Ese Dios mani¨¢tico favorece las neurosis (v¨¦ase Mois¨¦s y el monote¨ªsmo, de Sigmund Freud, uno de los ensayos m¨¢s divertidos de todos los tiempos) y, en ¨²ltimo extremo, se nos parece demasiado. Nada de esto es broma: la cuesti¨®n de la divinidad es la m¨¢s importante que plantea la existencia. Desconf¨ªo de quien no tiene una opini¨®n firme al respecto, y vive en consecuencia. Yo creo en la dulce totalidad spinozista. Existe el imperativo moral, no la recompensa p¨®stuma.
El imperativo moral, lo que hay que hacer porque lo exige nuestra capacidad de altruismo, no est¨¢ grabado en las almas. Vistas las im¨¢genes del imb¨¦cil de Santa Coloma de Cervell¨®, de su v¨ªctima ecuatoriana y del testigo inmutable, resulta obvio que permanecemos muy cerca de la langosta. Y que podemos dar gracias de haber llegado, en el mejor de los casos, al nivel del macaco "nemestrina". -
Why pandas do handstands. Bantam Press, 2006. 416 p¨¢ginas.
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