Pasiones de telenovela
Romanticismo, apuros sociales y zozobra pol¨ªtica configuran el culebr¨®n latinoamericano, un g¨¦nero que el autor venezolano reivindica y del que afirma haber tomado prestados algunos elementos en su ¨²ltimo libro
He sido guionista de telenovelas, y en Villa Diamante, mi ¨²ltimo libro, he querido tomar prestados algunos elementos de este g¨¦nero y vincularlos con la zozobra pol¨ªtica tan caracter¨ªstica de Latinoam¨¦rica. Pese a ser tan denostada, la telenovela, tambi¨¦n llamada culebr¨®n, quiz¨¢ sea el ¨²nico elemento cultural que une al continente.
La telenovela latinoamericana gira en torno a la protagonista. No se trata de un g¨¦nero feminista, pero en ¨¦l la mujer es todo: hija, madre, ad¨²ltera se?alada, divorciada sufrida, abuela consentidora. Curiosamente, el g¨¦nero en s¨ª, mezcla de sentimientos ¨¦picos y cursiler¨ªa masiva, no tiene madre, sino padre.
El cubano F¨¦lix B. Caignet cre¨® el g¨¦nero en 1948 con el estreno de El derecho de nacer, la incre¨ªble historia de Alberto Limonta, el hijo que no iba a nacer de una acaudalada heredera enga?ada por un canalla de la vida. Ese hijo es salvado porque, minutos antes de emprender el camino del aborto, un doctor convence a la heredera para que se oculte en una casa rural y all¨ª d¨¦ a luz. Alberto ser¨¢ criado por Mama Dolores, uno de los personajes emblem¨¢ticos de Caignet: una mujer negra de hablar folcl¨®rico, interpretada, como entonces muchas afrodescendientes, por una actriz blanca convenientemente maquillada. Mama Dolores es, por eso, una representaci¨®n de lo popular al tiempo que caricatura del habitante mayoritario del Caribe.
La telenovela, tambi¨¦n llamada culebr¨®n, quiz¨¢ sea el ¨²nico elemento cultural que une a Latinoam¨¦rica
El g¨¦nero usa un castellano flexible y proclive a americanismos y barroquismos
Lo que permite se?alar una de las grandes contradicciones de las telenovelas latinoamericanas: est¨¢n hechas para un p¨²blico a¨²n disminuido econ¨®micamente, todav¨ªa envuelto en las sombras del analfabetismo, obligado a consumir caricaturas de s¨ª mismo y a creer que el mundo de sus protagonistas es uno de personas blancas, pudientes, urbanas y considerablemente atrapadas en sus pasiones.
Esas pasiones vienen cargadas de pecados, culpas, deseos escondidos. Caignet ten¨ªa una palabra muy propia del cubano para referirse a lo cursi, lo llamaba "picuo" y gustaba decir que Alejandro Dumas hijo "es lo m¨¢s picuo que existe". Seguramente ¨¦se es el punto en com¨²n entre el follet¨ªn de finales del XIX y el culebr¨®n latinoamericano, s¨®lo que este ¨²ltimo ha tenido un siglo de agitaci¨®n pol¨ªtica ante el cual no ha sido testigo silente, sino uno muy activo.
Caignet no abandon¨® Cuba despu¨¦s de la revoluci¨®n liderada por Fidel Castro en 1959. Se mantuvo en su pa¨ªs, observando c¨®mo el r¨¦gimen castrista lo condenaba al olvido, pese a que en muchas entrevistas manifestara su admiraci¨®n por h¨¦roes como Camilo Cienfuegos. Caignet muri¨® solo, olvidado, ciego, en 1976, pero su derecho de nacer alumbr¨® una industria que recorre Latinoam¨¦rica con m¨¢s br¨ªo que el fantasma del comunismo.
En 1961, coincidiendo con la declaraci¨®n de Castro de Cuba como una patria marxista-leninista, la f¨®rmula dram¨¢tica de Caignet inunda el continente. Los guionistas se dispersan por M¨¦xico, Venezuela y Argentina. Delia Fiallo es una de esas escritoras, que rein¨® en las televisiones venezolanas a lo largo de casi treinta a?os. En la telenovela de Fiallo la protagonista es bella y sufre todo lo imaginable al enamorarse de un hombre que est¨¢ por encima de ella en la escala social. Cenicienta no debe acercarse al Pr¨ªncipe, y si lo hace queda embarazada y arrojada al abismo de ser madre natural, tener que renunciar al hijo y conseguir por medios tortuosos el ¨¦xito econ¨®mico que le permita buscarle como forma de expiaci¨®n. Las protagonistas de Fiallo lloran en cada cap¨ªtulo, se dejan maltratar, tanto por hombres como por crueles villanas, ante una espectadora que sufre abusos similares, generalmente en silencio. Sus nombres, Milagros, Lucecita, Cristal, hablan de mu?ecas rotas por el destino.
Venezuela, el pa¨ªs que las produce, pasa de ser uno agr¨ªcola a uno petrolero, hinchado de dinero y tambi¨¦n de un p¨¦simo reparto de esa riqueza. Surge as¨ª, en mitad de la d¨¦cada de los setenta, con el petr¨®leo nacionalizado, la llamada telenovela cultural, cuyos m¨¢ximos exponentes son La hija de Juana Crespo, La se?ora de C¨¢rdenas y La Fiera. La primera de ellas es a¨²n m¨¢s iconogr¨¢fica porque desarrolla dos protagonistas: la madre, Juana Crespo, mujer humilde permanentemente enga?ada por los hombres, y su hija, Diana, quien no consigue escapar a este mismo destino. En esta telenovela el g¨¦nero abandon¨® el encierro de sus decorados y consagr¨® mayor espacio a los exteriores. Esos exteriores mostraban los llamados ranchos de Caracas, las favelas. En La se?ora de C¨¢rdenas, Pilar de C¨¢rdenas descubr¨ªa que su marido la enga?aba, y en vez de asumirlo como un pecadillo menor decid¨ªa divorciarse, un gesto impensable, completamente rompedor en una protagonista de telenovela. Fue el primer ¨¦xito de audiencia de su autor, Jos¨¦ Ignacio Cabrujas, y desde entonces es un cl¨¢sico. La Fiera fue la m¨¢s "cultural" al tratarse de una adaptaci¨®n, muy libre, de Los hermanos Karamazov de Dostoievski. Su popularidad estableci¨® un camino de adaptaciones de cl¨¢sicos al universo "picuo" de la telenovela.
En una de esas adaptaciones, La Dama de Rosa, la tragedia y venganza de Edmundo Dantes, el Conde de Montecristo de Dumas, cambian de nombre y sexo y se convierten en las de Gabriella Su¨¢rez, condenada a la c¨¢rcel injustamente, que cumple su venganza contra sus enemigos devenida en Emperatriz Ferrer. Su frase de guerra, "No tengo regreso", se convirti¨® en un mantra. En 1988, durante uno de los Gobiernos m¨¢s castigados por la corrupci¨®n, el de Jaime Lusinchi (1984-1985), Se?ora supuso otra libre adaptaci¨®n, esta vez de Los Miserables de Victor Hugo, firmada por Cabrujas. Jean Valjean pasa a ser Eugenia Montiel, una chica de barrio encarcelada por un juez inflexible. El destino la acercar¨¢ al personaje pivotal de la serie, Constituci¨®n M¨¦ndez, una mujer poderosa, inescrupulosa y que representaba la corrupci¨®n que reflejaban los peri¨®dicos del pa¨ªs. Por vez primera en la telenovela, el poder, el de la codicia y el del amor, era un tema manejado en torno y por las mujeres.
Las telenovelas y los avatares pol¨ªticos y sociales de Venezuela han llevado existencias paralelas. Los a?os de la nacionalizaci¨®n del petr¨®leo, en la primera presidencia de Carlos Andr¨¦s P¨¦rez (1974- 1979), dieron pie a la llamada telenovela cultural. En la segunda presidencia de P¨¦rez (1988-1993) sucedieron los hechos conocidos como el Caracazo, unas revueltas contra las subidas de precios reprimidas por una brutal actuaci¨®n de las Fuerzas Armadas que origin¨® cientos de muertes civiles. La presidencia de P¨¦rez qued¨® herida de muerte. Ese panorama sin rumbo sirvi¨® de tel¨®n de fondo a la exitosa telenovela Por estas calles, de Ibsen Mart¨ªnez, donde el esquema cl¨¢sico de buenos y malos cambiaba por el de corruptos nuevos ricos contra inocentes trabajadores. Es una de las series m¨¢s largas de la historia televisiva venezolana, modificando tramas y personajes en aras de reflejar la actualidad. En cambio, el Gobierno bolivariano de Hugo Ch¨¢vez no ha encontrado una telenovela de ¨¦xito que refleje su impronta social en la historia de la naci¨®n.
La telenovela venezolana tiene la suerte de contar con un castellano muy flexible, proclive a los americanismos y las construcciones barrocas ("No voy a verte m¨¢s nunca" en vez de "No te ver¨¦ nunca m¨¢s"). Posee un vestuario de hombreras sin l¨ªmite, peinados de cardados infinitos y maquillajes que el sol no puede derretir. Y canciones, la mayor¨ªa de ellas interpretadas por los propios galanes, con letras a¨²n m¨¢s "picuas" que las tramas.
Como sucede con sus personajes, la telenovela venezolana -y, en general, la latinoamericana- vive atrapada entre mundos contradictorios. Por un lado, quiere huir del romanticismo rampl¨®n. Por otro, se ve obligada a regresar al centro mismo del melodrama para darle explicaci¨®n a las rupturas econ¨®micas y sociales que suceden en la realidad. Por eso hay que celebrar los 60 a?os de El derecho de nacer, porque autores como Craignet, Garmendia, Fiallo, Cabrujas o Mart¨ªnez son los padres de aquel hombre que defendi¨® su derecho a existir y de esa Mama Dolores, negra pintada de alma blanca, que luch¨® con todas sus fuerzas para que Latinoam¨¦rica tuviera una voz original.
Boris Izaguirre es escritor venezolano, finalista del Premio Planeta 2007 con Villa Diamante, y presentador de televisi¨®n.
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