Esclavos. Las cadenas del siglo XXI
Dos siglos despu¨¦s del inicio de la abolici¨®n de la esclavitud, todav¨ªa existen 27 millones de personas tiranizadas en el mundo. Ninguna conoce la libertad
EL DRAMA
Dos siglos despu¨¦s del inicio de la abolici¨®n de la esclavitud, todav¨ªa existen 27 millones de personas tiranizadas en el mundo. Ninguna conoce la libertad.
Por Luis Miguel Ariza
Elena es un nombre falso: tiene 26 a?os, es atractiva, de complexi¨®n fuerte y se expresa con tanta soltura que parece espa?ola, pese a que naci¨® en un pa¨ªs del este de Europa cuya religi¨®n mayoritaria es musulmana. Su pasado atroz parece sacado de una pel¨ªcula de terror. No puede decir qui¨¦n es, ni d¨®nde naci¨®; nada de fotograf¨ªas. Concebida en una familia conservadora, no le gustaba viajar. Los estragos de la guerra en la antigua Yugoslavia se extendieron como tent¨¢culos en su pa¨ªs. Las matanzas de varones y la limpieza ¨¦tnica llevada a cabo en 1999 truncaron su camino hacia la universidad. Elena conoci¨® a una persona de su misma nacionalidad, quien, tras entablar relaci¨®n con su familia, le prometi¨® una mejor vida en Espa?a, donde resid¨ªa. Ella se mostr¨® reacia. Su novio -que viajaba mucho- insist¨ªa, hasta que ella qued¨® encinta. Tuvo que casarse -por obligaci¨®n familiar- y, poco despu¨¦s, su marido le compr¨® un visado legal. Ambos llegaron finalmente a Madrid en 2003. Ella estaba embarazada de dos gemelos de casi cinco meses. Al segundo d¨ªa, su mundo se quebr¨® en pedazos. La persona amable que hab¨ªa conocido se transform¨® en un monstruo: le exigi¨® que abortara para ejercer en adelante la prostituci¨®n en la Casa de Campo.
Elena se neg¨®. Y la primera paliza mat¨® a sus hijos antes de nacer. Despu¨¦s de una breve estancia en el hospital, fue coaccionada para trabajar como prostituta y se zambull¨® en una pesadilla. Hab¨ªa ca¨ªdo en una red de tr¨¢fico humano, compuesta por hermanos, primos, amigos de su marido... que controlaban a decenas de chicas. Desde aquel verano hasta comienzos de 2004 transcurrieron siete meses infernales. "No exist¨ªa, ni hablaba con nadie, trataba de alejarme, adelgac¨¦ much¨ªsimo, parec¨ªan siete a?os". Las jornadas agotadoras -desde las seis de la tarde hasta las diez de la ma?ana del d¨ªa siguiente- terminaban a menudo en palizas al llegar a casa. "Una forma de decirte que te calles". Pasados los dos primeros meses, la polic¨ªa detuvo al individuo. Los traficantes amenazaron con matar a su familia si ella hablaba. Elena pas¨® tres d¨ªas en el calabozo, soportando la presi¨®n policial para que denunciase (de lo contrario, recibir¨ªa el mismo castigo que los traficantes o ser¨ªa deportada a su pa¨ªs con un informe policial y la obligaci¨®n de que su familia la recogiera tras ser informada). "Si lo hac¨ªa, sab¨ªa lo que iba a pasar. Pens¨¦: 'Yo me muero, pero mi familia no se toca". Elena explica que los agentes no pod¨ªan imaginar que una prostituta hablase cinco idiomas. Pensaban que les ment¨ªa, que hab¨ªa estado mucho tiempo en Espa?a. Ahora reconoce que "se le cerraron puertas" por no haber denunciado.
Su marido fue deportado con una orden de expulsi¨®n de 10 a?os. Regres¨® en una semana gracias a un pasaporte con otro nombre. Entraba y sal¨ªa de Espa?a. Hablaba con la familia de la chica explicando que su mujer "le hab¨ªa dejado". Aprovechando una de sus ausencias, Elena escap¨® -700 euros ahorrados y dos semanas recluida en una habitaci¨®n- y entr¨® en contacto con la Asociaci¨®n para la Prevenci¨®n, Reinserci¨®n y Atenci¨®n de la Mujer Prostituida (APRAMP), cuyos agentes sociales hab¨ªan intentado hablar con algunas de sus compa?eras. El peor momento, recuerda, sucedi¨® cuando recibi¨® una llamada de su ex marido a trav¨¦s del m¨®vil de su hermano peque?o. El traficante lo hab¨ªa sacado del colegio a punta de pistola para demostrar que "segu¨ªa ah¨ª". Ella le amenaz¨® con contarlo todo si continuaba acechando a su familia. Ahora, Elena trabaja como agente social ayudando a otras mujeres inmersas en infiernos parecidos. No olvida a muchas de sus compa?eras que llegaron a Espa?a con pasaportes falsos cuando eran menores de edad, sin saber que eran objeto de tr¨¢fico humano. "Empiezan como yo, pero a los dos a?os no tienes una vida; por el d¨ªa duermes y por la noche est¨¢s ah¨ª. Ellas siguen ah¨ª durante a?os...".
Svetlana -otro nombre falso- es una joven rusa de ojos azules, pelo rubio y 27 a?os, nacida cerca de Mosc¨². Quiere contar su historia, pero s¨®lo acepta hacerlo en persona desde el centro de d¨ªa para Mujeres Prostituidas de Alecr¨ªn, en Vigo, una ONG fundada en 1985. Licenciada en historia de su pa¨ªs, ya hab¨ªa trabajado como camarera -los sueldos de sus colegas universitarios no sobrepasaban los 100 euros mensuales- antes de leer el anuncio de un peri¨®dico que ofrec¨ªa trabajo "legal" en un bar de Espa?a. En 2001, Svetlana prob¨® fortuna en un club de copas de Almer¨ªa como bailarina de strip-tease. A los dos meses volvi¨® sin problemas a su pa¨ªs sin haber disfrutado de la experiencia y acab¨® los estudios. Tuvo un hijo, y otro anuncio similar la condujo hasta Madrid en marzo de 2004. Una mujer rusa la recibi¨® en el aeropuerto de Barajas, desde donde tomaron un autob¨²s hasta Almer¨ªa. All¨ª le pidieron el pasaporte con la excusa de que, una vez firmado el contrato, se lo devolver¨ªan en un par de d¨ªas. Ella se resisti¨®, s¨®lo al principio.
Llegaron m¨¢s chicas. Una mujer rusa les explic¨® que ten¨ªan que "mantener relaciones sexuales con los clientes". Y, en caso de negarse, se las multar¨ªa cada vez con 30 euros. Svetlana descubri¨® que hab¨ªa contra¨ªdo una "deuda" de unos 1.300 euros -el coste del viaje- que aumentaba por cada requerimiento no satisfecho. ?C¨®mo salir de la trampa? Ella viv¨ªa en un piso peque?o con otras cinco j¨®venes desconcertadas que no paraban de llorar. Una de las prostitutas del local -ya veterana- cerraba la puerta con llave las 24 horas. Ninguna recib¨ªa dinero. Svetlana apenas entend¨ªa algo de espa?ol; sus compa?eras, nada. Un cliente que la hab¨ªa visto, a?os atr¨¢s, en el bar donde trabaj¨® la primera vez que vino, la reconoci¨®. El due?o del local pensaba que ninguna de las chicas hab¨ªa estado antes en Espa?a y encoleriz¨®. "Sab¨ªan que ten¨ªa un hijo, amenazaron con matar a mi familia". Svetlana tuvo que hacerlo una vez en un cuchitril sin apenas higiene.
Poco despu¨¦s, el due?o entreg¨® el pasaporte a todas las chicas. La polic¨ªa irrumpi¨® en el local. Alguien hab¨ªa dado el chivatazo. "Todo el mundo ten¨ªa miedo a decir lo que pasaba y, como ten¨ªamos los pasaportes y acab¨¢bamos de llegar, no ocurri¨® nada". Al irse la polic¨ªa, las chicas fueron confinadas en el piso, pero, con los nervios, el due?o olvid¨® quitarles los pasaportes. Llam¨® a una de las prostitutas para recogerlos de nuevo y Svetlana aprovech¨® la oportunidad para entregar uno caducado. Su celadora ni lo abri¨® y olvid¨® echar la llave. Svetlana escap¨® con 50 euros prestados. Detuvo un taxi y acab¨® en comisar¨ªa. La denuncia logr¨® finalmente la desarticulaci¨®n de los traficantes. Ella tuvo que ocultarse dos meses, pero su secuestro dur¨® una semana casi eterna. Ahora agradece la labor de la polic¨ªa. Si accede a contar su historia, es para animar a las chicas a denunciar su situaci¨®n.
Etiquetados a menudo como v¨ªctimas de trata de blancas, los casos de Elena y Svetlana demuestran que la esclavitud no ha desaparecido. De acuerdo con el ¨²ltimo Informe sobre tr¨¢fico humano del Departamento de Estado de Estados Unidos, entre 600.000 y 800.000 personas son traficadas cada a?o; el 80%, mujeres y ni?as; el 50%, menores, a trav¨¦s de las fronteras internacionales. La organizaci¨®n antiesclavista Free the Slaves estima que, de su explotaci¨®n, los traficantes de personas podr¨ªan obtener un beneficio de 32.000 millones de d¨®lares cada a?o, s¨®lo superado por el tr¨¢fico de armas y drogas.
El panorama resulta inquietante. En 2003, por ejemplo, unas 400.000 personas fueron compradas desde Europa oriental para trabajar en la industria del sexo, la agricultura o el procesamiento de alimentos. Las redes venden mujeres y ni?as desde Europa del Este y Suram¨¦rica para su explotaci¨®n sexual en varios pa¨ªses europeos. Espa?a es un destino destacado, donde el n¨²mero de redes desarticuladas -333 en 2005 y 429 en 2006, seg¨²n el Ministerio del Interior- aumenta cada a?o. Mujeres y ni?os son secuestrados en Afganist¨¢n y vendidos como servidumbre sexual o laboral en pa¨ªses como Arabia Saud¨ª, Ir¨¢n y Pakist¨¢n. En Mauritania, los ni?os son obligados a mendigar durante 12 horas por los l¨ªderes religiosos locales, los marabouts; en Brasil, ocultos en la selva amaz¨®nica, entre 40.000 y 50.000 esclavos trabajan cortando madera, procesando carne o en las minas de oro. En Indonesia, los ni?os son secuestrados por pescadores para la fabricaci¨®n de redes. Jap¨®n es uno de los destinos principales para las mujeres traficadas para su explotaci¨®n sexual: el Gobierno proporciona entrada legal bajo una "visa de entretenimiento" a m¨¢s de 120.000 mujeres cada a?o, dejando paso a una nueva remesa de mujeres, forzadas a prostituirse en la mayor¨ªa de los casos. En la India, Nepal y Pakist¨¢n, la esclavitud laboral y el campo, en los terrenos y canteras, atrapa entre diez y doce millones de personas. Y en Ghana hay casos documentados de esclavos que trabajan en las plantaciones de chocolate.
El a?o 2007 es el que marca el bicentenario de la abolici¨®n del comercio de esclavos en el Imperio Brit¨¢nico desde que la C¨¢mara de los Comunes en Gran Breta?a firmara el acta en 1807; dos siglos despu¨¦s, la situaci¨®n ha empeorado claramente. La Organizaci¨®n Internacional del Trabajo de Naciones Unidas estima que existen en el mundo 12,3 millones de personas que padecen esclavitud. Y es una estimaci¨®n conservadora. Las organizaciones locales, sobre el terreno, elevan esta cifra hasta los 27 millones. Una cantidad que "dobla el n¨²mero de todos los que fueron robados de ?frica durante los 300 a?os que dur¨® el tr¨¢fico de esclavos", asegura Kevin Bales, profesor de Sociolog¨ªa de la Universidad Roehampton en Londres y presidente de Free the Slaves. Esta ONG se dedica, junto a otras asociaciones locales -cuyos responsables son calificados por Bales como "los h¨¦roes an¨®nimos"-, a descubrir y liberar esclavos all¨ª donde existen.
Bales est¨¢ considerado como el mayor experto del mundo en esclavitud moderna. Ha viajado por ?frica, la India y Nepal, entre muchos otros, recogiendo y estudiando centenares de casos. Su libro Disposable People fue candidato al Premio Pulitzer en 1999. Su ¨²ltima obra, Ending Slavery (Acabar con la esclavitud, California University Press), acaba de publicarse en Estados Unidos. La esclavitud no se conceb¨ªa como tal hace 10 a?os, explica el autor, cuando era casi imposible encontrar a una persona que creyera que existen millones de esclavos a finales del siglo XX.
La imagen enganchada en la mente popular presenta al esclavo como una persona con los grilletes puestos vendida como mercanc¨ªa. Pero la esclavitud, que nos acompa?a desde hace al menos 5.000 a?os, se convierte en el siglo XXI en una epidemia que adopta mil rostros diferentes.
Desde la perspectiva occidental, los esclavos parecen relegados al Tercer Mundo -100.000 ni?os soldado son regularmente drogados y entrenados para matar en pa¨ªses como Uganda o Sud¨¢n, entre otros-, pero lo cierto es que el Tercer Mundo tambi¨¦n est¨¢ exportando esclavos a los pa¨ªses ricos. En Par¨ªs, seg¨²n Bales, podr¨ªan existir 3.000 esclavos dom¨¦sticos. Fue ¨¦l quien descubri¨® el caso de Seba, una chica de Mal¨ª liberada en 1992. Con tan s¨®lo ocho a?os, fue trasladada a Par¨ªs con la promesa de una educaci¨®n y estuvo trabajando durante 14 a?os como esclava en una casa, sometida a torturas y vejaciones por un matrimonio franc¨¦s.
En Espa?a existe esclavitud sexual y laboral. Las cifras oficiales hablan de 1.337 v¨ªctimas esclavizadas sexualmente que presentaron denuncia y 681 casos oficiales de esclavos laborales en 2005, seg¨²n el informe del Departamento de Estado de Estados Unidos. El fallecimiento reciente de un trabajador rumano en Madrid aplastado por un ascensor destap¨® la situaci¨®n de varios compatriotas suyos que trabajaron en una obra durante 12 horas diarias durante un mes, sin contrato ni remuneraci¨®n. En Estados Unidos, las redes de tr¨¢fico humano propician la entrada anual de 17.000 personas que terminan convirti¨¦ndose en esclavas sexuales o laborales.
?C¨®mo es posible que la esclavitud, a pesar de ser ilegal, haya alcanzado un florecimiento en el siglo XXI absolutamente desconcertante? Existen varias razones que ayudan a explicarlo.
Una de ellas es la explosi¨®n demogr¨¢fica: la poblaci¨®n mundial ha experimentado un crecimiento exponencial en los ¨²ltimos 50 a?os, especialmente en los pa¨ªses m¨¢s pobres. El mundo ha pasado de albergar 2.500 millones de seres humanos a unos 6.700 millones en la actualidad. Esto ha creado una potencial bolsa de esclavos entre la gente con menos recursos y el precio de los esclavos ha bajado consecuentemente. Estudios hist¨®ricos sugieren que el valor de un esclavo para un terrateniente en los Estados Unidos de 1850 podr¨ªa ser equivalente a 40.000 d¨®lares, mientras que ahora se comercia a raz¨®n de unos cien d¨®lares por persona.
Otro aspecto fundamental del drama reside en la corrupci¨®n policial y gubernamental. Si la esclavitud existe en pa¨ªses como Estados Unidos o Espa?a a pesar de los esfuerzos de la polic¨ªa, describe Bales, en pa¨ªses como Tailandia, la India, Pakist¨¢n o Rusia, la esclavitud sucede muchas veces por culpa de la propia polic¨ªa, sobornada por los traficantes. En otros casos, como en el de Elena, la polic¨ªa espa?ola no supo identificarla como una v¨ªctima de la esclavitud, sino que la confundi¨® con una prostituta m¨¢s.
El caso de Mar¨ªa Su¨¢rez, una mexicana que entr¨® legalmente en Los ?ngeles en 1976 cuando a¨²n no hab¨ªa cumplido 16 a?os, es una mezcla de incomprensi¨®n policial, esclavitud y mala suerte. Ella no sab¨ªa ingl¨¦s, pero una mujer le ofreci¨® trabajo y la llev¨® a una casa cuyo due?o era una persona mayor, de unos 65 a?os. Lo que sucedi¨® realmente fue que Mar¨ªa hab¨ªa sido vendida.
El hombre mayor aterroriz¨® a la ni?a amenazando con matar a sus familiares y explicando que la hab¨ªa comprado por 200 d¨®lares. Durante cinco a?os, Mar¨ªa fue violada y utilizada como esclava, sin que pudiera pedir ayuda o hablar con nadie..., en una ciudad como Los ?ngeles. Un vecino irrumpi¨® en la casa y mat¨® al due?o en una pelea. El asesino pidi¨® a Mar¨ªa que escondiera el arma y, como consecuencia, la joven fue condenada a 25 a?os por c¨®mplice de asesinato, acusada de un crimen que no cometi¨®. La polic¨ªa fue incapaz de reconocer que estaban ante un caso de esclavitud en su propia ciudad -de hecho, Free the Slaves denuncia casos de esclavitud laboral en 91 ciudades norteamericanas-. Mar¨ªa sali¨® de la c¨¢rcel a los 22 a?os y medio por buena conducta, gracias al perd¨®n del gobernador. Su testimonio final -documentado por Peggy Callaham, reportera de esta ONG- fue ¨¦ste: "S¨®lo quer¨ªa un poco de justicia".
Hoy m¨¢s que nunca, la gente cruza fronteras. La Organizaci¨®n Internacional del Trabajo estima que el flujo de emigrantes es de unos 120 millones de personas. Para David Kyle, soci¨®logo de la Universidad de California en Davis, el tr¨¢nsito de personas que entran en un pa¨ªs de forma ilegal ofrece un territorio de caza id¨®neo para las redes de traficantes.
Moldavia, la capital ucrania, es un terreno perfecto para estos depredadores humanos. El cebo puede ser una mujer que posee un magn¨ªfico apartamento en la misma ciudad que la v¨ªctima y con quien contacta por medio de familiares o amigos; explica que ha conseguido mucho dinero viajando a Europa. Y se muestra dispuesta a pagar el viaje, corriendo con los gastos y argumentando que la deuda se saldar¨¢ posteriormente. "Cuando la v¨ªctima llega al pa¨ªs de destino, se le retira el pasaporte y le dicen: 'Este viaje me ha costado 10.000 d¨®lares y de esta forma es como vas a pagar'. No le dicen 'me perteneces', como la esclavitud en el pasado. El truco es insistir en que le debes dinero, de forma que la deuda jam¨¢s se satisface".
El tr¨¢fico de mujeres y la prostituci¨®n est¨¢n tan ligados, que no se pueden tratar por separado. Los l¨ªmites entre ambos son muy borrosos. Un estudio sobre esta actividad realizado en Vigo por la ONG Alecr¨ªn arroj¨® que el 56% estaba constituido por mujeres traficadas en contra de su voluntad, que hab¨ªan "normalizado" su situaci¨®n para encontrar una forma de sobrevivir. Su fundadora, Ana M¨ªguez, es rotunda: "El tr¨¢fico humano es el objetivo de la prostituci¨®n", a la que considera "una forma de esclavitud que debe desaparecer".
Louise Brown, soci¨®loga de la Universidad de Birmingham en el Reino Unido, ha investigado el tr¨¢fico sexual, especialmente en Pakist¨¢n. "Existe un n¨²mero grande de mujeres que entran voluntariamente en el mercado del sexo, pero entonces son explotadas y su situaci¨®n se vuelve muy vulnerable", asegura. Uno de sus suburbios de Lahore, Heera Mandi, es famoso por sus cortesanas, objeto de codicia de pr¨ªncipes y emperadores. Los clientes actuales son individuos obesos que conducen un Range Rover y llevan un rolex de oro. Brown -autora del libro The Dancing Girls of Lahore- ha conversado con algunas mujeres en cuyas familias tradicionalmente se les ense?aban las artes del entretenimiento, el baile y la seducci¨®n. Estas mujeres viajan a lugares como Dubai, Abbu Dabi o Bahrein. "Cuando llegan all¨ª, se les retira el pasaporte, por lo que no tienen ning¨²n control sobre lo que les pasa. Luego, a los tres meses, recuperan la documentaci¨®n y vuelven a Lahore. Para ellas es algo muy dif¨ªcil; no pueden ir a la polic¨ªa de Dubai a denunciar que han sido forzadas a la prostituci¨®n, ya que pueden ser encarceladas".
En otros lugares extremadamente pobres de Asia, como las colinas de Nepal y el norte y noroeste de Tailandia, las j¨®venes son vendidas para ejercer como prostitutas con el consentimiento de sus familias, afirma Brown. "El dinero que las hijas ganan al vender sexo ayuda a mantener estas comunidades. Los juicios de valor de los occidentales resultan inadecuados. Dondequiera que haya leyes contra la prostituci¨®n, siempre est¨¢n dirigidas contra las mujeres, no contra los clientes".
La globalizaci¨®n es otro aspecto a tener en cuenta. De acuerdo con Rey Koslowski, profesor del departamento de Ciencias Pol¨ªticas del Rockefeller College de Pol¨ªtica y Relaciones P¨²blicas de la Universidad de St. Albany en Nueva York, la globalizaci¨®n se traduce en m¨¢s trabajadores cruzando fronteras como los motores baratos de econom¨ªas globalizadas, com¨²nmente para ser usados como mano de obra f¨¢cil en los pa¨ªses industrializados como Estados Unidos. "A principios de los noventa, cruzar la frontera desde M¨¦xico atravesando el r¨ªo Bravo no costaba m¨¢s de cien o doscientos d¨®lares", explica este experto. "Desde 1995, hay m¨¢s control fronterizo y el precio que hay que pagar a los coyotes (contrabandistas que pasan ilegalmente a los inmigrantes) ha subido hasta los 2.000 d¨®lares. Esto atrae a las organizaciones criminales: la gente no puede pagarles y contrae una deuda".
Un caso particular lo constituyen los trabajadores chinos. Kowsloski asegura que el dinero que un emigrante chino ten¨ªa que pagar por su traslado desde Fujian hasta su entrada ilegal en EE UU era, en 1993, de unos 35.000 d¨®lares. Ahora, esa cifra se ha doblado hasta 70.000 d¨®lares. "Pagan unos pocos miles de d¨®lares, quiz¨¢ unos 15.000, y se endeudan", explica Kowsloski. "Caen con m¨¢s facilidad en las redes de tr¨¢fico".
La mayor¨ªa de las veces, las v¨ªctimas son los ni?os. La sobrepesca en el lago Volta, en Ghana (?frica), ha puesto las cosas dif¨ªciles a los pescadores locales. Algunos incluso llegan a manifestar que han "comprado" ni?os por 28 d¨®lares para utilizarlos como esclavos, reparando redes y botes. Organizaciones como APPLE (siglas en ingl¨¦s de Association of People for Practical Life and Education) o la Organizaci¨®n Internacional para la Migraci¨®n (IOM) lograron liberar a 600 ni?os pescadores en 2006, aunque el problema est¨¢ lejos de solventarse, como describe Kevin Bales. Para Rey Kowsloski, "podemos hablar de una nueva clase de esclavitud en el contexto de la globalizaci¨®n. Se trata de usar a la gente mediante la coacci¨®n durante un tiempo, deshacerse de ellos y conseguir m¨¢s esclavos. Es una pr¨¢ctica muy extendida en pa¨ªses en desarrollo donde la gente no cruza las fronteras".
Las proporciones de epidemia de la esclavitud se alcanzan en un pa¨ªs como la India, donde se antoja crucial el papel desempe?ado por las organizaciones locales, las ONG y los voluntarios. De acuerdo con Free the Slaves, all¨ª podr¨ªan vivir entre ocho y diez millones de esclavos en la actualidad. En su ¨²ltimo libro, Bales describe de una forma extraordinaria c¨®mo se lleva a cabo un rescate de ni?os esclavizados en una aldea llamada Nai Basti, en Uttar Pradesh, al norte de la India. Los trabajadores de los telares donde se fabrican las cotizadas alfombras indias para la exportaci¨®n son ni?os de no m¨¢s de nueve a?os. Tienen una cazuela como retrete, una luz tibia para romper la oscuridad de su cub¨ªculo y al mediod¨ªa se les ofrece un cuenco de lentejas aguadas. El polvo de la lana se introduce en sus pulmones y en la nariz, y sus dedos terminan con abrasiones ocasionadas por los hilos.
Por la noche, tres hombres aguardan dentro de un autom¨®vil con las lunas tintadas. Son trabajadores de Asrham, una organizaci¨®n india que lucha para liberar a ni?os como los de Nai Basti. Los trabajadores de Asrham han venido con la polic¨ªa -un requisito obligatorio si se quiere entrar en una propiedad privada-, aunque el coche de los agentes espera en una zona m¨¢s alejada y discreta. La gente de Asrham es consciente de que, en muchos casos, la polic¨ªa recibe sobornos para avisar a los esclavizadores. Por esta causa, cada a?o, cinco o seis operaciones de este tipo fracasan; los ni?os esclavos ya no est¨¢n en el pueblo y los negreros aprovechan la ocasi¨®n para demandar a estas organizaciones y quejarse ante la polic¨ªa.
Tras a?os de lavados de cerebro y jornadas de 15 horas, los ni?os esclavos, p¨¦simamente alimentados, son entrenados por los negreros para que se escondan cuando la polic¨ªa o los agentes llaman a sus puertas. El rescate dura 12 minutos y los operarios de Asrham consiguen liberar a 19 ni?os. Una vez que los ni?os son identificados, los trabajadores de Asrham tienen que rellenar los informes policiales con sus nombres para reconocerlos como esclavos e iniciar una investigaci¨®n. El problema, explica Bales, es que la documentaci¨®n es de libre acceso; llega a las manos de los propios esclavizadores y sus abogados, que sobornan algunos polic¨ªas. En ocasiones, los agentes sobornados avisan a los negreros de la presencia del padre, el cual es asesinado. Con ello se pone fin a un informe de un ni?o esclavo. Los ni?os quedan libres, pero tambi¨¦n aquellos que los esclavizan.
Para la mentalidad occidental resulta dif¨ªcil comprender las condiciones de miseria de donde proceden estos ni?os. Es una zona de recolecci¨®n para los negreros: llegan hasta aqu¨ª y ofrecen trabajo a los ni?os, prometiendo a los padres futuras ganancias y una educaci¨®n, anticipando algunas monedas a cambio. Se calcula que hoy d¨ªa existen 100.000 ni?os esclavos en la India dedicados solamente a la manufactura de alfombras.
Pero la esclavitud all¨ª no s¨®lo alcanza a los ni?os; decenas de aldeas enteras trabajan en las canteras. Familias que viven como esclavas durante generaciones por culpa de una deuda contra¨ªda. Una condena que se remonta hasta el siglo XII. Generalmente, la historia comienza cuando un terrateniente presta dinero a una o varias familias que no tienen ninguna posibilidad de devolverlo. "Tienen que poner sus vidas como aval, no tienen otra cosa", explica Bales. "El terrateniente manipula el pr¨¦stamo y ¨¦ste nunca es satisfecho".
Esta f¨®rmula maquiav¨¦lica ha funcionado en aldeas como la de Sonebarsa, en la regi¨®n de Shankargahr. Existe all¨ª una regi¨®n de unos 120 kil¨®metros cuadrados en los que se esparcen 46 aldeas sobre un terreno polvoriento que, sin embargo, es rico en dep¨®sitos minerales. Sus habitantes han vivido -y viven en la actualidad- como esclavos de las canteras. Los hombres rompen la roca sin protecci¨®n. Las esquirlas atraviesan la piel. Hieren los ojos. Ni?os de tres y cuatro a?os pasan horas inhalando polvo de mineral. La malaria y la tuberculosis son frecuentes, y la mortalidad infantil es alta. Uno de esos esclavos se llamaba Ramphal. Ahora es un hombre libre, pero esboza una vida de pesadilla. "Si quer¨ªa sentarme o levantarme, comer o beber, ten¨ªa que pedir el permiso. La libertad de movimiento era algo desconocido, no sab¨ªa que existiera".
La seguridad de la esclavitud parece a veces mucho m¨¢s tentadora que la inseguridad de la libertad, dice Bales. Peggy Callaham recogi¨® en un documental el testimonio de Munni Devi, una mujer enferma en una aldea del norte de la India que segu¨ªa siendo esclava en 2004. "S¨¦ que est¨¢ mal, pero no tengo otra alternativa. Incluso si ¨¦l abusa de m¨ª, o me golpea. ?sta es mi casa. Es la ¨²nica forma que tengo de sobrevivir, ya que no tengo dinero".
Ramphal y su familia -en realidad, toda la aldea- s¨ª encontraron un camino a la liberaci¨®n. Todo comenz¨® cuando recibieron la visita en 1998 de un trabajador social de la ONG india Sankalp. Pero Ramphal tuvo que pagar un precio muy alto. En una aldea cercana a Sonebarsa, y asesorados por Sankalp, sus habitantes lograron reunir el dinero suficiente para comprar la licencia de explotaci¨®n de una cantera. Los esclavos mantuvieron una reuni¨®n de 3.500 personas, procedentes de otras aldeas, para planificar su liberaci¨®n. Los terratenientes esperaron a que se disolviera la concentraci¨®n y mandaron a sus mercenarios. En el tumulto muri¨® uno de los negreros. Ramphal y otras siete personas fueron acusados -falsamente- de asesinato y encarcelados durante ocho meses. El pueblo qued¨® destruido, pero un a?o despu¨¦s, la licencia fue concedida a sus habitantes, esparcidos por otras aldeas. El lugar fue rebautizado como Azar Nagar, que significa "Tierra de Libertad". Ramphal es hoy un hombre libre. Sigue trabajando en la cantera, pero asegura: "Soy due?o de mi mente, mi propio destino".
Los ¨¦xitos de las organizaciones locales invitan a un prudente optimismo, de acuerdo con Kevin Bales. La globalizaci¨®n, que ha extendido a su manera los esclavos a trav¨¦s de las fronteras, tambi¨¦n esparce las ideas que trabajan en su contra, como los derechos humanos universales. Las grandes multinacionales no est¨¢n implicadas en la esclavitud, aunque una peque?a fracci¨®n de los productos que venden -desde el chocolate, la madera de las selvas brasile?as, el algod¨®n o los lingotes de hierro- puedan haberse producido mediante trabajos forzados.
Los 32.000 millones de d¨®lares de beneficio il¨ªcito al a?o parecen una suma colosal, pero no es m¨¢s que una fracci¨®n de la econom¨ªa mundial. Y, aunque quiz¨¢ existen cinco millones de esclavizadores, lo habitual es que los criminales no controlen a m¨¢s de cuatro o cinco personas a la vez.
El coste de la liberaci¨®n de los esclavos var¨ªa de una regi¨®n a otra. En la India rural, el coste para que las familias esclavizadas recuperen su vida puede oscilar en torno a los 700 d¨®lares. La liberaci¨®n de un ni?o en los campos de Ghana puede costar unos 800 d¨®lares. El apoyo econ¨®mico a las ONG locales y a los trabajadores que luchan contra la esclavitud es absolutamente vital, ya que la liberaci¨®n es el primer paso para aquellos que desean ser los due?os de sus propias vidas.
Bales asegura que hay centenares de aldeas en esclavitud s¨®lo en Uttar Pradesh. "Conozco all¨ª a familias, esclavizadas durante generaciones, que trabajan en canteras en situaciones terribles", concluye. "Las mujeres son atacadas y violadas con frecuencia por los propios terratenientes, en lo que es una esclavitud cl¨¢sica y horrible. Y, sin embargo, he visto c¨®mo esos esclavos, sin ayudas ni esperanzas, aprenden a ser libres junto con activistas de los derechos humanos. Eso me ha ense?ado que acabar con la esclavitud es posible".
EL VIAJE
Un trayecto s¨®lo de ida: desde la isla de Gor¨¦e, en Senegal, hasta Am¨¦rica. Cuatro siglos de negocio y millones de esclavos en barcos europeos. Huellas de aquel tiempo.
Por Lola Huete MACHADO
De ?frica occidental a las colonias americanas. Un viaje s¨®lo de ida, todo pagado, con trabajo asegurado en el destino... Una traves¨ªa cargada de p¨¦rdidas, que cambia el paisaje. Y la autoestima. Lo define Amin Maalouf en su novela Le¨®n el africano (sobre la ruta de tr¨¢fico m¨¢s antigua, la transahariana): "No ve¨ªa ya ni tierra ni mar ni sol ni fin del viaje. Ten¨ªa la lengua salobre, la cabeza llena de n¨¢useas, brumas y dolores. La cala a la que me hab¨ªan arrojado ol¨ªa a rata muerta, a vagras enmohecidas, a los cuerpos de los cautivos que, antes que yo, hab¨ªan permanecido en ella. As¨ª que era esclavo, hijo m¨ªo, y mi sangre se avergonzaba".
Fortunas y beneficios econ¨®micos aparte, de cuatro siglos, desde el XVI hasta el XIX, de trata atl¨¢ntica de seres humanos queda hoy evidencia f¨ªsica, en el color y la textura de la piel de millones de personas; queda lo cultural, el mestizaje, lo afroamericano, la mel¨¦e de lenguas, pensamientos, gustos y costumbres, la fusi¨®n de m¨²sicas (el blues, el jazz) y de credos religiosos, la moda ¨¦tnica... Todo aquello que se aprecia a pie de calle en cuanto uno se planta en Nueva York, La Habana o R¨ªo de Janeiro... y, hoy m¨¢s que nunca, ya en todo el mundo.
Perduran de aquel mercado globalizado triangular (Europa-?frica-Am¨¦rica-Europa) otras huellas no tan visibles: habladas, escritas, cantadas, dibujadas, fotografiadas incluso. Se guardan en los museos, en el cine y la literatura en forma de aventuras marinas de piratas y negreros (al estilo de las Memorias de un tratante de esclavos, de Theodore Carnot, o de Los pilotos de altura, de P¨ªo Baroja: "La codicia les impulsaba a no dejar a los negros en su barco m¨¢s que un espacio parecido al que ocupa un muerto en su ata¨²d"), de contrabandistas y aventureros, de l¨ªderes africanos colaboracionistas, de mercenarios blancos (con la psicolog¨ªa demoledora que exhala El coraz¨®n de las tinieblas, de Joseph Conrad). Rastros que se cobijan en los relatos orales, en leyendas y mitos, en la autopercepci¨®n de muchos pueblos (los esclavos, los esclavistas), en espacios geogr¨¢ficos que guardan la memoria de aquel tiempo...
La isla de Gor¨¦e es s¨ªmbolo de todo ello. Situada frente a la costa de Dakar, en Senegal (y m¨¢s all¨¢ se encuentran Ghana -la costa dorada, para¨ªso de los tratantes: hasta 25 fortificaciones europeas se alzaron; la m¨¢s famosa, Elmina- y Sierra Leona y Gambia y Liberia...; igual de simb¨®lico tambi¨¦n todo el golfo de Guinea a efectos de ese libre mercado de hombres, mujeres y ni?os que iniciaron los portugueses y al que todas las potencias se apuntaron), era Gor¨¦e abrigo en la pen¨ªnsula de Cabo Verde, la puerta del no retorno, la ¨²ltima mirada a la tierra natal.
Atr¨¢s quedaba lo conocido. De aquel tiempo permanece en Gor¨¦e el azul del mar, el verde de las palmeras y buganvillas, los rojos de la tierra, el calor pegajoso, el olor y el sabor salado del agua, la l¨ªnea de la costa en el horizonte... En su superficie escueta, apenas 28 hect¨¢reas y poco m¨¢s de un millar de habitantes hoy, se alzan las mansiones avejentadas en tonos rosados, anta?o propiedad de funcionarios, de potentados (holandeses, franceses, brit¨¢nicos...), los fuertes militares de sus ej¨¦rcitos que daban cobertura al negocio, las murallas a las que les han crecido restaurantes, las casas de esclavas liberadas casadas con europeos (Anne P¨¦pin, Victoria Albis, Caty Louette...) que manten¨ªan haciendas y privilegios. Uno de estos edificios es hoy s¨ªmbolo del s¨ªmbolo, la llamada Casa de los Esclavos. All¨ª, en un cartel, el gu¨ªa mayor Josef Ndiaye, una instituci¨®n en la isla, escribi¨® un d¨ªa: "De todas las lecciones que se pueden extraer de la historia de la trata de seres humanos, la m¨¢s importante es ¨¦sta: 'No hubo revancha".
Las palabras de otro gu¨ªa, Alioune Kabo, puntualizan en medio del bullicio adormecedor de voces, pasos, el ir y venir de las olas... "Antes era fuerza de trabajo lo que buscaban los europeos; luego fueron materias primas lo que se llevaron...; ahora, de nuevo, se permiten las pateras porque se necesitan hombres, pero cuesta legalizar, porque eso ser¨ªa hacernos iguales", dice ante el peque?o embarcadero desde donde, asegura, hombre a hombre eran empujados todos hasta los cargueros, los dotados, los que se manten¨ªan en pie, los que no quebraban, enfermaban o se suicidaban. "Madera de ¨¦bano", los llamaban por disimulo.
"En general, el negro, cuanto m¨¢s oscuro era y m¨¢s robusto, val¨ªa m¨¢s. El negro p¨¢lido no produc¨ªa confianza... Ven¨ªan al mercado... generalmente sueltos; pero si eran prisioneros de guerra, cimarrones del bosque o ladrones, los tra¨ªan atados... El amo llevaba a su esclavo como un aldeano lleva a su vaca al mercado o al matadero", escribi¨® P¨ªo Baroja.
La parte superior de la casa, se?orial y colonial, est¨¢ ocupada por paneles conmemorativos. En uno se cita al dominico Bartolom¨¦ de las Casas, que en el siglo XVI dej¨® escrita una feroz cr¨ªtica contra s¨ª mismo en particular, contra el hombre blanco en general: "Hab¨¦is ganado grandes botines y hab¨¦is robado la vida y la tierra a unos hombres que viv¨ªan aqu¨ª pac¨ªficamente... ?Cre¨¦is que Dios tiene preferencias por unos pueblos sobre los dem¨¢s...? ?Acaso ser¨ªa justo que todas las gracias del cielo y todos los tesoros de la tierra s¨®lo a vosotros estuvieran destinados?".
En otro se lee una premisa de los abolicionistas: "El sufrimiento de un solo hombre es el de la humanidad entera". Este movimiento, primero religioso, se extendi¨® por el mundo por unas y otras razones ¨¦ticas y humanitarias, revolucionarias e ilustradas. Y anim¨® las rebeliones en las colonias hasta acabar con la liberaci¨®n e independencia de muchos hombres y Estados; ayud¨® luego al retorno de los libertos americanos (entre ellos, algunos adinerados, muchos emancipados, marineros tan crueles como el que m¨¢s, deportados o esclavos rescatados por la Marina inglesa en alta mar cuando el tr¨¢fico era ya ilegal...). Todos ellos se fueron asentando en la misma costa atl¨¢ntica de la que partieron siglos antes sus antepasados y se convirtieron en parte fundamental en la creaci¨®n de ciudades como Freetown (Sierra Leona), Monrovia (Liberia) y otras.
En la planta baja, los habit¨¢culos donde se api?aban los condenados antes de partir hacia Am¨¦rica o el Caribe, hacia las plantaciones de algod¨®n, caf¨¦ o az¨²car. Los visitantes (en su mayor¨ªa africanos) mueven la cabeza incr¨¦dulos cuando el gu¨ªa Kabo explica c¨®mo encadenaban a sus antepasados; c¨®mo castigaban a los rebeldes o tiraban por la borda a los enfermos; c¨®mo hasta Brasil (destino estrella) duraba un mes el viaje, el doble al Norte; c¨®mo hab¨ªa problemas de sitio e higiene en los nav¨ªos, y una mortandad muy alta, especialmente en los espa?oles; c¨®mo la ausencia de hombres transform¨® las sociedades africanas... "Muchos negros estaban obligados a viajar sobre un lado, replegados sobre s¨ª, sin poder extender los pies. Acostados, sin vestidos, sobre un suelo muy duro, tra¨ªdos y llevados por el movimiento del barco, su cuerpo se cubr¨ªa de ¨²lceras y sus miembros no tardaban en ser desgarrados por los hierros y las cadenas que los ten¨ªan atados unos a otros", describe Baroja.
De lo vivido por los 13 millones de esclavos -imposible saber cu¨¢ntos fueron los muertos- transportados hasta que los brit¨¢nicos prohibieron el tr¨¢fico atl¨¢ntico en 1807 (a partir de entonces se intensific¨® la actividad en la tercera ruta, la oriental; otros 12 millones de esclavos, se calcula, se movieron hacia Asia y los pa¨ªses ¨¢rabes), se puede contemplar hoy mucho dibujo, grabado o litograf¨ªa. Algunos de ellos cuelgan en la misma Gor¨¦e, en las salas del museo hist¨®rico, en el fuerte D'Estreess.
Los hay de reyezuelos africanos abasteciendo de mercanc¨ªa a los negreros (algunos pueblos fueron grandes proveedores, como los del imperio ashanti, y otros se negaron a participar del negocio, como los diolas y los balantas, de Senegal); de columnas de hombres marchando presos; de los huidos, que eran muchos... y las persecuciones. Abundan las escenas de rebeliones en cargueros, que aumentaron y se brutalizaron seg¨²n corr¨ªan los siglos (as¨ª lo recogen las bit¨¢coras); las del bullicio en grandes puertos europeos (Nantes, Liverpool...) y americanos; los esquemas de distribuci¨®n de los buques atestados... O ese otro dibujo a pluma en el que alguien ha pintado un grupo de pies perfectos, dedos finos, elegantes, delicados... unidos y condenados por las argollas a un mismo destino.
Quedan de aquel tiempo evidencias a modo de permisos, certificados, informes: sobre la vida cotidiana y el mercadeo en las colonias, sobre el estado sanitario de los embarcados, las publicidades de agentes de negros que se dedicaban a su compraventa (negrobroker, como Ellis and Livingston los llamaban) o recibos de inspecciones portuarias. "97 hombres, 39 mujeres, 44 chicos, 25 chicas, 3 muertos, se lee en uno de la Public Librery de Liverpool. Existe tambi¨¦n testimonio en im¨¢genes, al calor del desarrollo de la fotograf¨ªa en el siglo XIX. De grilletes, esposas, barras de justicia, collares, sujeciones en m¨²ltiples formas para m¨²ltiples partes de un cuerpo. De rostros y ojos asustados de negros y mulatos de toda edad, sexo y condici¨®n. De las subastas en los mercados en los que se garantizaba 100% la calidad del producto...
Hay una en la casa museo Wilbeforce de Hull (Reino Unido), cuna del abolicionismo, que lo dice todo: un hombre anciano, canoso, camiseta blanca y t¨²nica a rayas, al estilo de lo que uno imagina deb¨ªa de ser el protagonista del best seller de Harriet B. Stowe La caba?a del t¨ªo Tom, escrito en 1852 (a quien el presidente Lincoln recibi¨® en la Casa Blanca y dijo: "?As¨ª que... usted es la mujercita que escribi¨® el libro que hizo estallar esta gran guerra!"), posa ante la c¨¢mara mientras apoya con naturalidad sus manos encadenadas en la argolla que le rodea el cuello y mira, sin esperanza, a los lejos. Sabemos que se llama Hannibal o William, que es un excelente sirviente, que est¨¢ en la treintena. Lo indica un cartel a sus pies y a?ade: To be sold and let, by public auction, on Monday the 18th of May, 1829, under the trees (Se vende o alquila en subasta p¨²blica, el lunes 18 de mayo de 1829, bajo los ¨¢rboles). Bajo ellos, seguramente, debi¨® de ser vendido ese d¨ªa.
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