Con Conrad por el r¨ªo Congo
Cuando hablamos de grandes novelas del siglo XX, nadie pone en cuesti¨®n que El coraz¨®n de las tinieblas, obra de Joseph Conrad, es una de ellas. Y no s¨®lo porque se trate de una novela moderna, entendida como una forma de contar alejada del estilo detallista y a menudo notarial de una buena parte de la narrativa del XIX, sino porque trata de indagar en los rincones m¨¢s oscuros del alma humana y juega con la realidad como si fuera una met¨¢fora po¨¦tica. En el siglo de Freud, a la novel¨ªstica se le exig¨ªa un esfuerzo creativo, tan psicol¨®gico como a veces ontol¨®gico, que la situase a la altura de su tiempo y que la apartase de la tarea simplemente descriptiva. Conrad cumpli¨® sobradamente con ese reto, m¨¢s que en ninguna otra obra, en su novela El coraz¨®n de las tinieblas, una historia que se reedita ahora ilustrada por el pintor ?ngel Mateo Charris.
"Navegando por el r¨ªo Congo, dej¨¦ de ser un animal para convertirme en escritor"
"Aquellas grandes soledades se abr¨ªan ante nosotros... Penetr¨¢bamos m¨¢s y m¨¢s en la espesura del coraz¨®n de las tinieblas"
Conrad, nacido en la actual Ucrania en 1857 y afincado en Inglaterra, era un joven marino cuando en junio de 1890 lleg¨® al Congo. Todav¨ªa no hab¨ªa publicado ning¨²n libro, aunque en su equipaje llevaba los primeros cap¨ªtulos manuscritos de una novela, La locura de Almayer. Durante los a?os anteriores hab¨ªa navegado en buques mercantes, como oficial y como capit¨¢n, por los mares del Sur, pero su mayor deseo, que alent¨® desde ni?o, era viajar a ?frica. Despu¨¦s de mover numerosas influencias, logr¨® al fin ser contratado para comandar un vapor, el Roi des Belges, por la compa?¨ªa que explotaba las riquezas del Estado Libre del Congo, y su primera misi¨®n consisti¨® en viajar r¨ªo Congo arriba, desde Leopoldoville (hoy Kinshasa) en direcci¨®n a Stanleyville (hoy Kisangani), para recoger en una lejana estaci¨®n del r¨ªo a un agente de la compa?¨ªa gravemente enfermo.
La experiencia no fue muy grata para el futuro novelista. Contrajo la malaria y la disenter¨ªa durante la traves¨ªa, y hubo de delegar en su primer oficial el mando del vapor mientras permanec¨ªa enfermo en su camarote. Pero sus males no le impidieron ver lo que suced¨ªa a su alrededor: el trato inhumano que recib¨ªan los nativos a manos de los agentes de la compa?¨ªa, desde la tortura hasta las amputaciones y la muerte. Espantado ante lo que vio, Conrad regres¨® a Europa nada m¨¢s concluir el viaje por el r¨ªo. A?os despu¨¦s de publicarse El coraz¨®n de las tinieblas, escribi¨® en una carta a un amigo: "Navegando por el r¨ªo Congo, dej¨¦ de ser un animal para convertirme en un escritor".
En 1881, a sueldo del rey Leopoldo II de B¨¦lgica, el famoso explorador Henry Stanley hab¨ªa recorrido las inmensas regiones de la cuenca del r¨ªo Congo y firmado tratados de acatamiento de la soberan¨ªa del monarca belga con los jefes locales. La Conferencia de Berl¨ªn, que procedi¨® en 1884-1885 al reparto de ?frica entre las potencias coloniales europeas, asign¨® a Leopoldo II la propiedad de los territorios de la actual Rep¨²blica Popular del Congo. Y el soberano los convirti¨® en una especie de inmensa finca privada. Form¨® un contingente de polic¨ªa; cre¨® una compa?¨ªa de explotaci¨®n del caucho, el cacao, la madera y el marfil, y estableci¨® una serie de estaciones a lo largo del r¨ªo que dirig¨ªan agentes belgas contratados por el gerente de la empresa, Albert Thys. Fue Thys con quien contact¨® Conrad para lograr el empleo de marino en el r¨ªo Congo.
La forma de explotar las riquezas de la colonia se bas¨® en la utilizaci¨®n de la mano de obra nativa en las condiciones que fueran, con tal de hacer productivo cuanto antes el territorio. Para ello, los antiguos esclavistas ¨¢rabes fueron contratados como capataces, se impusieron los trabajos forzados que obligaban a los peones a bregar los primeros siete a?os sin salarios, se establecieron cupos de producci¨®n y se utilizaron todos los medios de represi¨®n necesarios para lograr los objetivos de la explotaci¨®n. La mayor¨ªa de los nativos trabajaban encadenados y los polic¨ªas estaban autorizados a cortar las manos de los peones que no rend¨ªan lo suficiente, e incluso matarlos. En muchas aldeas, las cabezas cortadas de los peones que no resultaban rentables se clavaban en estacas y se dejaban pudrir all¨ª como advertencia para los vivos. Cuando Leopoldo II, en 1908, fue desprovisto por el Gobierno belga de los territorios del Estado Libre, a causa del esc¨¢ndalo internacional que supuso la salida a la luz en los peri¨®dicos de la barbarie del monarca, de los veinte millones de personas que, antes de llegar Stanley a la regi¨®n, habitaban la cuenca del Congo, quedaban s¨®lo ocho millones. Las dem¨¢s hab¨ªan muerto o hab¨ªan huido.
En cierto modo, Conrad fue el cronista de aquella desaforada perversi¨®n. ?l mismo escribi¨® que la novela era "una experiencia llevada un poco, solamente un poco, m¨¢s all¨¢ de los hechos reales, con el prop¨®sito perfectamente leg¨ªtimo, creo yo, de traerla a las mentes y al coraz¨®n de los lectores". Pero a?adi¨® a rengl¨®n seguido otro p¨¢rrafo en el que mostraba hasta qu¨¦ punto quer¨ªa sobrepasar el marco de la mera cr¨®nica: "Hab¨ªa que dar a este tema sombr¨ªo una siniestra resonancia, una tonalidad propia, una continua vibraci¨®n que quedara ?eso pretend¨ªa? suspendida en el aire y que permaneciera grabada en el o¨ªdo despu¨¦s de que hubiera sonado la ¨²ltima nota".
Conrad empez¨® a escribir el libro en 1899 y lo public¨® en 1902, cuando ya era un escritor reconocido. El argumento era muy sencillo: un viaje parecido al suyo en busca del agente perdido en la selva, en "el coraz¨®n de las tinieblas". Los personajes principales eran dos: Marlow, el capit¨¢n del barco y ¨¢lter ego de Conrad, y Kurtz, el agente en cuya busca va Marlow, un personaje inteligente, refinado y culto al que han devorado la barbarie que le rodea y la que aflora de su propio inconsciente. Kurtz sobrevive en el interior de esa selva salvaje con un coraz¨®n del que brota la m¨¢s primitiva crueldad. Ese tremendo drama se refleja en las palabras pronunciadas por el propio Kurtz antes de morir: "?El horror...!". Sin duda, esa exclamaci¨®n, "?el horror!", es uno de los gritos m¨¢s imponentes de la literatura del siglo XX.
?sa es la m¨¦dula del libro y ¨¦se es el coraz¨®n de las tinieblas: la misma selva salvaje e ind¨®mita que hace suyo un coraz¨®n civilizado y cultivado, el de Kurtz, para arrastrarlo hacia el horror. Y desde ese punto de vista, Conrad construye una narraci¨®n donde lo sombr¨ªo est¨¢ en el paisaje al tiempo que en el alma. La selva de la novela deja de ser un espacio f¨ªsico para ganar un valor simb¨®lico. Es una entidad maligna, en tanto que el viaje por el r¨ªo se transforma en un camino de perversi¨®n. "?ramos vagabundos en medio de una tierra prehist¨®rica", dice Marlow, "de una tierra que ten¨ªa el aspecto de un planeta desconocido. La Tierra no parec¨ªa la Tierra. Nos hemos acostumbrado a verla bajo la imagen encadenada de un monstruo conquistado. Pero all¨ª..., all¨ª pod¨ªa verse como algo terrible y libre. Era algo no terrenal... Aquellas grandes soledades se abr¨ªan ante nosotros y volv¨ªan a cerrarse, como si la selva hubiera puesto poco a poco un pie en el agua para cortarnos la retirada en el momento del regreso. Penetr¨¢bamos m¨¢s y m¨¢s en la espesura del coraz¨®n de las tinieblas".
Al final del viaje, espera ese hombre perdido y moribundo, Kurtz, cuya alma ha sucumbido "a la fascinaci¨®n de lo abominable". Dice Marlow: "La selva hab¨ªa logrado poseerlo pronto... Me imagino que le hab¨ªa susurrado cosas sobre ¨¦l mismo que ¨¦l no conoc¨ªa, cosas de las que no ten¨ªa ni idea hasta que se sinti¨® aconsejado por esa gran soledad... Se hab¨ªa desprendido de la tierra. Su inteligencia segu¨ªa siendo perfectamente l¨²cida, pero su alma estaba loca. ?l ten¨ªa algo que decir. Hab¨ªa resumido, hab¨ªa juzgado al decir '?el horror!'. Hab¨ªa dado el ¨²ltimo paso, hab¨ªa traspasado la orilla..., ese inapreciable momento en que atravesamos el umbral de lo invisible".
El t¨ªtulo de la novela se ha publicado en espa?ol siempre como El coraz¨®n de las tinieblas, pero su t¨ªtulo en ingl¨¦s es simplemente Heart of Darkness, esto es, Coraz¨®n de Tinieblas. Traducido as¨ª, resulta de una ambig¨¹edad m¨¢s aproximada al prop¨®sito del escritor, pues Conrad funde dos corazones en uno: el de la selva primitiva y el del hombre fascinado por lo abominable.
En todo caso, para quienes vivimos la literatura con pasi¨®n, El coraz¨®n de las tinieblas no es una obra que pueda dejarnos indiferentes. Porque la novela trata de hablar no s¨®lo del alma ves¨¢nica de Kurtz, sino de lo que puede esconderse en la de todos nosotros.
'El coraz¨®n de las tinieblas', de Joseph Conrad, ilustrado por ?ngel Mateo Charris y editado por Galaxia Gutenberg / C¨ªrculo de Lectores, se pone a la venta la pr¨®xima semana.
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