Actitudes en la prensa
El viaje de los Reyes a las ciudades espa?olas de Ceuta y Melilla es el primero a ese nivel del que se guarda memoria, exceptuado el que en 1927 hizo Alfonso XIII a Ceuta para inaugurar la sede del Ayuntamiento. El anterior Jefe del Estado, Francisco Franco, nunca las visit¨® despu¨¦s de haber sido exaltado a su excepcional Jefatura. Tampoco lo hicieron los monarcas espa?oles de otros tiempos, ni los de la casa de Austria ni los de la casa de Borb¨®n, ni los presidentes de la I y la II Rep¨²blicas. As¨ª que la visita, que se quiere enmarcar en la normalidad, tiene claros perfiles inhabituales. Adem¨¢s, la visita de don Juan Carlos y do?a Sof¨ªa estaba llamada a tener desde su primer anuncio un arrastre simb¨®lico de previsible resonancia adversa en el colindante Marruecos. Con la Constituci¨®n en la mano, algo habr¨¢ tenido que ver el actual Gobierno en la decisi¨®n de que los Reyes lleven a cabo esta visita en este preciso momento y esperemos que el impulso a una iniciativa de este alcance haya sido acordado despu¨¦s de considerarla no s¨®lo buena sino mejor que su contraria, es decir, que la ausencia habitual, todo lo compensada que se quiera mediante otros gestos de afecto.
La visita, que se quiere enmarcar en la normalidad, tiene claros perfiles inhabituales
Pero llegados aqu¨ª, interesa observar la actitud de gran parte de la prensa, de las cadenas de radio y de los canales de televisi¨®n espa?oles a prop¨®sito de esta cuesti¨®n de la visita regia. Digamos enseguida que en l¨ªneas generales ha destacado en el comportamiento de los medios de comunicaci¨®n el empe?o por dar clara primac¨ªa a la inevitable reacci¨®n adversa de las autoridades marroqu¨ªes al enjuiciar este viaje de los Reyes. El haber considerado siempre degradante la "prensa patri¨®tica", tantas veces dispuesta a jalear las imposturas y a encubrir los disparates perpetrados bajo las m¨¢s solemnes invocaciones, nos autoriza a desaconsejar ahora el sectarismo de los propios colores, el espa?etazo, pero tambi¨¦n descartar la adopci¨®n sin m¨¢s del sectarismo segregado de signo opuesto, que enarbolan nuestros adversarios en una cuesti¨®n de fronteras. Para irnos entendiendo ?cabr¨ªa imaginar que, como ha se?alado un buen amigo periodista, si la Reina Isabel II decidiera hacer una visita a Gibraltar la prensa brit¨¢nica optara por privilegiar en sus grandes titulares el punto de vista espa?ol, que sin duda habr¨ªa prorrumpido en pronunciamientos contrarios a que dicho viaje se realizara?
Recuerdo haber sido destacado a Rabat en enero de 1983 para cubrir como corresponsal diplom¨¢tico de EL PA?S la visita del presidente del Gobierno Felipe Gonz¨¢lez. Empezaba as¨ª a instaurarse la tradici¨®n de que Marruecos fuera el destino del primer viaje oficial de los presidentes de Gobierno espa?oles. Las primeras 24 horas hab¨ªan transcurrido con grandes muestras de cordialidad y los periodistas acusaban el castigo, se sent¨ªan mal en un ambiente casi de empalagoso entendimiento. Consideraban que nada estimulante se hab¨ªa producido para vender a sus redacciones en Madrid y hacerse un hueco visible en primera p¨¢gina. As¨ª las cosas, muy vencida la tarde, concluido ya el apretado programa de aquella primera jornada, deambul¨¢bamos por el vest¨ªbulo del hotel Rabat-Hilton, cuando atisbamos la entrada del primer ministro Maati Buabib acompa?ado de un colaborador. Alguno de los nuestros le sigui¨® al ascensor, enseguida corri¨® la voz y acabamos todos en el bar de la ¨²ltima planta, al que ten¨ªa por costumbre acudir el citado Buabib sobre esas horas.
Era la ocasi¨®n inesperada de establecer un contacto de gran inter¨¦s informativo y mediante un sistema espont¨¢neo de aproximaciones sucesivas acabamos formando un c¨ªrculo alrededor del primer ministro. El di¨¢logo se iba cargando de interrogaciones sobre los pormenores de la visita, sobre las expectativas de las relaciones bilaterales, sobre los acuerdos que iban a firmarse, sobre inversiones o sobre inmigrantes. Pero una cuesti¨®n volv¨ªa sin cesar a la mesa como un estribillo obsesivo: la de Ceuta y Melilla. Las cuatro primeras veces el primer ministro excus¨® responder alegando que el asunto no figuraba en la agenda de la visita oficial que se estaba celebrando. La quinta vez, saturado por la insistencia, se atuvo al consabido catecismo nacionalista que predica la marroquinidad de ambas ciudades. Solo entonces, tras escuchar esas palabras a Maati Buabib, los periodistas se lanzaron a la b¨²squeda urgente de tel¨¦fonos desde los que transmitir a sus redacciones la inexistente novedad, convencidos de que por fin el viaje a Rabat hab¨ªa valido la pena y de que sus cr¨®nicas alcanzar¨ªan al d¨ªa siguiente honores de primera p¨¢gina. Era un caso de conciencia.
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